Antonio Manuel Álvarez Vélez (Ayamonte, Huelva, 1980), dice de sí mismo que es " Pitingo hasta la muerte" -"presumido" en caló-. Pitingo es así, inclasificable, un rara avis que consigue poner de acuerdo a Enrique Morente, Sam Moore o Eric Clapton, con los que cantó. El viernes actúa en Gijón (teatro Jovellanos, 20.30 horas) con su espectáculo "La vida por soulerías", como él la vive.

-¿Qué Pitingo van a poder disfrutar los gijoneses?

-Vamos a hacer un recorrido de todos los discos, desde "Pitingo con Habichuelas", "Olé y amén", por supuesto también "Soulería" y el último trabajo, "Soul, bulerías y más". Y, por supuesto, sin olvidarme del flamenco más tradicional.

-Porque lo que canta Pitingo no es sólo flamenco tradicional.

-Lo sé hacer, y lo hago en los directos también. Empezamos con un martinete y palos tradicionales del flamenco. Pero luego, poquito a poco, vamos incorporando elementos para llegar a esa "Soulería", esa unión de culturas como es el coro de góspel con los flamencos, las personas gitanas y los que no lo son. En el escenario somos de todas las partes del mundo. Nos gusta exponenciar esa unión de culturas. Nos unimos por una causa común que es la música, donde todos nos entendemos a la perfección.

- Un buen reflejo de lo que siempre ha sido su vida: mestizaje y frontera.

-Completamente. Me considero mestizo y fronterizo. Nací en un pueblo de Huelva maravilloso, pesquero, Ayamonte, frontera con Portugal. Y mestizo porque soy hijo de gitana y payo. Eso lo llevo siempre por bandera, en el mestizaje está el avance, en aceptarnos los unos a los otros como somos. Ser fronterizo también me ha abierto a muchas culturas.

-¿Qué se le pasó por la cabeza para unir flamenco y soul?

-Surgió de una manera muy natural. Desde chiquitito escuchaba a Aretha Franklin, Ray Charles, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Sam Moore y Sam & Dave. Y a la vez, no dejaba de escuchar tampoco a La Niña de los Peines, Manolo Caracol, Tomás Pavón, Camarón y Enrique Morente. Y de una manera muy natural empecé a unir esas dos culturas, que la única definición que tiene es Pitingo, porque no es flamenco ni es soul, es algo que no se puede explicar. Yo siempre digo que el que quiera entenderlo que venga a vernos. Y si lo siente y lo disfruta, ya lo ha entendido.

-A fin de cuentas, el flamenco es duende y el soul es alma.

-Completamente, van de la mano. Los flamencos, ya no te hablo sólo del gitano, la baja Andalucía, hace un siglo, era gente muy pobre. Y de la pobreza nace siempre la creatividad, esas músicas tan diferentes y terrenales. Exactamente igual que ocurrió con la gente afroamericana. Gentes muy pobres que crearon una música. Nosotros la única manera que teníamos, ahora ya no, gracias a Dios, de expresarnos era por medio del cante. Por eso el flamenco es una guitarra, palmas, golpes en las mesas. La gente afroamericana y africana lo que hace es armonizar voces o utilizar percusión que normalmente hacían ellos. No teníamos un piano porque no teníamos dinero para ello. Son elementos más simples, de la tierra, elaborados a mano. Por eso son tan personales.

-¿Y qué opinan los puristas?

-Entre los puristas del soul, de Estados Unidos, tiene una gran acogida. Es más, he podido trabajar con algunos de los grandes, como Sam Moore. El flamenco es un poco más cerraíllo. Enrique Morente los llamaba "los flamencólicos". Tienen todo el derecho a no gustarles que las cosas avancen, que se salga uno de esa línea. Yo lo respeto. Soy el primer defensor del flamenco tradicional.

-El flamenco ya no sólo es un cantaor...

-No, porque hay que dar algo más. Hay que ir con los tiempos. Igual que entonces, lo que hacía Manolo Caracol fue criticado, o Paco de Lucía por cruzar la pierna para apoyar la guitarra o Enrique Morente. Por supuesto, y vaya por delante, yo no me comparo con ellos, ni mucho menos. Me refiero a esa forma de salirse del tiesto. Todo es criticable. Yo me quedo con una cosa que me dijo Enrique Morente: "Si todo el mundo te dice: 'Ole, Pitingo', es señal de que algo estás haciendo mal". Sigo la línea del riesgo, siempre en la cuerda floja, pero valoro mucho el flamenco tradicional, porque es lo más bonito, lo que he vivido, y lo más difícil, mucho más que el soul o cualquier otra música. Aunque sólo sea por una cuestión rítmica, ya es muy complicado. Por eso sólo lo sabemos hacer los españoles, porque no existe partitura para hacer flamenco.

-¿Cómo de necesaria es la innovación en la música?

-Tan necesaria como que para mí es una forma de vida. El flamenco no se aprende nunca, pero cuando estás siempre haciendo tus soleás, tus seguidillas, respetando la tradición, lo políticamente correcto del flamenco, llega un momento en el que dices: "Creo que puedo dar un poco más". A veces aciertas, otras no tanto. Pero la vida es eso: quien no arriesga no gana. Y en la vida no hay que pasar desapercibido, hay que hacer ruido. Por supuesto, con todo el respeto del mundo y siendo buena persona, que es lo más importante. Siempre digo que yo puedo gustar más o menos, pero se me diferencia.

-¿Cómo de pitingo es Pitingo?

-¡Uy!, bastante. (Ríe). Pitingo es cien por cien pitingo en todos los sentidos. Me gusta arreglarme, cuidarme y ahora que voy cumpliendo años más pitingo soy. Pitingo hasta la muerte.

-¿Qué le queda por hacer?

-Me queda por hacer mucho en la vida. Mejorar profesionalmente y siempre, siempre, siempre, humanamente. Como padre, como marido, como amigo. No sólo en lo profesional, sino para avanzar en todo.

-¿Hacia dónde va el futuro de Pitingo?

-Hacia donde Dios quiera. Y hacia donde el público quiera, que es el que manda, es mi jefe. Siempre que acabo los conciertos me hago fotos con todo el mundo, nunca les niego nada a mis seguidores, por el hecho de que ellos son los que van a definir mi futuro. Ni la industria, ni los managers, sólo manda el público, que es soberano y es el que dice hasta cuándo. Hay que tratarlos bien y tener detalles con tu gente, que al fin y al cabo son como una familia, me acompañan toda la vida y me dan de comer a mí y a mi familia. Eternamente agradecido.