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El trasluz

No lo dudes

No lo dudes

En los alrededores del infierno, como en las cercanías de los aeropuertos, abundan los hoteles de una sola noche. No falta en ellos nada de lo que cabe esperar de una habitación confortable, excepto que son pura imitación de la confortabilidad. Tú mismo, en sus cuartos de baño, te sientes como una réplica de ti. Si caes en la tentación de buscar el original en el espejo, comprobarás que el que se encuentra al otro lado eres y no eres tú a la vez. En el mueble bar hay botellas de agua que no quitan la sed y frasquitos de ginebra que no quitan las penas. Las toallas no secan y las luces para leer no alumbran. Hay en algún cajón una esponja de sacar brillo a los zapatos que en realidad los emborrona, y una Biblia averiada, en la que solo encuentras el Apocalipsis, y un jabón que no lava las manos, y unos armarios en los que las camisas, más que colgadas, parecen ahorcadas. Las sábanas, tan limpias, huelen sin embargo a tanatorio, y el aire acondicionado, imposible de apagar, proviene de las regiones más frías del inconsciente colectivo. Los programas que emiten sus televisores aluden a mundos terroríficos. Las mantas no abrigan, las instrucciones del grifo de la ducha son incomprensibles y el secador te arranca el pelo a tres velocidades, cada una más ardiente que la anterior. El servicio de habitaciones está atendido por un individuo que lleva una careta hiperrealista de tu padre muerto. En cuanto a las ventanas, ni se te ocurra asomarte a ellas, pues dan a no-lugares donde reina la paz diabólica de los domingos por la tarde y están clausuradas de tal modo que ni siquiera podrías suicidarte. Por fortuna, muchas de ellas tienen unas cortinas como de aluminio o de acero flexible, quizá de plomo plástico, que no se dejan atravesar por un solo fotón. Mantenlas cerradas sin pausa y ni se te ocurra andar descalzo por la moqueta radioactiva, pues te aparecerán llagas incurables, como estigmas, en las plantas de los pies. Antes de meterte en la cama, coloca por afuera el cartel de NO MOLESTEN para ahuyentar a las almas en pena del pasillo.

Si te despiertas a las dos o las tres de la madrugada en la habitación de uno de estos establecimientos, no lo dudes: te ha dado un infarto o te han asesinado y estás a punto de ingresar en el Hades. O de volar con una compañía aérea de las de bajo coste.

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