"Anxelinos somos, del cielu venimos, bulsina traemos, dineiru pedimos". Las máscaras de los aguilandeiros tomaron ayer la parroquia moscona de San Juan de Villapañada. Decenas de personas, algunas llegados de otras comunidades, disfrutaron de esta colorida, teatral y singular petición de aguinaldo, recuperada hace cuatro años. "Cada vez va a más", celebraban los vecinos, que bailaron, rieron e incluso lloraron con las "chancias" de los burlones personajes.

Amaneció temprano para los aguilandeiros. Poco después de las nueve y media de la mañana desfilaban por la puerta del albergue ya perfectamente vestidos. Fuera les esperaba el tractor que les llevaría a hacer de las suyas por todo San Juan. También aguardaban otros dos, pero estos cargados hasta arriba del público que no quería perderse esta tradición que llevaba 80 años en el olvido.

"Está genial. La gente colabora, participa, se ríe...", coinciden María del Canto García y Guillermo Nicolás, madre e hijo respectivamente, que acudieron desde Grado a disfrutar de los aguilandeiros. "Eso sí, vinimos cada uno por nuestro lado", aclaran en el fragor de este particular aguinaldo, en el que no se pide dinero pero sí se acepta comida y un culín de sidra.

Otra de las peculiaridades de los aguilandeiros es que consigue reunir a jóvenes y mayores, a vecinos y forasteros o a un grupo de hipster y a paisanos en madreñas. "Está genial. Vine el año pasado por primera vez y éste repito. Y en 2019 volveré", asegura la ovetense María Rodríguez, quien se reconoce como "víctima perfecta" tras un "ataque" del oso de los aguilandeiros.

Precisamente el feroz plantígrado era ayer uno de los más temidos personajes de entre los que rondaban por la parroquia moscona. Bajo la tupida y gruesa piel del animal se escondía Juan Manuel Menéndez, natural de Acevedo y uno de los pocos aguilandeiros de San Juan.

"Lo pasamos muy bien", reconoce en un momento de respiro, apoyado en las escaleras de Casa Máximo, una de las paradas de la caravana y, precisamente, la casa de su familia. "Lo bueno es que haces las bromas con más confianza, porque sabes que no van a parecer mal", desliza con una sonrisa picarona.

"Ya sabemos cómo es, que aquí lo tenemos todos los días. No nos sorprende", le pincha entre risas su hermana, Lucía Menéndez, quien asegura vivir la jornada con mucha emoción. "Un abuelo y un tío abuelo nuestros fueron de los que más información dieron para recuperar a los aguilandeiros y ahora ya no están. Es una pena", recuerda.

También se emocionó Andrés López, que no pudo contener las lágrimas. Ni articular palabra. Estaba a la puerta de casa esperando que llegaran los aguilandeiros y, cuando les vio doblar la esquina, el corazón se le encogió y las lágrimas comenzaron a arroyar por sus mejillas. "Un cantarín para Andrés", gritaron los aguilandeiros, mientras el hombre, sin soltar el brazo de su mujer Purificación García, tragaba saliva como podía. "Tiene algún recuerdo de cuando antes se vestía la gente en el pueblo y se emociona", explica su hija por él.

"Estamos muy contentos con el éxito que estamos teniendo", celebra Álvaro Valdés, uno de los "culpables", junto al etnógrafo Xosé Ambás, de que los aguilandeiros vuelvan a salir por San Juan. Este año visitaron en torno a una veintena de casas, una cifra de participación que mantienen.

Lo que sí fluctúa, y tiene pinta de que va a ir al alza, es el número de asistentes. Ayer había dos remolques de tractor hasta arriba de gente, más los que seguían a la comitiva a pie en su coche particular. "En ese sentido no hay problema ninguno. Si tenemos que poner más, los ponemos. Por tractores no va a ser", sonríe el moscón entre las carcajadas del público y las bromas de los aguilandeiros, que en San Juan, más que pedir, dan.