Loquillo vuelve a la palabra escrita para concluir la serie de memorias noveladas que inició hace casi 20 años con una obra en la que recrea su regreso a Barcelona en 1985, sin perder de vista un presente "en estado de gracia" ni su futuro, que contempla un disco inmediato, al menos otro libro y una vejez digna.

"Me estoy preparando para envejecer, porque he visto a mucha gente pretendiendo ser joven, pero hay que envejecer con elegancia", ha reconocido el músico durante un encuentro con los medios para presentar "Chanel, cocaína y Dom Pérignon".

Tras narrar su exitosa aventura en el Madrid de la Movida, volumen del que en principio iba a formar parte esta nueva obra llena de "pícaros", el exTroglodita aborda ahora el regreso a su ciudad natal en un momento de ebullición en el que sus calles tomaron el relevo a la capital como gran epicentro cultural.

"Madrid fue muy impotante entre 1978 y 1984, momento en el que cierra Rockola, había pasado lo de Alcalá 20 y La Movida se convirtió en algo folclórico. Toda esa modernidad pasó a Barcelona y de eso no se ha hablado", ha reivindicado Loquillo.

De aquella época, "un momento único" en la ciudad mediterránea, ha recordado que "el ayuntamiento estaba fuera de juego". "Las calles eran nuestras, de los amantes del rock como Los Rebeldes, 'mods' como Los Negativos y los primeros 'squatters'", ha destacado.

Cuenta que un día su padre le dijo: "Vive la vida que yo no he podido vivir", y el músico se lo tomó en serio. De eso en parte versan estas páginas, de aquel "chico barrial listo" desde "el trapicheo en las Ramblas" llegó a ver a Frank Sinatra de esmoquin en un hotel de La Castellana con 25 años y que acabó siendo número 1 en Los 40 Principales con una canción "que era una coña marinera".

"Esa canción, 'Chanel, cocaína y Dom Pérignon', no dejó de ser cínica sobre lo que estábamos viviendo, que fue el inicio de la España del pelotazo, de los críticos del rock convirtiéndose en 'superkillers' y advenimiento de una segunda generación que se dejó seducir por el garage psicodélico y lo que representaba entonces la revista Ruta 66", rememora.

Existen casi 20 años de lapso entre la primera novela biográfica de Loquillo y esta. "Me he tomado mi tiempo para contar mi historia, sin caer en el tópico del ajuste de cuentas, que es algo que me aburre muchísimo. Esta es una polaroid de una España concreta sin más", ha subrayado.

"Si salías a la carretera, aquella España aún arrastraba el tardofranquismo. (Los 80) no eran tan fantásticos como los pintan", ha relativizado, antes de asegurar que no siente "ninguna nostalgia" de aquellos años: "Viví mi juventud como la tuve que vivir; creo que no hay nada peor que vivir lo que no has vivido cuando ya tienes 50".

"Quería llegar hasta 1987, cuando se termina todo, porque lo siguiente es el tópico del tópico: el triunfo del artista, ser lo más salvaje posible... Pero eso no me parece interesante, sino el inicio de unos chavales de barrio y su amor por el rock and roll, por ser diferentes y colectivistas en una Barcelona en transición", ha explicado.

"Para mí la vida sobre todo es aprendizaje. Jamás he renunciado a mi pasado, pero miro a mi futuro. Cada libro, cada disco, es un triunfo más y he visto pasar a muchos por delante de la puerta de mi casa. Todos los que me infravaloraron a mí o a una generación de artistas se lo están comiendo con patatas. Hay que buscarse los mejores enemigos, porque eso te ayuda a crecer", ha dicho.

Entre sus planes más inmediatos se encuentra grabar su próximo álbum en Girona junto a compositores de cuatro generaciones, entre los que ha citado a Leiva, Santi Balmes, Luis Alberto de Cuenta, el propio Carlos Zanón o el asturiano Igor Paskual.