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Crítica / Teatro

Grietas sin cerrar

Israel Elejalde se doctora como director de escena con "Traición"

Irene Arcos y Raúl Arévalo, en escena. RICARDO SOLÍS

No hay mucho que ver en Torcello. Es una isla antigua más o menos deshabitada. Todo lo contrario de lo que sucede en piazza San Marco. En piazza San Marco están profundos los cimientos del edificio romántico por excelencia. Solo te fotografías con la mitad de tu vida, con la mitad de tu tiempo, con la mitad de ti mismo. No sucede igual en Torcello. Nadie viaja a Torcello. Pero Torcello es muy importante en "Traición". Antes de anoche, en el teatro Palacio Valdés, en Avilés, se notó mucho. Un estreno nacional de relumbrón. Mola.

"Traición" es un drama protagonizado por tres gilipollas. A cual más. Lo peor es que cada uno de los tres gilipollas, cuando actúan, hacen que cuantos estamos contemplando la escena nos sintamos concernidos por esas tres gilipolleces complementarias. Harold Pinter se planteó su "Traición" a finales de los setenta. Han pasado cuarenta años de todo aquello y seguimos, los de entonces, siendo los mismos. La vida es una corriente idiota del tiempo, es un devenir sin sentido, una rambla que arrambla con todo el presente.

En "Traición" hay tres tipos como salidos de una novela vieja de Ford Madox Ford: siete años de traición, siete años de sospecha, siete años de corazón roto. "Traición" es un drama terriblemente triste. Y uno se siente embaucado por esa tristeza general: la de ella (Irene Arcos), la de Robert, su marido (Raúl Arévalo) y la del traidor (Miki Esparbé). Los tres actores juntos acongojan. Pero acongojan porque Israel Elejalde dirige como si nada, como si fuera una estrella universal (y solo es su sexta dirección escénica; no se olviden de él, se lo recordaré). Acongojan porque la vida de tres idiotas perdidos en el universo del presente embauca a todos cuantos estamos pendientes de los 85 minutos más tristes del mundo. Una tristeza que no tiene nombre, una tristeza para todos los caminos, una historia de grietas para todos los que acogemos el palpitar caluroso de los corazones, para todos los que nos hemos olvidado del hielo.

Lo mejor de "Traición" es la propia "Traición": la del mejor amigo sobre su sombra, la del amante sobre su amado? La vida es una continuidad de traiciones, de sombras, de risas? Todo eso es lo que Israel Elejalde compone entre cajas: los dos amigos, la mujer de uno de ellos, los hijos perdidos en las tardes. "Traición" sin Arcos, Arévalo ni Esparbé no hubiera sido lo mismo. Pero tampoco sin ese vestuario señero (Sandra Espinosa), ni ese juego de luces fosforito (Paloma Parra). Y todo así, con la escena terrible de Venecia -con esas hostias sobrevolando cada palabra-, con los dos amigos mamándose en un bar oscuro, como si todo hubiera sido nada. "Traición" es un drama tristísimo, tanto que cuando se escapa de la carcajada, la risa es solo del tamaño de una implosión, como si la carcajada no tuviera hongo atómico que ser contemplado. Israel Elejalde dio un doble salto mortal con "La resistencia" y, ahora, con "Traición", revalida su doctorado como director de escena, como muñidor de la sincronía y de la simetría. Que el amor es un campo lleno de trincheras, de cadáveres, de vidas que pudieron ser. Y también de sombras. Como un espejo. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la agonía.

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