Hasta hace muy poco resultaba complicado encontrar en la selección de los festivales internacionales películas dirigidas por mujeres. Que estas películas alcanzaran un galardón podría considerarse una excepción, un hecho aislado. Solo hace falta repasar el histórico de Cannes y comprobar que tan solo la neozelandesa Jane Campion logró la “Palma de Oro” del festival, con “El piano” en 1993.

Poco a poco las cineastas han ido conquistando muchos de esos territorios a los que parecían no tener acceso por culpa de una industria profundamente masculina, al mismo tiempo que las estructuras internas de los festivales y galardones se iban adaptando a los nuevos tiempos incorporando equipos paritarios. Un largo camino hasta llegar a este extraño y pandémico 2020, en el que las mujeres han hecho prácticamente pleno en todas las competiciones cinematográficas, hasta el punto de que lo verdaderamente anómalo, por una vez, es encontrar una película dirigida por un hombre en lo más alto del palmarés.

El año de las cineastas

En Málaga triunfó “Las niñas”, ópera prima de Pilar Palomero; en Venecia (y Toronto), “Nomadland”, de Chloé Zhao; en San Sebastián, “Beginning”, otro debut, en este caso de la georgiana Dea Kulumbegashvili, que hizo historia al acaparar los cuatro premios más importantes (entre ellos mejor dirección), y ahora en el Festival Internacional de Gijón acaba que ganar Kelly Reichardt gracias a “First Cow”.

Una mirada distinta. En cuanto a la temporada de premios, a falta de que se anuncien los “Globo de Oro”, los “Oscar” y los “Bafta”, podemos tomar como punto de referencia los “Gotham Independent Film Awards”, que se otorgarán el próximo 11 de enero: todas las películas nominadas están dirigidas por mujeres. Además de “First Cow”, de “Nomadland”, también se incluye “The Assistant”, de Kitty Green, “Nunca, casi nunca, a veces, siempre”, de Eliza Hittman (Gran Premio del Jurado en Berlín), y “Relic”, de Natalie Erika James.

Kelly Reichardt.

Si algo tienen en común todas estas propuestas es su capacidad para ofrecer una perspectiva poco acomodaticia del universo femenino que escapa al reduccionismo y a la mirada paternalista. Madres solteras que tienen que hacer frente a los ecos de una sociedad en la que perviven la represión y el machismo a la hora de juzgar a las mujeres (“Las niñas”), reflexiones en torno a los desheredados a través de los ojos de una superviviente que decide vivir de espaldas al sistema para encontrar por sí misma su lugar en el mundo más allá de las presiones que impone la sociedad (“Nomadland”), adolescentes que abortan solas y se encuentran totalmente desprotegidas frente a los hombres depredadores y los abusos institucionalizados (“Nunca, casi nunca, a veces, siempre”) y la esposa de un testigo de Jehová que se encuentra bajo el yugo de una estructura patriarcal que la oprime y anula (“Beginning”).

Chloé Zhao.

Marcada militancia. En todos los casos encontramos una militancia muy marcada a la hora de proponer ficciones de denuncia que nos enfrentan a historias que hasta el momento habían sido silenciadas porque nadie se había interesado en poner el foco ahí. Historias que hablan de diferentes grados de sometimiento y de la necesidad de liberarse de las cadenas de esas imposiciones que pueden llegar a través de la religión, de la educación o procedentes del sistema laboral capitalista.

La cuestión es que, en todos los casos, aquello que se anhela es la independencia (sobre todo de los hombres), la necesidad de romper con todo y empezar de cero. Puede que sea una casualidad, pero el elemento atávico, la naturaleza y el encuentro con las raíces adquieren un espacio fundamental que genera un discurso en torno a la identidad muy interesante.

Pilar Palomero.

La mayor parte de estas directoras están hartas de las etiquetas porque precisamente hacen cine para librarse de ellas. Al igual que sus protagonistas, son mujeres que desafían las convenciones y no le ponen nada fácil al espectador que sienta empatía con sus criaturas.

Adiós a la imagen de la mujer sumisa, llena de virtudes y que siempre tiene que caer bien. Ahora los retratos femeninos son mucho más poliédricos y esquinados, más oscuros y moralmente ambiguos. Y como tema de fondo, ¿por qué se sigue juzgando a las mujeres de una manera más dura que a los hombres? Ese es el quid de la cuestión que estas películas pretenden dilapidar para superar el estigma.

No sabemos todavía qué derroteros tomará la temporada de premios. Seguramente sea el año de “Mank”, de David Fincher, pero por primera vez hay más mujeres favoritas que hombres y, lo más importante, que son capaces de abordar temas importantes sobre el mundo en el que vivimos, parábolas sobre una sociedad herida que acaba de salir de la era Trump, azotada por el pensamiento reaccionario, en la que están presentes nuestras miserias, sí, pero que también de alguna manera nos reconcilian con el ser humano.