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Isabel Preysler, la “leyenda rosa” de 70 años

La “socialité” por antonomasia aborda una nueva década desde su trono incontestable de “reina de corazones”, ganado a pulso por sus “conquistas”

Isabel Preysler, junto al escritor Mario Vargas Llosa.

Hasta que llegó ella a España, hablar de la reina Isabel era evocar a Isabel la Católica, a Isabel II la “Reina Castiza” o a la incombustible Isabel II de Inglaterra. Pero fue poner los pies en suelo hispano y comenzar a forjarse la leyenda de la cuarta “monarca Isabel” más conocida entre los españoles: la “reina de corazones”. Isabel Preysler cumplió ayer 70 años después de haber transitado por cinco décadas de la historia de España como la diosa incontestable de la prensa rosa. ¿Pero cómo se fraguó el imparable ascenso a los altares mediáticos de una tímida jovencita filipina que arribaba a España a finales de los 60 en medio de la indiferencia general?

Isabel Preysler Arrastia nació en Manila (Filipinas) el 18 de febrero de 1951 en el seno de una familia acomodada y pudiente. Su padre, Carlos Preysler Pérez de Tagle, era delegado del Banco Español de Crédito en Manila y descendía de españoles cercanos a la corte alemana del emperador Carlos V que emigraron a Filipinas cuando era colonia hispana. En cambio, su madre, Beatriz Arrastia Reinares, era dueña de una agencia inmobiliaria y descendía de los indígenas pampaganos de Bataán, rasgos físicos que acabó heredando la pequeña Isabel.

Preocupados por la proliferación de las drogas entre los “hijos de papá” de la capital filipina, sus padres la mandaron a estudiar a Madrid cuando tenía 17 años, como hacían muchas familias ricas de la época. Todavía funcionaba el “sueño español” de ver colocada a la hija entre las élites madrileñas por vía matrimonial, lo que aconsejaba que la niña se fuese a vivir con su tía materna Tessy y su marido, el embajador Miguel Pérez Rubio.

Allí en Madrid acude a un colegio religioso de señoritas y estudia Secretariado, conforme al guion que marcaba el momento. “Algunos desalmados vendían drogas en Manila a las puertas de los colegios. Yo por suerte me libré porque me fui y me casé a los 20 años”, confesaba hace unos meses Isabel al recordar la muerte de su hermano Carlos por culpa de las sustancias psicotrópicas.

Al poco tiempo de llegar a Madrid, se hizo amiga de la nieta mayor de Franco, Carmen Martínez Bordiú, ya que sus tíos y los marqueses de Villaverde eran amigos. Ahí empezó a frecuentar las fiestas de la alta sociedad madrileña, conmocionada por acoger en su seno una belleza tan exótica. Los finos rasgos orientales de la damisela filipina no pasaron inadvertidos en aquellos selectos encuentros de la “jet set”, aunque sus flirteos con algunos hombres no acabaron en nada serio hasta que se cruzó en su vida Julio Iglesias.

Isabel conoció al hombre que la iba a catapultar para siempre a la fama en una fiesta organizada por Julio Ayesa. Por aquel entonces, el cantante no dejaba de ser una joven promesa de la música a la que una inoportuna lesión le había arruinado su futuro como portero del Real Madrid. Su única tarjeta de presentación era haber ganado el Festival de Benidorm con “La vida sigue igual”, pero ya nada iba a ser igual después de conocer a aquel bellezón filipino que le hizo caer a sus pies.

Para empezar, tuvieron que casarse “de penalti” recordando los inicios futbolísticos del novio. En aquella España pazguata, era un escándalo que una mujer se casara embarazada, por lo que hubo que mantener en secreto tan enojosa circunstancia. El 20 de enero de 1971, Isabel Preysler y Julio Iglesias se daban el “sí, quiero” en Illescas (Toledo) ante 1.500 invitados y en medio de un mar de lágrimas. “Nunca he visto a una novia llorar tanto”, ha confesado el periodista Jaime Peñafiel, consciente de la “embarazosa” situación por la que atravesaba la novia.

Para completar la jugada, los padres de Chábeli hicieron ver a todo el mundo que la niña llegaba de forma prematura, ya que las fechas de la boda y del parto (3 de septiembre de 1971) no encajaban. Como iba a pasar en otras ocasiones, el cantante llegó tarde al alumbramiento. “Julio aparecía, se fotografiaba, la dejaba embarazada y se marchaba”, cuenta Peñafiel.

Cansada de las continuas infidelidades de su marido, Isabel decide poner punto final a su matrimonio en julio de 1978, después de haber tenido a sus hijos Julio José (1973) y Enrique Miguel (1975). A partir de ahí, los dos se enzarzan en una carrera desenfrenada para ver quién ocupa más portadas en las revistas del corazón.

Dos años más tarde, conoce al Marqués de Griñón, Carlos Falcó, y se casa con él el 23 de marzo de 1980. Ahí se inicia su etapa más bucólica y campestre, ya que tuvo que irse a vivir a una finca de Toledo donde el marqués ejercía su profesión de ingeniero agrónomo. En noviembre de 1981 nace Tamara, pero solo dos años después comienzan los rumores de separación de la pareja, pese a que Isabel se refiere siempre a su marido como un “señor”. La ruptura definitiva se produce en 1985, con la sombra del entonces ministro socialista de Economía, Miguel Boyer, planeando descaradamente sobre la “reina de corazones”.

En febrero de ese año, Carlos Falcó llegó a casa, vio un ramo de flores y le preguntó a la doncella quién lo había enviado. “Es del señor Boyer”, contestó. A partir de ahí se origina una de las tormentas políticas más virulentas del Gobierno socialista de Felipe González, con la prensa rosa de testigo nada mudo. Las tensiones políticas entre el vicepresidente Alfonso Guerra y el liberal Miguel Boyer se recrudecieron con el salto del ministro al papel cuché, que no era bien vista por los guerristas más puritanos. Meses después, Boyer presentaba su dimisión para liberarse del “fuego amigo” y poder disfrutar en paz de su conquista amorosa.

Con su boda con Boyer en enero de 1988, la Preysler inicia la etapa más estable y feliz de su agitada vida sentimental, pese a que nadie daba un duro por el futuro de la pareja. Al año siguiente, el 18 de abril de 1989, el nacimiento de su hija Ana vino a completar el círculo virtuoso de la felicidad, pero todo se truncó en 2012 cuando el exministro sufre un ictus. Isabel se remangó, se puso manos a la obra y se volcó en cuidar a su marido, hasta el punto de transformar su casa en una suerte de hospital. Pero la abnegación de la filipina durante dos años no fue suficiente y Miguel Boyer acabó muriendo el 29 de septiembre de 2014 a consecuencia de una embolia pulmonar.

Del hundimiento que le produjo su fallecimiento solo la pudo sacar el escritor peruano Mario Vargas Llosa, a quien conocía de sus veranos en Marbella con Miguel. La “reina de corazones” y el Premio Nobel volvieron a encontrarse en el verano de 2015, pero esta vez fue para iniciar una relación sentimental que todavía perdura.

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