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Buenas noches... a casi todos

Un gran Javier Gutiérrez lidera “Reyes de la noche”, serie con buen ritmo, diálogos agudos y veraces personajes sobre una guerra en la radio

Javier Gutiérrez.

Qué tiempos: un país mecido por las ondas de la radio deportiva en madrugadas de goles a todo pulmón. En la cima, un titán: Paco el Cóndor, hombre de micro amartillado capaz de tumbar a un seleccionador nacional (“rigurosa exclusiva” y en “riguroso directo”) sin que le tiemble la voz. Puro en ristre. Malos humos se gasta El Cóndor para mantenerse arriba. Ojo al dato, ojo al dardo: recogecebollas, aprendiz de bufón, masajistas de morgue. Avisa y no es traidor: “Buenas noches... a casi todos”. El éxito como afrodisíaco: toca, toca, le pide el Cóndor a un miembro de su equipo llevándole la mano al ídem. Como una roca. En Reyes de la noche (Movistar+, viernes) la testosterona hierve, el tabaco apesta, el machismo convierte a las mujeres en locutoras de charlas de medianoche que atraen a salidos o enajenados que se creen espiados por... Cela. España en cueros.

La serie da sus primeros pasos con una creciente sensación de veracidad. Apenas sale a la calle, así que la ambientación no exige grandes presupuestos: manda el guión. Y está bien hilvanado, los personajes tienen un dibujo retorcido que les aleja de la caricatura que les amenaza porque tiene unos cimientos construidos sobre un terreno real: José María García y José Ramón de la Morena. Hay evidentes conexiones con unos perfiles muy marcados en la memoria de millones de españolitos en modo dial, sobre todo García, del que se rescatan algunos rasgos obvios en lenguaje y ciertas artimañas, pero echándose al monte a la hora demonizar el personaje. Puestos a comparar, la torrencial personalidad de El Cóndor eclipsa a Jota Montes: el maestro jibariza al discípulo.

“El trono no se defiende con besos, se defiende a hostias”. El villano curtido en mil batallas siempre tiene más enjundia siempre que el alumno ambiciosillo. Un villano con sus propios dramas personales (esposa enferma, hijo en el que no se reconoce) y un alumno que no duda en entrar al trapo de la guerra sucia como método de supervivencia frente a un rival poderosísimo. Y que es una bestia desencadenada de periodismo de la antigua escuela con métodos despiadados. Cuando se pasa a la cadena de los obispos con su arsenal de aguijones machistas, insolencias y ataques frontales a sotanas y viejas glorias, El Cóndor pisa callos por doquier para que su obsesión no deje prisioneros: “Quiero a España entera pegada a la radio”. Lo tiene claro: “No somos testigos, somos protagonistas”. El fútbol le queda pequeño y es capaz de encerrar el estudio a políticos y pilotos para solucionar una huelga. A Jota Montes solo le queda recibir golpes en la audiencia y en la moral, más si cabe cuando recurre a un fuego cruzado de insultos que producen vergüenza ajena. Alrededor de los púgiles, una fauna dispersa de periodistas, ejecutivos y colaboradores que se mueven entre lo pintoresco, lo cruel y lo cómico, con un Jesús Gil (aquí no hay disimulo que valga) a modo de fuego amigo y enemigo. A la vez.

De ritmo bien articulado, con diálogos destemplados que hacen de la pantalla un partido de ping-pong verbal y con apuntes punzantes de ciertos ambientes tóxicos, Reyes de la noche, a la que solo le sobra algún exceso mal encajado (el cable arrancado, el falso asalto a la casa, la pecera atacada, una pelea a puñetazos) se beneficia de un reparto muy bien modulado en el que sobresale, nuevamente, un Javier Gutiérrez que hace malabarismos interpretativos para componer un personaje lleno de aristas e incluso tiznado de desvalimiento, un periodista de raza con la coraza más vulnerable de lo que él mismo piensa.

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