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El relato de Rocío agita el debate social

El final de su testimonio televisivo coincide con un repunte de casos de violencia de género

Rocío Carrasco, en la docuserie de Telecinco.

Las mujeres asesinadas por la violencia machista las últimas semanas son un bochorno para cualquier Estado, para cualquier sociedad que pretenda proteger a sus vulnerables. En este contexto el Gobierno ha pedido la convocatoria urgente del pacto contra la violencia de género y se habla de un “plan de modernización”. Todo esto mientras la ultraderecha alimenta con su sinrazón la voracidad de los negacionistas, aquellos que prefieren intentar tapar con un dedo la violencia machista y el machismo en general antes de enfrentarse a una realidad que los saque del ventajismo en que viven instalados.

A este colectivo proclive a negar lo racional y razonable, especialmente cuando de reivindicar derechos de las féminas se trata, no ha gustado un ápice la docuserie en la que Rocío Carrasco Mohedado, en horario de máxima audiencia en Telecinco, ha narrado desde marzo su versión de lo que durante dos décadas ha denunciado en los juzgados (con desigual resultado) como maltrato continuado por parte de su exmarido, Antonio David Flores. Ella, que esta noche pone fin a su relato con una entrevista, había permanecido lejos de los focos, pero no de la trituradora “de la industria del corazón”, como la denominan sus creadores y beneficiarios. El que fuera antaño su cónyuge no lo permitió: durante dos décadas ha estado sentado intermitentemente en los platós, criticando y machacando la imagen de su exmujer, seguro de que la protagonista de su desguace mediático no le daría la réplica. No tendría fuerzas para intentarlo y asumir más desgaste. Y de que su relato no sería cuestionado. Y no lo fue, en líneas generales. ¿Que él pudo decir algunas verdades? Claro. Tantas como mentiras. O la mitad. O la cuarta parte. O ninguna. Es lo mismo. Nadie pedía explicaciones.

Todo lo contrario le ha ocurrido a Carrasco. La mujer. La hipotética víctima. Ha inundado la pantalla de documentos jurídicos, informes periciales y médicos, pero al batallón de ciudadanos que semanalmente ha seguido su versión de la tortura que manifiesta haber vivido, no sin llamativos claroscuros formales, ha de sumar el ejército que le cuestiona hasta el modo en que llora o la corrección con la que se expresa. Se le exigen detalles sangrantes para otorgarle la duda de la credibilidad. “Revictimización” se llama, un término con el que seguro se han familiarizado ya los habituales al documental gracias a la participiación en los debates paralelos de expertas como Ana Bernal Treviño. Otros vocablos como “violencia vicaria”, “luz de gas” o “transtorno negacionista desafiante” en los menores que llegan a ejercer violencia sobre sus progenitores se han hecho un hueco, para sorpresa de muchísimos y contra pronóstico, en este Rocío Carrasco, contar la verdad para seguir viva, que algunos han confundido con un juicio o, lo que es peor, con un partido de fútbol.

Ese era el riesgo de darle espacio de audiencia máximo al relato de una víctima famosa, y que ha participado en un formato que ha mezclado a especialistas en psicología, derecho o feminismo para hacer pedagogía con estrellas del corazoneo que, hasta hace unos meses, compadreaban con Flores, al que ahora no dudan en tachar de verdugo.

Su caso ha suscitado también el interés de parte de las autoridades políticas, preocupadas por las cifras de maltrato machista y sabedoras de que no hay campaña institucional que pueda llegar a tantos hogares como un programa de Telecinco. El CIS de abril evidencia que apenas un 0,3% de españoles cree un problema acuciante la violencia de género. Un mes después, hay que enterrar a siete asesinadas. En situaciones así, ¿ayudan testimonios como el de Carrasco? Ella misma responde. “Lo que yo hice es un error. Sí y absolutamente. Yo reconozco que mi actitud de estar en silencio durante 20 años es un error… sé que ese error también me ha permitido mantener mis principios. No los de nadie, los míos, porque yo no soy abanderada de nada […]. Pero las mujeres no lo tienen que hacer. No. Tienen que gritarlo [que están siendo maltratadas]. Tienen que tatuárselo si hace falta. Tienen que decir lo que les pasa desde el minuto cero”, enfatizó Carrasco en el último capitulo.

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