Se crio en el seno de una familia adinerada en Soto del Barco como Ángela Fernández del Rey, su madre la llamaba “Angelitina” para reprenderle a modo cariñoso cuando se escapaba del Conservatorio a los 9 años para entrar en bares de jazz, y desde hace décadas Asturias la conoce por el apelativo de Ángela Show, una icónica bailarina que coronó la noche ovetense. Trabajó en paraísos del espectáculo como Ibiza o Miami, Berlusconi le dio 500 euros por indicarle la ubicación del baño de un local, cenó en yates con empresarios y compartió vivencias con personajes de todos los colores. Hace dos días estrenó su documental autobiográfico “Glamour y transgresión”, producido por Emilio Ruiz Barrachina. Podría pensarse que se encuentra en la cúspide de su trayectoria; pero ella asegura que es como Benjamin Button: “Cualquier día regreso al vientre de mi madre y cuando vuelva a salir voy directa a Hollywood”.

En esta vida utópica el destino final es California, pero el origen se mantiene imperturbable: su amada tierra asturiana. “Nací en Grado y lo vendo con orgullo allí a donde voy”, asegura la artista. Creció a base de biberones de fosfatina sobre las rodillas de María –quien a efectos prácticos hacía las veces de criada, pero para Ángela fue una “tata”– en la extensa parcela familiar de Soto del Barco. Los apellidos de su estirpe la dotaron de oportunidades y una buena educación; pero Ángela quería ponerse corsé, no vivir encorsetada: “Desde muy pequeña sabía que lo mío era bailar. Aunque, en mi casa me decían que eso era mejor dejárselo a las malas mujeres”. Ya de niña desfilaba sobre los tacones de su madre; pasarela que presenció Lola Flores cuando acudió a su casa y al verla sentenció: “¡Guerra a la vulgaridad!”. Aunque la idea era culminar la carrera de piano en el Conservatorio de Oviedo, su mente seguía otro ritmo y a los 16 demostró que lo suyo no era pasar de puntillas: fue declarada campeona de danza en siete discotecas de Asturias. Tras sudor y súplicas, su padre le firmó el consentimiento para acudir al programa ochentero “Aplauso”; también se hizo con la victoria.

Después de recibir las alabanzas que confirmaban su posibilidad de estrellato decidió emprender camino a las bravas: “Dije que me iba a por leche y me marché a Ibiza a los 17 años”. Estuvo tres meses haciendo espectáculos sobre patines en el emblemático club ibicenco Ku, ahora conocido como Privilege. Consiguió montar su propio espectáculo nocturno “Crazy Nights” y en una discoteca de Ponferrada contaba con un reservado a su nombre; por ambos han pasado gran cantidad de personajes icónicos. Siempre matiza que en el mundo del espectáculo es normal que te ofrezcan dinero bajo cualquier pretexto y eso refuerza el cliché de la “puta”, un apelativo que por desgracia parece llevar tatuado en la piel. “Cuando mi hijo Oliver tenía 3 años y recorríamos Uría la gente me silbaba y soltaba comentarios vejatorios”, esta historia puede extrapolarse a diferentes escenarios y compañías. Cuando consiguió compartir los estigmas familiares, la artista tuvo que hacer frente a los sociales: “Ahora me aplauden, pero en otras épocas era el bicho raro por ejercer mi derecho a la libertad”.

Se define abstemia y tranquila –exceptuando los dieciséis Cola-Caos que puede beber al día–. “Llevo sembrando toda mi vida, ya es hora de recoger un poco”, confiesa la bailarina, que desde el día de su cumpleaños, solo recibe buenas noticias. El viernes volvía del festival de Tina Turner en Madrid cuando recibió una llamada de Telecinco para ser invitada como primera asistente al programa de Belén Esteban. Con la experiencia pasada en “First Dates” y la mirada puesta en “Supervivientes”, la camaleónica estrella también parece apuntar maneras como icono televisivo.