José Luis Panizo González (Oviedo, 1955), mago conocido con el nombre artístico de Anthony Blake sigue presentando su último espectáculo, 'No vengas solo'. Hijo de una familia tradicional, saltó a la fama nacional en el mítico concurso 'Un, dos, tres' y desde entonces intervino en programas como 'Crónicas Marcianas'. Desde los platós y las actuaciones para empresas se le ocurrió crear sus propios espectáculos de teatro.

- ¿Regresó a Oviedo, su ciudad natal al librar el servicio militar?

- Quedé en casa de mis tías, en Madrid, hasta Semana Santa. Todos mis dramas con las mujeres hasta ese momento se acabaron: me harté de follar. Recién pelado pero moreno y con aspecto estupendo, entraba en un 'bareto', pedía una copa, sacaba una baraja, hacía un juego, soltaba tres gracias y pillaba€ pillaba en el ascensor, en el cuarto de las escobas del portal... pero pillaba. Volví muy reforzado. Quité primero de Medicina, casi todo segundo menos las dos Anatomías y tercero, menos la Patología general. Por la Fisiología de segundo se me agotaron las convocatorias y tuve que matricularme a Valencia, donde estudié muchísimo y actué en el casal fallero de la tía con la que estaba enrollado.

- ¿Qué le pareció Valencia?

- Me dio una dimensión mediterránea. Desde el punto de vista artístico, me aportó mucho. Volví a matricularme en Valencia al año siguiente, aunque la mayor parte de los meses los pasé en Madrid y entré más en contacto con Juan Tamariz, Juanito Antón y la escuela mágica de Madrid, que practicaba las teorías del maestro Arturo de Ascanio, la magia de cerca.

- ¿Qué es eso?

- Era la última tendencia en Estados Unidos. El mago no es un señor a 10 metros en un escenario sino a 10 centímetros de una persona. Juanito Antón me dejó un libro, "Magia y presentación", y leí en una noche sus 320 páginas con tal fascinación y lucidez que me di cuenta de que me lo sabía entero sin haber hecho el más mínimo esfuerzo por memorizar. Eso me produjo un 'crack' pasé a tener, cada vez más, la magia y la baraja al lado de los apuntes. Ni me planteaba vivir de la magia, pero se volvió mi gran vía de escape.

-Vuelve a Medicina en Oviedo

- En febrero y diciéndome "tómatelo en serio". Me presenté a una asignatura en junio para probar, sin saber que era mi última convocatoria. Suspendí y en octubre me dijeron que no me podía matricular. Hice un año sabático porque no me admitían en ningún sitio. Al siguiente entré en Santiago. En esos años me salieron algunos bolos. Me echaba una mano Fredy Peláez, el del dúo artístico "Cany y Fredy".

-¿Lo sabía su madre?

- No, y como tenía poco de tonta, yo tenía que organizarme. Preparaba el maletín y el traje y, cuando mi madre estaba liada en la cocina, lo sacaba al descansillo de la escalera. "Mamá, que viene Fredy a llevarme a la Facultad". Bajaba y dejaba en el portal maleta y el traje. Salía al coche. Mi madre, en la ventana. Fredy saludaba a mi madre. Antes de meterme en el coche me daba un golpe en la frente y volvía a casa por algo que había olvidado. En ese momento, Fredy entraba en el portal, cogía la maleta, la metía en el coche. "Olvidé una libreta, mamá". "Siempre estás igual". Bajaba, coche, adiós, adiós. A las nueve y media de la noche llamaba desde donde estuviera el garito en el que iba a actuar: "Mamá, me quedo a cenar en casa de tal. Si se me hace tarde me quedo a dormir".

- ¿Cuándo llegó el momento de la magia?

- En Santiago de Compostela. Nada más llegar, me busco la vida en dos garitos: el Tamboura, que era pijo, y el Club de Jazz, que era el 'progre'. Mi primer número al llegar al Club de Jazz fue liar un canuto invisible: llevo las manos a la boca, enciendo una cerilla, sale una bocanada de humo y se lo paso a uno que estaba a mi lado. Da una calada y grita: "¡Hostia, tío, que esto es bueno!". Trabajaba cada quince días y estudiaba cada vez menos. Estudié Medicina nueve o diez años, una indecencia que no me perdono y no perdono haberle hecho a mi madre; pero no encontraba qué me motivara. Aquel año leí a Carlos Castaneda.

- ¿Cuáles fueron sus inicios de la carrera del mago?

- Un puticlub de Gijón, todos los días menos los lunes, durante un par de meses. La mujer más atractiva era un transexual y la más graciosa una argentina de 160 kilos que si la sacabas del tono en que cantaba eran todo gallos. Del resto, ni me acuerdo. Fue a verme mi hermano el médico, mi héroe defenestrado -en fin, ya pasó, ya pasó-, y me dijo: "Chaval, yo que tú cambiaba". No le gustó lo que hacía. Tenía razón: no tenía el espectáculo bien estructurado.

- ¿Ganaba dinero?

- Entre 5.000 y 10.000 pesetas al día, un pastón. Volví a Oviedo, pero la tensión con mi madre subió mucho. Yo era de salir de copas y me encontraba con todos los colgados de Oviedo. Invitaba y tenía un montón de amigos pero, para el que me veía desde fuera, era uno más de los colgados, así que cuando iba a pedir una subvención a los consejeros o a los concejales que encontraba de noche, me la negaban. Fui a vivir a Gijón, sin trabajo, a la casa de verano de mi madre en Doctor Hurlé y llegué a deberle seis meses de bocadillos a la del bar Oleastro, que me los subía a casa. A los pocos meses me salieron actuaciones en Oviedo, Gijón y por Asturias. A mediados de los años ochenta todo fue a mejor.

-¿Cuándo llegó a Madrid?

- En 1987. En Selaya (Cantabria), me vio actuar uno que programaba en el Garden de Bilbao. En ese local me vio uno que programaba también en el Sambrasil de Madrid, un puticlub del que habían salido Moncho Borrajo, Patxi Andión, 'Cruz y Raya' y los primeros Tip y Coll... En Madrid me ayudaron mucho desde la escuela mágica de Madrid y me llevaron por ahí Pepe Carrol y Tamariz en los años de la posmovida, que tenía mucha actividad.

- Seis meses en el Scala Meliá.

- Hasta que le digo al que pagaba, que era un déspota: "Me voy por no aguantarte".

- Allí le vio Chico Ibáñez Serrador, saltó al 'Un, dos, tres' y se hizo famoso. ¿Y, entre tanto?

- Me casé, después de una relación larga, siete días antes de que naciera mi primera hija. Me divorcié dieciocho meses después.

-¿Fue un padre presente?

- Me la quitaron de en medio. La madre, pobre, era alcohólica. A los 14 años vino a vivir conmigo, pero ya muy maleada. Intenté recuperar el tiempo, pero no se puede hacer de la misma manera. Al año y medio de divorciarme conocí a mi mujer actual y flipé con sus ojos. Nos fuimos viendo, a los cuatro años nos casamos y ahora tenemos dos chavales maravillosos con los que tengo toda la presencia que puedo y más.

- ¿Qué tal siente que lo trató la vida?

- Muy bien y si dijera lo contrario sería necio y desagradecido. No me regaló nada, pero he hecho de mi pasión mi profesión y no he sentido la maldición bíblica del trabajo. Sigo con la misma pasión.