Hablar de cáncer es hablar de una de las enfermedades más incidentes del siglo XXI. Si en 2012 las cifras de pacientes diagnosticados en nuestro país ascendía a 215.534 casos, será en 2020 cuando esta cifra supere las estimaciones pautadas alcanzando 247.771 víctimas según la SEOM (Sociedad Española de Oncología Médica).

Por ello, es necesario apostar por un abordaje más global que no sólo se dirija a la cirugía y los tratamientos coadyuvantes (quimioterapia, radioterapia y farmacoterapia), sino que también dé cobertura a las secuelas que se pueden manifestar tras pasar por un proceso como éste.

La supervivencia aumenta y los pronósticos son más favorables, por lo que es necesario entender y comprender qué cambios se dan en los pacientes y cuáles somos capaces de resolver a través de la fisioterapia.

En algunas ocasiones, el paciente se debe someter a cirugía para extirpar el tumor (o parte del mismo) y el tejido circundante. La intervención quirúrgica puede provocar problemas relacionados con el sistema nervioso central que derivan en una disminución del umbral de dolor a la presión (la capacidad de resistencia a estímulos dolorosos). A esto se une la afectación de la cicatriz posquirúrgica, que daña los tejidos blandos contribuyendo a la aparición de adherencias, contracturas y restricciones en el movimiento.

Tras el tratamiento principal, se llevan a cabo otros abordajes que complementan la recuperación y ayudan a que el problema no vuelva a aparecer. La quimioterapia y la radioterapia son tratamientos mediante sustancias químicas o radiaciones ionizantes que pueden tener efectos adversos sobre otras estructuras ajenas al cáncer. Retracción, fibrosis y pérdida de la elasticidad del tejido, atrapamiento de estructuras nerviosas y vasculares, alteraciones del estado psíquico y depresivo por afección del sistema inmune son algunas de las posibles consecuencias con las que conviven las personas que han sufrido esta enfermedad.

Muchos pacientes están sujetos a un tratamiento farmacológico de por vida. Líneas de investigación señalan que, entre otras consecuencias, puede provocar una alteración de la fibra cardiaca y condicionar, por lo tanto, la capacidad de perfusión sanguínea y el riego vascular.

De esta manera, nos encontramos con numerosas alteraciones susceptibles de tratar. El dolor, la función muscular, la fatiga y el linfedema son marcadores reversibles a través de un programa específico de fisioterapia. En muchas ocasiones, tras librar la batalla con la enfermedad, los pacientes caen en el olvido sintiéndose vulnerables e incomprendidos con sus dolencias.

Desde Fibras Fisioterapia contribuimos terapéuticamente a mejorar los diferentes síntomas señalados anteriormente, para fomentar la calidad de vida del paciente y desarraigar el contexto patológico de esta enfermedad.

Para ello, combinamos terapia manual y ejercicio terapéutico, rompiendo el patrón convencional de "educación al paciente oncológico y aumento de la actividad física" que proponen los servicios públicos. Es fundamental que el tratamiento motive y cree adhesión para que sea exitoso.

Integramos Indiba Activ Therapy, facilitando la vascularización y aportando al tratamiento un incremento importante del metabolismo celular, lo que nos ayuda a iniciar un proceso de reestructuración en los tejidos dañados.

Además, combinar Indiba con ejercicio terapéutico se traduce en éxito. La capacidad para integrar esta tecnología en sesiones de trabajo activo es muy versátil pues nos permite conseguir una buena resistencia muscular y cardiovascular, que son asignaturas pendientes en este tipo de pacientes. Trabajando la potenciación, la propiocepción y la estabilización mejoraremos las capacidades físicas del paciente y, por lo tanto, la interacción vital.

Para una información más detallada sobre el contenido descrito anteriormente pueden consultar nuestra página web: www.fibras.es.