Es zambullirse en el agua y Roberto Campo se pone "espídico". Se lanza a la piscina municipal de Teatinos, donde acude una día a la semana a sesiones de acuaterapia, y se siente un Tarzán, un poco como Johnny Weissmüller, y lo cuenta con tal entusiasmo que es inevitable pensar cómo se sentirá tirando por su cuerpo en seco. Roberto Campo carga con un diagnóstico de esclerosis múltiple desde hace diez años -ahora tiene 44-, y eso se ha traducido para él unas veces en rigidez y otras en espasmos: un cuerpo que no le obedece. Pero en el agua... "En el agua me vuelvo un niño: tengo otra vez cinco años", confiesa. Para comprobarlo basta mirarlo: no para quieto, avanza en el agua a trompicones, se cae, se levanta con la ayuda de su cuñada, Maite Carretero, que se mete con él en la piscina, se hunde, traga agua, la escupe, salta, se ríe... Durante la hora que dura la sesión de acuaterapia no piensa en lo mucho que le pesa el cuerpo: "A veces se me olvida que estoy enfermo: creo que no tengo nada, que estoy sano".

Roberto Campo lleva un par de meses acudiendo regularmente a las sesiones de acuaterapia que ofrece el Ayuntamiento de Oviedo en la piscina climatizada del complejo deportivo del barrio de Teatinos. En el grupo de ictus de los viernes, Roberto Campo es el único enfermo de esclerosis. Llama la atención entre su compañeros porque ellos se mueven lentamente, repitiendo trabajosamente los ejercicios que les va proponiendo Hugo Castellanos, su monitor. Los martes y los jueves, su compañera Sara Antuña se hace cargo de las clases.

Por ahora, los asistentes son personas que combaten con las secuelas del ictus -una decena-, con los síntomas de la esclerosis -otros tantos- o con alguna enfermedad mental -unos quince-. Para enero, el médico del Ayuntamiento de Oviedo José Luis Peralta, que dirige la Escuela Municipal de Salud, anuncia otro grupo, ahora para pacientes con depresión.

¿Y qué es lo que tiene el agua que sienta tan bien a estos enfermos? Hugo Castellanos, que lleva diecisiete años dedicado a la terapia deportiva acuática, explica que en el agua los movimientos son más ágiles, es posible afrontar giros y rotaciones que en el exterior son imposibles, llegar en silla de ruedas y pasar unos minutos de pie sostenido por el agua. En el agua, el cuerpo recupera cierta levedad. El agua es, además, relajante, las clases son divertidas y estimulan la relación social, entre los enfermos y sus familiares, que suelen acompañarlos y asistirlos en los ejercicios.

El neurólogo y coordinador de la unidad del ictus del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), Sergio Calleja, y la trabajadora social de los centros de salud mental de Ciudad Naranco y de Pola de Siero, Julia Pérez Lanza, tienen mucho que ver con este programa, y también las asociaciones de enfermos y familiares. Son ellos los que derivan al Ayuntamiento a los potenciales beneficiarios de esta terapia.

Luisa Ramos y su hija Beatriz Suárez se deshacen en agradecimiento a Sergio Calleja, sin ir más lejos. En febrero hará tres años del ictus de Luisa, que ahora tiene setenta y siete, y que hasta entonces hacía la casa, arreglaba la huerta y caminaba seis kilómetros todos los días. Cuando le sucedió, ella volvía a casa, en Villayón, andando, y de pronto sus piernas dejaron de obedecerla y por mucho que lo intentaba no lograba que se parasen. Salvó la vida, pero desde entonces tiene problemas de equilibrio, se marea y le flojean las piernas, y a eso se suman los achaques que van apareciendo con la edad, como una hernia cervical. Los medicamentos que le han recetado no le hacen efecto y reconoce que está "desengañada". "Ésta es la última esperanza", se repiten madre e hija, animándose la una a la otra, y responden como una sola persona cuando se les pregunta cómo va la terapia: "No nos hace daño, estamos mejor, con más movilidad, más autonomía...". Y es sólo el comienzo, puntualiza la hija, animosa, porque han asistido a cuatro sesiones y ya notan los efectos. Y algo parecido cuentan David García, que llega al borde de la piscina en su silla de ruedas eléctrica, y su esposa, María Amor Fernández. David lleva en el cuerpo dos ictus, uno en cada lado, y en el agua consigue mantenerse unos minutos en pie, algo que cuenta con una expresión de satisfacción en el rostro.

La clave estriba en asumir retos, ir subiendo de nivel, poco a poco; en concentrarse y no dejar espacio alguno al desánimo. "En el agua se puede asumir mayor número de tareas, sin tanto esfuerzo y sin el miedo a una caída", explica Hugo Castellanos. Y eso hace más fácil mejorar el tono muscular o fortalecer el tronco, cuestiones que marcan la diferencia cuando incorporarse en la cama sin ayuda es la marca a batir cada día.

El agua y las terapias acuáticas no lo curan todo, ni mucho menos, y deben estar adaptadas a las capacidades y las necesidades particulares. Pero sumergirse en el agua y sentirse ligero cuando el cuerpo es una pesada carga es ya todo un regalo, para el ánimo y para los sentidos. Y para los más entusiastas, como Roberto Campo, puede acabar convirtiéndose en algo "milagroso".