David Fernández Fernández pesaba 92 kilos cuando, el 2 de febrero de 2012, se quedó durmiendo al volante y chocó contra un árbol. Estuvo cinco meses ingresado en el Hospital Central Universitario de Asturias (HUCA), 43 días en coma, y tuvieron que amputarle la pierna izquierda a la altura de la rodilla. Al salir del hospital se había quedado en 69 kilos.

A día de hoy, pesa 107 y es capaz de levantar 170. Tinetense de 30 años, entrena en León con Manolo Martínez, medallista olímpico en lanzamiento de peso, y sueña con estar en los próximos Juegos Paralímpicos de Tokio, en 2020. Ostenta el récord de España de lanzamiento de peso en su categoría (11,07 metros) y ha logrado la mínima para participar en el campeonato de Europa que va a disputarse en Berlín entre el 20 y el 26 de agosto.

El asturiano se ejercita como un deportista de élite más y reconoce que, por encima incluso de la enorme mejoría física que le ha aportado el deporte, lo más importante que le ha dado es "reconocimiento social". "Al principio me miraban con cara de pena, y ahora hay niños que quieren hacerse fotos conmigo", explica. Las esperanzas que le daban a David cuando sufrió el accidente eran que iba a poder caminar 100 ó 200 metros. Como mucho. Hoy día no depende de la silla de ruedas. "Al deporte le doy mucho, pero a su vez me ha dado calidad de vida", explica.

David, concentrado en León, no ha podido unirse al resto de deportistas con discapacidad que, como él, pertenecen al ovetense club San Mateo y que ha reunido LA NUEVA ESPAÑA en el Palacio de los Deportes de Oviedo. Cuatro historias sobre cómo encarar el infortunio y encender una luz en medio de la oscuridad.

También Miguel Menéndez González ha llegado mucho más lejos de lo que se esperaba de él. Un accidente de tráfico lo dejó tetrapléjico en el año 2000. Sin embargo, vive solo, con su perro, y se traslada al Palacio de los Deportes cada día conduciendo su propio coche. Dentro de las tetraplejias, Miguel tuvo la más liviana (a la altura de la vértebra C7), pero, aún así, apenas tiene sensibilidad en manos y antebrazos, y casi toda la fuerza para impulsar su silla de ruedas la hace con los tríceps.

Es Miguel (Cangas del Narcea, 37 años) poco dado al sentimentalismo y subraya que, en su caso, siempre estuvo "bien de ánimo". "Cuando te pasa algo así, tienes que pensar en los que tienes alrededor, no eres tú solo", justifica. Él, que se autodefine como "muy frío", lo que más valora es la calidad de vida que le aporta la práctica deportiva: "Me da fuerzas para mi vida diaria, me muevo mucho mejor que alguien con mi misma lesión y que gente con lesiones menos graves". Empezó con la halterofilia y ahora se ha pasado al atletismo. Es algo normal, puesto que el motor que le impulsa para correr son los brazos, y las pesas le ayudan enormemente para hacer los 100 metros, la prueba de la que es especialista. También quiere probarse en los 400 y los 1.500.

Al que parece difícil verle de mal humor es a Jorge Álvarez Pérez, naviego de 56 años. Sufrió poliomielitis con siete meses y hace ocho años que empezó a hacer deporte. La enfermedad le tiene paralizado casi todo el lado izquierdo del cuerpo. Le cuesta ponerse en pie, pero es campeón de España de "Power lifting", algo similar al press de banca. No tiene ninguna duda de que el deporte le ha aportado "autoestima". "Cuando tienes una enfermedad así, no te valoras socialmente", explica. Añade que antes se sentía "un bicho raro" y que, ahora, competir por Asturias le hace sentir "orgullo".

El más joven de todos es también el que menos tiempo lleva en el club, apenas un mes. Pablo González Calvo, de 25 años, aquejado de espina bífida desde su nacimiento, probó con otros deportes antes de empezar con la halterofilia. "Poco a poco voy progresando", asevera. Reconoce que, en su caso, el deporte es prácticamente una necesidad para estar mejor: "Lo hago por obligación, aunque también me gusta el deporte. Quiero levantar cada vez más peso y llegar a ser como mis compañeros", agrega. Natural de Sevares (Piloña), reside en Oviedo desde los 16 años.

"Todo cambió desde que conocí a Lodario hace ocho años", cuenta Jorge Álvarez sobre Lodario Ramón, entrenador y alma máter del club San Mateo, de Oviedo. Una entidad que cada año acumula medallas en competiciones internacionales de halterofilia. En este club no hay diferencias entre los discapacitados y los que no lo son. "Si alguien las hace, se marcha inmediatamente de aquí", zanja Ramón.

También a Miguel Menéndez le hablaron de la halterofilia y del club de Lodario. Fue una vez que concluyó el periodo de rehabilitación pertinente. Desde entonces, los retos se le suceden.

A David Fernández fue otro amigo, Borja, el que le contó lo que se hacía en un pequeñísimo gimnasio situado en el Palacio de los Deportes de Oviedo, y también esa charla le cambió la vida: "Hablé con Lodario y con él empecé una segunda rehabilitación. Fue muy duro, pero el avance fue bestial". Señala Jorge Álvarez que lo que más le gusta de entrenarse en el club San Mateo, al que acude un par de veces al mes (allí Lodario le da los "deberes" para que los haga en casa), es estar "integrado" sin que una patología les distinga.

Es el milagro de Lodario y de su gimnasio, quizá el más productivo del mundo.