El pasado 16 de septiembre debuté en Berlín en una maratón. Esa distancia estuvo rondando mi cabeza los meses anteriores. Cuando llevas hechas varias medias maratones (21,097 kilómetros) y te apuntan a hacer una entera -a la enésima excusa que di me inscribió directamente mi hermano Alfonso, que lleva unas cuantas-, lo primero que piensas es: "Menuda locura, pero bueno, no será para tanto". Y tanto que lo es, pero para bien.

Comencé haciendo el entrenamiento por mi cuenta, al pensar que bastaba con lo habitual (correr por la senda a Fuso) aunque muchos más días y durante más tiempo. Sin embargo, a falta de dos meses y medio para la carrera, caí del guindo tras encontrar por casualidad en el supermercado a un tipo genial, Miguel Marina, profesor de educación física en el IES de Lugones. Entre naranjas, tomates y lechugas, le pregunté si sería necesario hacer algo más para preparar adecuadamente una maratón y, en tal caso, si conocía algún entrenador que pudiera ayudarme. La respuesta fue doble: "Claro que es necesario" y "sí conozco a un entrenador: yo mismo". Ahora puedo decir que si disfruté y terminé la carrera, con un tiempo aceptable además, fue gracias a esa conversación fortuita y al trabajo posterior con un buen entrenador.

La maratón nada tiene que ver con tus carreras anteriores. Requiere una preparación técnica específica, salvo que seas "Supermán", de quien hablaré al final.

Las siguientes semanas vas descubriendo que los abdominales no son algo que practicasen con intensidad Aznar y Bustamante, sino que forman parte del "entrenamiento de fuerza", al igual que el resto de ejercicios en el gimnasio, los cuales te permiten alcanzar el grado de resistencia necesario para la maratón.

Junto con el trabajo de fuerza, lo de entrenar corriendo va siempre por series, amigos, otra novedad. Eso de ir con los auriculares escuchando música a tu aire mientras haces kilómetros y miras el paisaje no es suficiente. Aprendes a hacer series, desde las de 200 metros hasta las de 6.000, en un tiempo predeterminado por el entrenador, así como en unas pulsaciones por minuto igualmente establecidas de antemano. Parece el acabóse, pero realmente funciona y es hasta divertido mirar y volver a mirar el reloj cuando vas corriendo a tope, con la lengua fuera. Las series dan una capacidad imprescindible para afrontar un esfuerzo prolongado durante tantos kilómetros.

A falta de un mes para la carrera llegan los "test", que yo creía que eran exámenes por escrito. Pues no. Resulta que consisten en hacer una media maratón, de nuevo en un tiempo y con una frecuencia cardiaca fijada por el entrenador, que en mi caso hice a mediados de agosto en Gijón, corriendo en solitario pero acompañado en bici por Miguel. Y después hay otro test de 12 kilómetros en el que averiguas lo que significa ir a tope "por la cuerda" (¿qué cuerda?) de la pista del CAU.

Al poco tiempo empieza lo bueno: el viaje al lugar de la maratón. Aquí conviene recordar un sabio consejo de mi hermano: "Lleva la equipación completa de la carrera como equipaje de mano, por si acaso en el aeropuerto pierden la maleta". "¡Qué exagerado!", pensé, y curiosamente la maleta no apareció hasta un mes después. Una vez en el lugar de la carrera, el ambiente era excepcional, si bien, por motivos nutricionales, de la gastronomía local únicamente puedes comer pasta.

Y por fin llega "el gran día", la maratón. En la de Berlín, casi 45.000 personas compartiendo la misma locura, cada uno a su ritmo; el de cualquier debutante es el que permita terminar la carrera. Dicen que Messi orina 20 veces antes de un partido importante. Yo reconozco que fueron más, hasta el momento justo en que sales y te pones a seguir a un atleta ("la liebre") que va portando un banderín que marca el tiempo exacto en que va hacer la distancia; el mismo que, según los famosos "test", puedes hacer tú. Pero, ay, no son infalibles. Hasta el kilómetro 25 fui detrás de la liebre de 3h:45 minutos, disfrutando de una organización y de unos ánimos del público espectaculares, al tiempo que vas reponiendo fuerzas en los avituallamientos. Sin embargo, en el kilómetro 26 empezó a dolerme mucho una rodilla y apareció el famoso "muro" (de toda maratón, no el construido allí en 1961), que básicamente consiste en la aparición de un pensamiento único: no merece la pena el sufrimiento, hay que abandonar la carrera. Por suerte, también se entrena uno para afrontar la llegada del muro, a lo cual se unió la súbita aparición de mi amigo Rubén, sportinguista, quien -¡cómo me vería de mal!- decidió animarme cantando a grito pelado el himno del Real Oviedo. Entre ese maravilloso cántico y otra parada a reponer, pierdes de vista a la liebre pero superas el muro, doy fe.

A partir de ese instante quedan todavía muchos kilómetros, es verdad, pero eres consciente de que ya has pasado lo peor, que vas a completar la maratón, y toca celebrarlo. Sí, festejarlo, porque la sensación es increíble. Da igual que manque de nuevo la dichosa rodilla porque ahora no te para nadie: corres, animas a los corredores que sobrepasas mientras escalan su particular muro, comes un plátano que sabe al manjar más exquisito, saludas a la gente como si fueses liderando la prueba y, cuando te das cuenta, estás a 2 kilómetros de la meta, con la Puerta de Brandenburgo al fondo. Los veteranos cuentan que la llegada en una maratón es algo indescriptible. Cierto. Pegas saltos que al caer te duelen hasta las orejas, pero da igual, levantas los brazos como si te hubiese tocado el bote del Euromillón, miras al cielo y lanzas besos... En fin, es toda una experiencia que recomiendo a cualquiera que, como yo, se decida a caer del guindo y prepare a conciencia los 42,195 km. Sí se puede.

Para terminar, dos cosas. Una: los veteranos también dicen que, cuando finalizas una maratón, al rato ya estás pensando en la siguiente. Es otra verdad como un templo, tengo elegida fecha y lugar para 2019. Y dos, que "Supermán" existe, se llama Eliud Kipchoge y batió el récord del mundo en Berlín, con un tiempo de 2 horas, 1 minuto y 39 segundos. Que las últimas palabras vayan, pues, en homenaje al fenómeno keniata.