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La doctora de tus sueños… y muchas historias más

Los anestesiólogos vivimos entre la leyenda urbana y la satisfacción de mitigar el dolor y salvar vidas

(Dedico este articulo a todos los sanitarios que en esta pandemia de covid-19 están poniendo en riesgo su vida para salvar las de otros: juntos, en equipo, ofrecemos un servicio científico y humano que toda la sociedad sabe valorar y que da un sentido profundo a nuestra profesión).

He elegido un titular un poco provocativo para llamar la atención sobre mi pequeña frustración. Llevo casi tres décadas casada, tengo dos hijos en edad universitaria y todavía es el día de hoy que en mi casa pueden preguntarme: “Oye, y además de dormir a la gente, ¿qué más haces?”. Si esto me lo dicen mi marido y mis hijos, a quienes doy la turra a diestro y siniestro con una especialidad que me apasiona, ¿qué podría decir quien casi nunca ha hablado con un anestesiólogo?

Sí, soy anestesióloga. Anestesista para los amigos. Mis colegas y yo estamos muy acostumbrados a vivir en una nebulosa conceptual. Por una parte, todo el mundo nos conoce. Si en el pueblo más remoto preguntas si alguien sabe que es un anestesista, siempre habrá uno que te diga: “Claro, quién va a ser, el que te duerme“. Sin embargo, es muy posible que no tengan tan claro si el anestesista es un médico o no. Como si nos dedicáramos a dormir a la gente en sesiones nocturnas de magia o hipnosis.

Luego, ya entre tus allegados más “expertos”, te enfrentas a la leyenda urbana. A mí me la plantean mis amigos en las cenas porque en el fondo lo piensan: “Debe ser un buen trabajo ese tuyo. Seguro que tras dormir al paciente os marcháis del quirófano, a desayunar o a tomar un cafetito, mientras el cirujano se queda sudando. ¡Vaya responsabilidad que tiene el cirujano!”. Y entonces te apetece estrangular a alguien…

También está, y esto es más “grave”, el típico médico un poco chamuscado por la profesión, que te dice: “¡Qué bien has elegido. Lo mejor de la anestesia es que así no tienes que relacionarte con los pacientes. Vaya suerte que tienes”, mientras te da una palmadita en el hombro.

En realidad, para el ciudadano de a pie somos “el médico de los sueños”. Aparecemos sutilmente a la entrada del quirófano, saludamos, lo sumergimos en un reconfortante sueño y, una vez finalizado el proceso, y tras la borrachera de fármacos anestésicos, nos despedimos de nuestro paciente… El mismo que jamás conocerá nuestro nombre. Porque, una vez superada la preocupación inicial que le provocaba el quirófano, lo único que pregunta es si salió bien la operación y, a continuación, pide que le informe el cirujano.

En una ocasión hice un preoperatorio a una pariente mía. Y resultó que no se fiaba de la interpretación que le hice del electrocardiograma: “¿Estás segura de que todo está bien? ¿No será mejor que me vea un cardiólogo?”. Tranquilos: tampoco la estrangulé.

Concluyendo con este apartado: si el anestesiólogo lo hace todo perfecto, apenas se nota. Pero si algo no va bien, entonces eres el principal protagonista del proceso. Si vomitas, es por la anestesia; si sangras, es por la anestesia; y un largo etcétera de despropósitos de los cuales siempre somos culpables.

Un anestesiólogo es un médico mezcla de muchas especialidades: cardiología, neumología, un poco internista… Tiene que saberse todas las enfermedades raras que puedan aparecer en un libro de Medicina porque seguro que, al menos una vez en su vida, en una guardia a las tres de la madrugada, aparece un paciente con un síndrome raro.

En el mundo de la cirugía y el quirófano, el anestesiólogo actúa de “controlador aéreo”: inspeccionando, investigando, trabajando en equipo para que el resultado de la intervención quirúrgica o del procedimiento médico invasivo sea el óptimo. Somos como los inspectores de Hacienda entrando en una empresa a hacer una auditoria. No siempre el recibimiento es con los brazos abiertos. Luego, con los años y después de unas cuantas broncas que suelen estar relacionadas con formas de ver las cosas desde dos puntos de vista distintos, terminamos apreciándonos y respetando nuestras decisiones.

Para que nadie se asuste, es bueno contar que en mi servicio hemos asistido a algunas bodas entre anestesistas y cirujanos, señal inequívoca de que el roce hace el cariño y de que ambas especialidades son esencialmente complementarias.

Gran error comete el que piensa que no tenemos relación con los pacientes. Al contrario, la nuestra es la relación más intensa que se pueda entablar en unos pocos minutos. A aquella persona vulnerable, con miedo, entregada al proceso patológico que la ha llevado a la antesala de un quirófano, debemos transmitirle tranquilidad y seguridad. También afecto, según mi manera de entender la Medicina. Establecemos una relación de protección y tutelaje que abarca el tiempo que dura el procedimiento quirúrgico y se extiende al postoperatorio.

En el quirófano, nos colocamos detrás de un paño quirúrgico que separa un campo estéril (el mundo quirúrgico) del mundo de los sueños (aquella barrera sutil que garantiza que todo vaya bien). Allí está el anestesiólogo con sus monitores y su querido respirador (que es nuestra máquina de trabajo).

No, no nos marchamos a tomar el café. Somos los encargados de la seguridad del paciente. Lo que no sabe casi nadie es que un quirófano es el “top ten” del sistema sanitario. Cada paciente tiene su médico anestesiólogo, incluso dos si además hay un residente de la especialidad; tres enfermeras; dos cirujanos (o más, dependiendo del tipo de procedimiento), una auxiliar (TCAE), uno o dos celadores... En fin, un equipo centrado en un único paciente.

Consulta de preanestesia:

Es donde hacemos el “checklist”: corroboramos que está todo en orden para iniciar el viaje que supone la intervención quirúrgica con el nivel de máxima seguridad. El anestesiólogo vela para que usted entre al quirófano en las mejores condiciones y para que, por supuesto, su vida no corra ningún riesgo.

Anestesia general:

Es nuestro “gold standard”. Sin la anestesia, la cirugía no habría podido crecer como lo ha hecho.

Anestesia locorregional:

Qué maravilla es que no te duela nada mientras te operan de una rodilla, una cadera, un pie... Mientras tanto, puedes estar comentando el último partido de fútbol de tu equipo preferido o escuchando el chiste que un sanitario te cuenta para darte tranquilidad.

Control del dolor:

Es nuestro lema y constituye uno de los tres pilares de nuestra especialidad, cuyo nombre completo es “Anestesiología, Reanimación y Dolor”. Para el anestesiólogo, el dolor no es un síntoma, sino una enfermedad; y tratar de controlarlo, una obsesión. El dolor nos incapacita para defendernos contra el medio externo, nos postra en una cama. El enfermo quirúrgico, por definición, tendrá dolor. Por eso peleamos todos los días para que nuestros hospitales tengan unidades de control del dolor agudo postoperatorio y, por supuesto, de dolor crónico. En el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) esta última está en marcha desde hace más de 30 años.

Anestesia epidural:

Esta sí que la conoce todo el mundo. La pregunta es: ¿Puede concebirse hoy en día un parto con dolor?

Sedación:

Incorporamos a cualquier tipo de procedimiento doloroso o angustioso esa sensación placentera que producen los fármacos anestésicos y analgésicos. Se trata de una amnesia leve que te permite no recordar. Hoy la pedimos hasta para ir al dentista.

Cuidados postoperatorios:

¡Pues claro que curamos enfermos! Para que un proceso quirúrgico sea exitoso no basta el mejor cirujano del mundo ni el mejor anestesiólogo, sino un equipo de profesionales que garanticen los cuidados de ese paciente antes, durante y después de la operación. Ahí están nuestros anestesiólogos reanimadores y los equipos de enfermería especialistas en este tipo de patología. En las unidades de postoperatorios, las tareas van desde lo más básico (recuperación postanestésica) a lo más complejo. Esto último se desarrolla en las unidades de cuidados intensivos quirúrgicos, que en esta país se llaman Reanimaciones, dirigidas y asistidas por anestesiólogos.

Ahora sí que estamos en condiciones de responder que la anestesiología es la especialidad que, además de dormir y analgesiar al paciente, permite conservar algo tan importante como es la vida durante el procedimiento quirúrgico . Nos dedicamos a controlar dos procesos complementarios.

Por un lado, la fisiología, la ciencia del equilibrio. Porque los seres humanos somos máquinas muy perfectas, pero no hechas de material inerte, sino de células y tejidos, en perfecta sincronía, que con la mas mínima agresión sufren la ruptura de ese equilibrio, que se llama salud.

Por otro lado, solucionamos los procesos agudos y su repercusión en el organismo humano (fisiopatología). Imagínense un sangrado, o una arritmia, o incluso una parada cardiaca... El desafío es que el problema no se convierta en irreversible. Teniendo en cuenta que hoy en día llegan al quirófano muchos pacientes pluripatológicos, con muchas enfermedades asociadas, y hay que evitar que se descompensen .

Y dejo para el final, con mucha brevedad, lo que está sucediendo con la pandemia de covid-19. En el HUCA, por ejemplo, tenemos la suerte de trabajar en un gran hospital que nos ha permitido poner a disposición de las necesidades emergentes nuestras 49 camas con dotación estructural y humana. Y aún tenemos capacidad de crecer en otras 30 más, aunque de momento no las hemos precisado. De este modo, además de atender a enfermos de coronavirus hemos logrado mantener un buen numero de cirugías que corrían el riesgo de ser suspendidas. Aporto un dato. Desde el 23 de octubre hasta el 27 de noviembre de este año, periodo crítico de la pandemia, en el HUCA han podido realizarse unas 1.000 intervenciones quirúrgicas con ingreso, entre urgencias y programadas. En Asturias somos unos privilegiados dentro del Sistema Nacional de Salud. Y aunque esta segunda ola nos ha pegado duro jamás hemos sufrido una situación de caos .

Diré, para concluir, que el éxito del proceso de curación de un paciente se logra cuando conseguimos integrar a todos en un cadena de efectividad que se llama Hospital. Se acabaron los aplausos a un médico en concreto, o a una unidad determinada. El aplauso debe darse al Hospital que me ha salvado la vida: administrativos, celadores, enfermería, médicos, ingenieros, informáticos, técnicos, obreros, limpiadoras, cocina... A todo aquel que en mayor o menor medida haya contribuido al buen funcionamiento de la estructura hospitalaria.

A todos ellos me gustaría invitarles a tomar un café –en un rato o un día de descanso, no durante una intervención quirúrgica de la que me haya escapado– para agradecerles tanto y tan buen trabajo.

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