En estos doce meses de pandemia hemos aprendido de ciencia y medicina como probablemente no lo habíamos hecho nunca. ARN mensajero, disnea, antígenos, son parte ya de nuestro vocabulario diario.

Otro de estos términos es la anosmia, la pérdida total del sentido del olfato. Un síntoma que cuando se presenta hace encenderse todas las señales de alerta porque es uno de los primeros efectos que podemos notar en nuestro cuerpo cuando nos infecta el SARS-CoV-2. 

Precisamente hoy, 27 de febrero, es el Día Mundial de esta enfermedad. 

Pero la anosmia no es algo nuevo. De hecho, existen asociaciones de pacientes que padecen esta patología y un 3% de los afectados lo es de forma congénita. Hay muchas enfermedades y causas que pueden provocar que no percibamos ni un solo olor. Catarros y resfriados colapsan nuestra nariz y nos impiden oler.

También perdemos este sentido cuando se producen determinados traumatismos, en pacientes con rinitis alérgica o rinosinusitis crónica con o sin poliposis, cirugías nasales, determinados fármacos o enfermedades neurodegenerativas como el Párkinson o el Alzheimer, tal y como explican desde la Sociedad Española de Otorrinolaringología (SEORL).

Y aunque pudiera parecer un asunto menor, el olfato es esencial para la vida diaria ya que nos aporta información esencial de lo que ocurre en nuestro entorno. ¿Se imaginan no percatarse de un pequeño incendio doméstico, o un escape de gas? ¿O no poder distinguir sólo con la vista si un alimento está en mal estado?

Los otorrinos explican que el olfato “influye en la selección de alimentos e ingesta de nutrientes al estar implicado en la regulación del apetito, en las relaciones interpersonales y en la detección de sustancias potencialmente tóxicas y peligrosas, por lo que sirve para alertar sobre determinados riesgos”.

Además, el no poder percibir olores puede afectar de forma significativa a la calidad de vida del paciente, porque afecta a su capacidad de disfrutar con los alimentos, limitando incluso su socialización, a identificar su propio olor corporal, lo que puede derivar en una afectación psicológica importante.

Origen de la pérdida de olfato

En el último año y provocado por la Covid-19, un gran número de pacientes, sobre todo jóvenes y no hospitalizados, han perdido el olfato. Según los datos ofrecidos por la Sociedad Española de Otorrinolaringología, el 53% de los pacientes infectados por SARS-CoV-2 ha sufrido anosmia.

La razón radica, según los especialistas, en que “el virus se sitúa en las vías respiratorias afectando al neuroepitelio olfativo. Además, se ha observado que puede causar manifestaciones neurológicas a través de mecanismos directos o indirectos, incluida la pérdida de olfato por daño del nervio olfatorio”.

Fuera del coronavirus, los porcentajes de anosmia provocados por otras patologías también son altos. Más del 50% de las personas que sufren rinitis alérgica tienen problemas de olfato. En el caso de los pacientes de rinosinusitis crónica el porcentaje se eleva al 80%.

Algunos traumatismos craneales también producen anosmia, un 7% en concreto.

Y la edad. Si, como otras cosas, el olfato se va perdiendo conforme cumplimos años. Así, según señalan desde la SEORL, “se calcula que esa disfunción está presente en el 20-30% de los individuos mayores de 65 años y puede aumentar hasta el 75% en mayores de 80 años, con mayor incidencia en los hombres”.

Además se estima que casi el 90% de los pacientes diagnosticados de enfermedad de Alzheimer, Parkinson o algún tipo de demencia, sufren anosmia.

Otras alteraciones del olfato

Pero perder el olfato, no es la única alteración que puede sufrir este sentido y trastornar nuestras vidas. Los especialistas señalan otros trastornos que afectan a nuestra capacidad de oler:

¿Se puede tratar la anosmia?

En condiciones normales, es decir, sin coronavirus, los otorrinolaringólogos eran los encargados de diagnosticar la anosmia. Primero comprobando la historia clínica del paciente (antecedentes, cirugías, traumatismos…), para luego realizar pruebas de imagen y endoscopias nasales.

Además, al igual que existen pruebas de esfuerzo o audiometrías, también se puede determinar la capacidad olfativa del paciente mediante unas pruebas llamadas olfatometrías. Exponer a determinados olores a un sujeto ayuda al profesional a evaluar la detección, identificación, discriminación y umbral del olfato.

Pero, en todo caso, el tratamiento a seguir dependerá fundamentalmente de cual sea la causa del trastorno olfativo.

Si hablamos de rinosinusitis crónica, se utilizarán glucocorticoides. Si la falta de olfato viene provocada por una rinitis alérgica, lo mejor será la toma de antihistamínicos o corticoides.

En caso de que la anosmia haya sido causada por una infección, el especialista puede optar por la Vitamina A.

E incluso, entrenamiento olfativo. Cuando el problema persiste, se puede trabajar en la recuperación mediante la exposición repetida a distintos olores. Un método seguro y que ha demostrado científicamente tener buenos resultados en pacientes con post viral.