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Pablo García, el joven ovetense que recibió un riñón del marido de su madre

El joven ovetense Pablo García Fernández recibe un riñón del marido de su madre después de que, durante las pruebas, a su padre le detectaran un cáncer | “Mi enfermedad y la pandemia llegaron a la vez y parece que están yéndose a la vez”

El trasplante renal  que salvó dos vidas

El trasplante renal que salvó dos vidas VÍDEO: Amor Domínguez/ FOTO: Luisma Murias

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El trasplante renal que salvó dos vidas Pablo Álvarez

–Muy alta: 183 de máxima y 117 de mínima.

El paciente, que nunca se había tomado la tensión, observa cara de sorpresa en el sanitario que le atiende:

–Quizá haya dado tan alta porque usted está nervioso o algo así. Vuelva mañana.

El pacientes es un joven ovetense que lleva un tiempo viviendo en Inglaterra. Tras cursar un máster en Oxford, se ha mudado a Cambridge. Pasados unos meses, acude a registrarse en la sanidad pública en un centro sanitario de su nuevo lugar de residencia. El protocolo británico establece como primer paso medir la tensión arterial al nuevo usuario. A priori, rutina pura en un chaval a punto de cumplir 27 años. El resultado es inquietante. Al día siguiente, la medición arroja parámetros muy similares. Ahora la sorpresa es del paciente.

–Yo estaba muy bien. Acababa de hacer un viaje de fin de semana al norte de Inglaterra con unos amigos. No sentía nada raro.

¿Qué le sucedía? Para responder a esta pregunta, le solicitan una analítica.

–Me la hicieron un día por la mañana y esa misma noche me ingresaron. Primero en un hospital local, pequeño, y después en el principal de Cambridge. Yo no entendía nada. Al principio, solo me decían que tenía un problema en el riñón, que a lo mejor me hacían una biopsia...

Cómo habría sido hasta entonces su nivel de preocupación por el mundo renal que ni siquiera sabía decir riñón en inglés.

Esta secuencia de hechos se produjo en febrero de 2020. Ahora, Pablo García Fernández ya sabe muy bien cómo se dice riñón en inglés y conoce con detalle muchos mecanismos renales. Dieciséis meses después de aquella situación que parecía irreal, este joven ingeniero mecánico, graduado en la Escuela Politécnica de Gijón, con un máster en Motorsport Engineering y especializado en el sector aeroespacial, vive con un riñón ajeno. Un órgano que le fue implantado el pasado 14 de abril en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).

“Es tremendo el desgaste mental de estar meses yendo al hospital a diálisis, y ver que no hay salida”, señala el trasplantado

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Pero no corramos demasiado. Lo sucedido en el año y pico que media entre la toma de tensión y el trasplante merece una narración minuciosa. Baste decir que, por el medio, hubo una pandemia de coronavirus, largas horas de diálisis, un viaje relámpago de Londres a Asturias, mucha incertidumbre, un posible donante de riñón al que terminaron diagnosticando un cáncer, tres aplazamientos de la intervención quirúrgica...

Habíamos dejado a Pablo García Fernández ingresado en un hospital de Cambridge y sumido en el desconcierto.

–Al principio, pensé que era una broma de los médicos.

Estaba solo en Cambridge. Un amigo del trabajo le llevó algo de ropa al hospital.

–Me hicieron análisis, pruebas y al cuarto día me dicen que tengo una insuficiencia renal crónica detectada muy tarde, en la etapa 5, la última, que significa que el riñón está funcionando a menos del 15 por ciento. Para entrar en diálisis, vamos. Yo, ya digo, me encontraba bien. En el hospital me pasé los cuatro días viendo series y escuchando música. Me costó hacerme a la idea que estaba enfermo. No lo asumí de verdad hasta que me pusieron el catéter para la diálisis.

Avisó a sus padres. Su madre, Elena Fernández Álvarez, viajó a Cambridge con su actual marido, Marcos González Cadenas. Los médicos les pusieron al corriente: a corto plazo, diálisis; pasados unos meses, trasplante. Acordaron que se lo practicarían en España. Había que buscar un donante de riñón. No un órgano de un cadáver, sino la solución más idónea para un receptor muy joven: un riñón sano y de un donante vivo. La búsqueda comenzó por la familia, explica su madre:

–Dado que, en principio, los donantes más adecuados somos los padres, tanto el padre de Pablo como yo nos ofrecimos. A mí me descartaron por unas patologías precedentes, por lo que el padre de Pablo inició de forma inmediata las pruebas de compatibilidad.

El enfermo escuchaba la palabra trasplante sin una especial congoja:

–Al principio, pensaba que era una situación lejana. Pero después empecé a ver los resultados catastróficos de los análisis, que todo se aceleraba más de lo previsto, y fui asumiendo lo que me esperaba.

“Soy muy miedoso con los asuntos médicos, pero saqué fuerzas de no sé dónde”, destaca el donante

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Inicialmente, permaneció en su casa Cambridge y retornó al trabajo. A finales de marzo, empezó con la diálisis domiciliaria. En esas mismas fechas, la pandemia de coronavirus se presentó en Inglaterra.

–Llegó dos semanas después que a España. Yo, que seguía lo que pasaba en España, la veía venir. En mi empresa todos nos pusimos a teletrabajar. Me mudé a casa de mi novia, que es inglesa. Vive y trabaja en Oxford. Comparte piso con otras compañeras. Pasamos juntos el confinamiento, que fue menos severo que aquí. Me cuidaron mi novia, sus padres y sus compañeras de piso.

Los médicos comenzaron a hacerle un seguimiento semanal: análisis, pruebas, medicación... Pablo aprendió que el riñón influye en muchas funciones del organismo, que se resienten cuando aparece la insuficiencia renal.

–Una cosa muy frustrante y que viví con bastante miedo es que, cada análisis que me hacían, el resultado era peor que el anterior. Cada vez tenía menos función renal: 15, 11, 7 por ciento... Y, ya digo, yo no me encontraba mal.

En julio, los médicos detectaron que el líquido de la diálisis se filtraba al pulmón. La situación se complicaba de día en día.

–Tuve que decidir venirme a España. Sin diálisis, necesitaba un trasplante de inmediato. Me vi obligado a dejar mi trabajo, en el que estaba muy contento. Tomé un avión. Me acompañó mi novia y se quedó aquí una semana. Fui directamente al HUCA. El trasplante fue programado para el mes de septiembre.

Fue entonces cuando surgió un nuevo obstáculo. Y no menor:

–A mi padre, en esas pruebas para donarme el riñón, le diagnostican un cáncer con metástasis ósea. Se lo detectaron de pura suerte gracias a las pruebas de compatibilidad.

La sucesión de los hechos pone de relieve una llamativa conclusión, que Pablo García Fernández expone con cierta emoción:

–Mi padre quería salvarme a mí, y en ese proceso acabé salvándole yo a él, sin quererlo. Para él supuso una frustración gigante. Ahora está siendo tratado del cáncer y está bien.

El plan de realizar el trasplante en septiembre se fue al traste. Urgía, de entrada, buscar otro donante. La hermana de Pablo, Clara, fue descartada porque quitarle un riñón ahora podría comprometerle la posibilidad de ser madre. Pablo tiene otro hermano, David, de 20 años, pero los médicos consideraron que era demasiado joven y resultaba preferible reservarlo para más adelante: los riñones trasplantados tienen una funcionalidad limitada y Pablo necesitará otro dentro de unos años. Ante esas circunstancias, Marcos González, que ya se había ofrecido durante su visita a Cambridge, reitera que está dispuesto.

–¿Miedo? Yo soy una persona muy miedosa con los asuntos médicos. Una simple extracción de sangre me pone nervioso. Pero, curiosamente, en este caso saqué fuerzas de no sé dónde para acometer el proceso sin ningún tipo de miedo. El deseo de que Pablo se recuperara pesaba más que cualquier otra cosa. No tuve ningún temor desde la primera prueba hasta la última.

Cada cual tiene sus pasiones, y a Marcos González le tranquilizó saber que, con un solo riñón, podría seguir jugando al fútbol los fines de semana con sus amigos. Las posibilidades de que el riñón de una persona no emparentada con el receptor sea compatible es notablemente más baja que en el caso de un familiar muy cercano. Sin embargo, en este caso había compatibilidad. Se suceden los exámenes médicos y los trámites burocráticos del nuevo donante, que incluyen la autorización de un juez.

Urgía el trasplante, pero apretaba la pandemia. Octubre y, sobre todo, noviembre son meses de muchos infectados por el coronavirus, de muchos ingresos en las plantas y las unidades de cuidados intensivos (UCI) de los hospitales de Asturias. La intervención se pospone: a enero, y nada; a finales de febrero, tampoco... El covid sigue haciendo de las suyas en el primer tramo de 2021.

El trasplante se programa finalmente para el 14 de abril. Pablo García Fernández acoge la noticia con satisfacción:

–Estaba tan cansado de estar en diálisis, que dije: “¿Cuándo me operáis? ¿En dos semanas? Si es en una, mejor”. A peor no podía ir. Es tremendo el desgaste mental de estar meses yendo al hospital a diálisis, de once de la noche a dos de la madrugada, y ver que no hay salida. Y no poder trabajar, ni nada. Tienes mucho tiempo libre para pensar y eso es muy malo.

El paciente subraya que no estaba especialmente nervioso el día de la operación. Todo salió bien:

–Los primeros días después del trasplante fueron regulares. Ya me habían avisado de que me encontraría peor que antes.

Han transcurrido dos meses. Marcos González Cadenas ya ha vuelto al trabajo después de seis semanas de baja:

–Ahora me encuentro muy bien. La recuperación es progresiva. A veces, hasta me olvido de que sólo tengo un riñón. Espero volver en breve a los partidos de fútbol.

El donante quiere subrayar un mensaje en favor de la cesión de riñones en vivo:

–Ya digo que mi experiencia ha sido muy positiva. Hay mucho miedo a donar por desinformación. Estos procesos, tal y como se hacen, son muy seguros para todos. El que pasa todas las pruebas es porque tiene buena salud. Y a posteriori estás bajo seguimiento y, si llevas una vida sana, no tienes por qué tener ningún problema.

Elena Fernández Álvarez respira, tranquila, al ver la situación de su hijo y de su marido:

–Le estoy tremendamente agradecida a Marcos, por supuesto. Para él no era una decisión fácil. Y también a la gente del HUCA: les dimos mucho la lata y la respuesta fue muy buena.

Y Pablo García Fernández vuelve a recuperar la vitalidad que corresponde a sus 28 años de edad:

--Estoy asimilando todo lo sucedido y pendiente de si la empresa en la que trabajaba me recontrata. Volveré a Inglaterra el 25 de junio. Con ganas. Estoy normal, que es lo mejor que puedo decir. Mi enfermedad y la pandemia llegaron prácticamente a la vez y parece que están yéndose a la vez.

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