La pandemia nos ha recordado, en un vertiginoso toque de atención, que somos seres sociales y, ahora más que nunca, nos necesitamos unos a otros. Pero la abstinencia social favorece un extendido sentimiento de individualismo, la sociedad actual ampara una visión particularizada de las circunstancias.

Cuando la pandemia comenzó, los supermercados se vaciaron fugazmente a causa del pánico. Un pánico individual, personal. Nadie teme la escasez en el país, lo que realmente se teme es la escasez en nuestro hogar. “Nuestra” escasez. Cuando la pandemia termine, cuando en el ámbito sanitario regresemos a la normalidad, nos quedará por afrontar una crisis económica de una magnitud global. Entonces, como en todas las crisis, saldrá a flote nuestra naturaleza más egoísta e inconfundible. No se trata de una predicción, sino de un razonamiento sencillo, una consecuencia natural como hemos visto a lo largo de la historia. Como siempre, el bienestar colectivo se verá subordinado al interés particular porque a nadie le importa si el hijo del vecino pasa hambre mientras el nuestro esté bien alimentado.

Será entonces cuando de verdad se aprecien las indudables consecuencias sociales que el covid-19 legará a las generaciones que se han enfrentado a la pandemia. Un terrible alejamiento de los otros que, parece que se nos olvida, han sufrido las secuelas de esta situación de igual manera que nosotros. Un aislamiento natural, despertado por la sensación de alarma que dispara nuestros instintos de supervivencia más primitivos, y propiciado por medidas como el confinamiento, que nos alejó aún más en esta situación de crisis incluso de nuestros seres queridos.

Pandemia: o salimos de la mano o no salimos Carolina Robles Gutiérrez

Creemos firmemente que en nuestra soledad vivimos bien. Negamos nuestra necesidad de socialización y luego lamentamos los problemas psicológicos que acechan a las más inexpertas generaciones. Confundimos comodidad con bienestar. ¿Cómo los jóvenes, que gozan de todas las comodidades de las que ninguna generación gozó jamás, pueden tener un estilo de vida tan perjudicial para sí mismos, si no les falta nada? Un suceso inexplicable.

Igual deberíamos hacer un esfuerzo por regresar a la Antigüedad, donde lo más importante era el grupo. En Roma, se habría impuesto una dictadura que garantizara la estabilidad hasta el control de la situación, con tal de preservar el bienestar de la urbe. Los griegos se encargarían de recordárnoslo: la polis antes que el individuo.

Pero en una sociedad en la que nos cuesta saludar a nuestro vecino, en una sociedad en la que optamos por realizar nuestra parte del trabajo sin que nadie nos importune; en una sociedad en la que nuestra naturaleza social es un incordio, va a ser difícil salir adelante con optimismo, sin el cálido apoyo de nuestro prójimo ante la situación que se nos viene encima. Porque hemos perdido nuestra parte más humana justo cuando más necesitamos humanidad.