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Lo que dicen los psicólogos asturianos de ponerse grandes metas: la bendición o maldición de la profecía autocumplida

La recomendación es ponerse metas asequibles para evitar casos de frustración, ira o ansiedad como los que llenan sus consultas

La bendición o maldición de la profecía autocumplida

Tener expectativas no es malo. Todo lo contrario. Sirve para tener un mayor control de los acontecimientos más cercanos. Ayuda a reducir la incertidumbre y aumenta la sensación de seguridad. El problema llega cuando esas metas son muy altas, rígidas e inalcanzables o cuando no son propias, cuando responden a lo que los demás esperan. Entonces es cuando se generan los problemas. Hay señales de alerta para reconocer cuándo las expectativas son listones imposibles de sortear, por lo que hay que bajar un poco el pistón. En las siguientes líneas van una serie de pistas para conseguir detectarlas.

Intentar cumplir con las expectativas –con lo que se ha anticipado– supone un importante refuerzo, especialmente para la autoestima que deriva en sensaciones emocionales agradables, como la de la alegría. Pero el lado oscuro surge cuando se falla. Aunque en la vida suele haber más derrotas que victorias. “El problema surge cuando esa construcción está más basada en lo que deseamos que en la realidad y nuestras expectativas no se cumplen o lo hacen solo en parte. Si no lo sabemos gestionar, puede conducirnos directamente a la ira, a la frustración y a la ansiedad”, señala la psicóloga ovetense Marisol Delgado. Un viaje sumamente desagradable.

“Cuando nos exigimos demasiado no aprendemos a tolerar ni el más mínimo error”

Marisol Delgado - Psicóloga en Oviedo

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Teóricamente existen tres tipos de expectativas. Las propias –las que uno hace sobre sí mismo–; las que nosotros depositamos en los otros; y las que los demás depositan en nosotros. Una especie de red que tiende hacia la retroalimentación. Sobre las primeras, Delgado asegura que “cuando las expectativas sobre nuestros resultados son muy elevadas, cuando nos exigimos demasiado, de forma rígida y cuadriculada, no aprendemos a tolerar el más mínimo error, no aprendemos a afrontar el miedo a equivocarnos”. Sobre las segundas aconseja: “Dejar de poner tanto el foco de atención en lo que dicen y hacen los demás; hay que entender que no tienen por qué actuar como lo haríamos nosotros, pues son diferentes y piensan y siente diferente”. Mientras que sobre las terceras asegura que hay incluso personas que no se arriesgan a cambiar para no molestar a las de su entorno.

Hay jóvenes que estudian lo que quieren sus padres, por ejemplo. “Es encomiable hacer ciertas concesiones para que las relaciones interpersonales se vean favorecidas, pero eso no tiene que llevar a sacrificar de forma importante el propio criterio y la propia identidad solo por responder a las expectativas que los otros se han creado”. Un problema. Mayúsculo, que suele llegar de forma constante a las clínicas asturianas de psicología, por lo que es más común de lo que podría parecer a primera vista. “Hay casos en los que las expectativas de los demás suponen una presión tan insoportable que pueden acabar generando problemas de estrés, de ansiedad, de depresión, dificultades de control de impulsos, trastornos de conducta...”, apunta.

Laura Buj López, psicóloga en Llanes, señala que no siempre las expectativas son negativas “o que no podamos permitirnos soñar. De hecho, son una motivación estupenda a la hora de realizar nuevos proyectos, pero es preferible quizá partir de objetivos más pequeños y ajustados a nuestra realidad, para que a medida que vayamos avanzando podamos ir adaptándolos y haciéndolos más grades o incluso cambiarlos de dirección según los aprendizajes y resultados con los que nos vayamos encontrando”.

“Si las metas son altas nos sentiremos abrumados por un objetivo que no está a nuestro alcance”

Laura Buj López - Psicóloga en Llanes

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Si las metas son muy altas –o al menos más de lo adecuado– “con una alta probabilidad nos encontraremos abrumados por tener en mente un objetivo que no está a nuestro alcance. Podríamos caer en la indefensión aprendida, es decir, la sensación de que no tengo la capacidad precisa para hacer algo porque ya me he esforzado y no he llegado, y por lo tanto es mejor no intentar nada”. Aún hay otro ingrediente peligroso más que se puede añadir. “Si además a esto le sumamos la falsa creencia de que otros pueden y yo no, entonces añadiremos a la coctelera anterior la sensación de falta de capacitación personal y de fracaso”. Por norma general, las expectativas están bañadas de comparaciones con los otros, algo muy entrelazado con la propia naturaleza humana. Una vía que puede resultar también peligrosa. “Debemos ser conscientes de que en la mayoría de las ocasiones nos estamos comparando con las sombras del mito de la caverna de Platón. Es decir, creemos que lo que vemos es una certeza, cuando en realidad es solo un reflejo seleccionado y parcial que nos enseña otro sobre su realidad, mucho más compleja y con multitud de aristas que no apreciamos”. La pregunta es inevitable. ¿Qué hacer? “Se trata de aceptarnos y respetar nuestra propia necesidad y punto de partida, se trata de cuidar nuestro bienestar emocional y ponernos expectativas más pequeñas y realistas”, según Buj.

“Es fundamental razonar de manera sincera sobre si es posible aquello que nos planteamos”

Leticia Menéndez Sagüés - Psicóloga en Oviedo

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La psicóloga ovetense Leticia Menéndez Sagüés considera que “tener unas expectativas altas puede ser un arma de doble filo; para algunos puede ser algo motivador, pero también pueden ser el origen de inseguridades. La clave está en que deben ser realistas, alcanzables y relevantes para la persona”. Es más, apunta al debate que “para que las expectativas sean una fuente de ilusión y motivación han de ser meditadas. Es fundamental razonar de manera sincera sobre aquello que nos planeamos, preguntándonos si realmente es posible”.

Agrega Raúl Cassasola Rodríguez, psicólogo con clínica en Oviedo, que el fracaso de las expectativas “afecta a nuestra autoestima, nuestro autoconcepto y a vivir con el autoconvencimiento de que somos mediocres”. Como consejo, agrega que “debemos bajarnos los humos y sentirnos más normales, en el buen sentido de la palabra. Los padres muy exigentes hacen hijos muy culpables. En la medida en que vamos madurando vamos siendo más libres, más adultos y quizá menos dependientes de complacer. Debemos ser más hippies, más libres”.

“Debemos bajarnos los humos, sentirnos más normales, ser más hippies, más libres”

Raúl Cassasola - Psicólogo en Oviedo

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Elena Arnaiz Ecker, psicóloga especializada en talento y desarrollo profesional, apunta sobre la necesidad de romper con el hábito de autoimponerse unas expectativas muy altas que “no somos superhéroes y nadie nos está pidiendo que lo seamos”. Y agrega: “La principal trampa en la que caemos al enfrentarnos a nuestras expectativas es que un porcentaje muy elevado de ellas dependan de la voluntad de otras personas o de condiciones que no tienen que ver con nosotros. Muchas de nuestras acciones son ejecutadas para obtener reconocimiento, amor, atención de otras personas. Imagina el efecto devastador que puede tener para mi autoestima que base mis acciones en eso”. La lección final: las expectativas, sin aspiraciones desmedidas y con buena letra.

Uno de los efectos más llamativos ligados con las expectativas es el conocido como “efecto Pigmalion” o, lo que es lo mismo, la profecía autocumplida. Tiene su miga. “Hace referencia al efecto psicológico por el cual las expectativas de una persona influyen positiva o negativamente en el rendimiento y las conductas de otras personas”, señala la psicóloga asturiana Marisol Delgado. Se entiende mucho mejor con un ejemplo. Si un joven percibe que sus profesores esperan que sea capaz de hacer un determinado trabajo, es más probable que detecte esa expectativa y confíe más en sus posibilidades, siendo finalmente capaz de hacerlo.

“Ninguno de nosotros somos superhéroes y nadie nos está pidiendo que lo seamos”

Elena Arnaiz Ecker - Psicóloga especialista en talento

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También puede darse el anverso. Es decir, el efecto contrario. “Si percibe desconfianza es altamente probable que se dé primero por vencido y confirme la expectativa creada de que no es capaz”, señala. Cuando esas expectativas no provienen de los demás, sino de uno mismo, se conocen con el nombre de efecto Galatea.

Elena Arnaiz Ecker, psicóloga especializada en talento y desarrollo profesional, explica que la llamada profecía autocumplida “tiene su base en la incorrecta gestión de nuestras expectativas. Esto se resume en que si yo tengo la expectativa de que algo que depende de mí –como un trabajo– va a salir mal, mis acciones estarán condicionadas por este pensamiento y el resultado será que, efectivamente, haré un trabajo muy neutro, muy anodino y sin ningún tipo de enganche”. La consecuencia de este lado negativo de la profecía es que “como la valoración que haces de tus resultados es baja, entonces empiezas a sentir que tú tampoco eres suficiente, dejas de creer en ti y tu autoestima cae en picado”. Así que cuidado con el Pigmalion malo.

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