Hasta bien entrado el siglo XIX se seguía pensando que la hipertensión era consecuencia del desequilibrio entre humores. En la crisis, el mismo organismo a veces conseguía reequilibrarlos mediante la diarrea, los vómitos o el mismo sudor. El médico podía colaborar con sangrías y purgantes. Se conocía la circulación de la sangre y poco más.

Un clérigo británico ideó en 1733 una forma de medir la presión en las arterias de los caballos. Era un instrumento original, pero poco operativo. Pasados 163 años, a Riva-Rocci se le ocurrió un método más ingenioso: medir la presión que tiene que ejercer un manguito sobre las arterias para ocluirlas. Laenec ya había inventado el estetoscopio, que permitía escuchar los ruidos del corazón y los pulmones.

A Korotkoff se le ocurrió, en 1905, aplicarlo a la arteria que se obstruía. Descubrió que cuando se desinflaba el manguito aparecía primero uno fuerte, la presión máxima, y que a medida que se desinflaba iban apareciendo otros tonos hasta desaparecer, la presión mínima.

En la primera mitad del siglo XX, la idea más extendida era que la presión arterial tenía una función adaptativa. «La hipertensión parece un mecanismo de compensación importante que no debe modificarse», afirmó en 1987 el doctor White, médico personal de varios presidentes estadounidenses.

En la década de los años 40 y 50 del siglo XX entre el 30 y el 40% de las camas estaban ocupadas por personas de edad media con enfermedades derivadas de la hipertensión: maligna hipertensiva, fallo cardiaco, accidente cerebrovascular o fallo renal.

El primer gran avance fue la aparición de los diuréticos en 1957. Parece que se basara en la teoría humoral: como hay un desequilibrio por exceso de líquido para la capacidad de las arterias, vaciémoslas.

Era 1964 cuando Edward Freis, promotor del primer ensayo clínico que demostró el beneficio de controlar la presión arterial. En pocos años se formaron coaliciones para abogar por el control de la presión arterial y la investigación puso en el mercado una variedad grande de medicamentos.

De los ensayos clínicos se pueden aprender muchas cosas. La primera, que con los mejores medios y esfuerzos se logra que el 80% de los pacientes controle su presión diastólica, pero sólo el 60% la sistólica. En la práctica, el 50% de los hipertensos está controlado.

La segunda, que controlar la presión arterial divide por dos el riesgo de ictus y las consecuencias se pueden ver en las estadísticas: la mortalidad por esta causa descendió a velocidades espectaculares en el último cuarto de siglo XX.

La tercera es que al comparar unos medicamentos con otros no se veía claro cuál era el mejor. Por eso, durante muchos años se recomendó como primer medicamento el diurético por ser tan eficaz como otros y más barato. Hoy se prefiere empezar con un antagonista del calcio.

Es recomendable que hacia los 18 años todo el mundo se mida la presión arterial. En función de la cifra, los profesionales sanitarios le dirán qué hacer y cada cuánto repetir la toma. Dieta predominantemente vegetal y con poca sal, ejercicio y control de peso es una buena estrategia.