Después de un año sin poder salir a sus cosas y libremente de la residencia de mayores en la que vive en Oviedo, ¿a dónde fue en cuanto pudo hacerlo María Cienfuegos? “A tomar un café descafeinado de máquina. Lo pedí doble y todo. ¡Quité el ansia!”.

¿Y de dónde volvía feliz como una perdiz –cantando para más señas– su compañera Consuelo Fernández? “De los chinos, fui a por cosas para mis manualidades. ¡Mira, mira, voy cargada!”, exclamó abriendo la bolsa de su compra. Es una de las muchas que cuelgan del manillar del vehículo para personas de movilidad reducida que Consuelo pilota no sin cierta complicación. No porque esta octogenaria no tenga salero y práctica para conducir, sino porque aparte de facilitarle los traslados por la ciudad, su scooter eléctrico rojo es una especie de casa y mercadillo ambulante en el que lleva de todo: el bolso, abanicos, fulares, chaquetas y una gran saca con los broches que hace y que regala a todo el que se pone a tiro.