"Mi hija es disléxica. Con 11 años no sabe la tabla de multiplicar ni del 7 ni del 8 ni del 9, lee menos de 24 palabras por minuto y acumula un retraso educativo de cinco o seis años. Nos llegó a decir que era la más tonta de la clase y que no quería vivir...".
Lo cuenta con dolor José Vidarte García Laso, de Laviana, y su testimonio refleja el drama que viven muchas familias asturianas con niños de necesidades educativas especiales. Tras la campaña iniciada por maestras de Pedagogía Terapéutica (PT) y de Audición y Lenguaje (AL) en contra del modelo de atención de los menores en los centros –presentaron esta semana más de 1.500 firmas ante la Consejería de Educación–, ahora son los padres los que se rebelan y reclaman más medios. "Estamos desesperados. La atención en los colegios ordinarios ha ido a peor y tenemos que recurrir a clases de apoyo fuera, con el esfuerzo económico que eso supone", claman.