Van de aquí para allá. Los que se cruzan con ellos no se saben adónde ‒menos para el ojo entrenado‒ pero ellos tienen su destino marcado a cal y canto. Llegan a las dársenas, aparcan debajo de los carros y los cargan sobre sí, para perderse por infinitos y laberínticos pasillos que parecen de una gran instalación industrial. Desde esta planta subterránea estos vehículos autoguiados (AGV) recorrerán los ascensores y la mayoría de las plantas del centro sanitario. Estamos en la planta N -2, en su zona este, del Hospital Universitario Central de Asturias. ¿El lugar? Las dársenas desde donde comienzan los trabajos de reparto de todo tipo de avituallamiento la plantilla de robots autoguiados, conocidos cariñosamente como «Manolín». Una labor que llevan realizando ya diez años, desde la fundación del centro sanitario, pero que sigue llamando la atención. «Al principio fueron el enemigo a batir por los trabajadores y ahora son un compañero más, el hospital no sabría vivir sin los robots», admite Alfonso Lores, jefe de sección de Logística e Infraestructuras del HUCA sobre unas herramientas que ya se dan por sentadas. Su uso se ha interiorizado como el que le da al interruptor y enciende la luz. Aunque no son las únicas piezas del corazón que hace latir al gigante de la salud, que cuenta con unos un transfer de muestras que rivaliza con los hospitales más grandes del país, unos generadores de emergencia de 9 megavatios o unos depósitos de agua de 500 metros cúbicos, entre otras maravillas de la ingeniería.
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