El diagnóstico de Mikel Reyes se produjo hace ahora un año. «Me noté una especie de bulto muy pequeño del tamaño de una lenteja, que se movía». No quiso darle importancia, pero «por si acaso», fue al médico de cabecera, porque había antecedentes: «Mi madre, en el 2013, también había padecido un cáncer de mama triple negativo». Su padre también había fallecido de un cáncer de estómago en esas Navidades y el médico, historial en mano, decidió pedir pruebas: ecografía y biopsia.
Aunque le habían dicho que podía ser un bulto de grasa, Mikel estaba intranquilo. «Tenía algo en la cabeza que me decía que era malo. De hecho, tuve un sueño, estando en cama, de que era malo». Y esa incertidumbre provocó que, un día, estando en su trabajo, acabase entrando en su carpeta de salud. «Me encontré con la sorpresa de que era un cáncer de mama ductal invasivo. Me enteré por curioso antes de que ellos me llamasen», confiesa.