A Roger la última campaña de la navaja no se le va a olvidar en la vida. Todo empezó en el mes de enero en la ría de Muros y Noia donde él y sus compañeros de faena salen cada día a recoger navajas. En sus inmersiones veían cómo un delfín merodeaba por la zona. Cuenta Roger que se acercaba al barco y eso les hacía ilusión. Al tiempo que les daba algo de respeto, poco acostumbrados a estar cerca de un animal de semejante tamaño. El delfín empezó a ser uno más de la cuadrilla. Por eso decidieron ponerle nombre. Manoliño, lo bautizaron. Nombre muy gallego y cariñoso, apunta Roger. Con el tiempo ambos fueron ganando confianza y Manoliño decidió acercarse, como un cachorro, a olisquear la mano de Roger y marcharse feliz para volver de nuevo. Toda una aventura que el navalleiro vivió con la misma excitación y felicidad. Mientras algunos compañeros prefirieron mantener la distancia, Roger sumó un aliciente a su jornada laboral. Algo de temor siempre queda, dice, porque está en su medio. La campaña de la navaja ha llegado a su fin y Roger no sabe si volverá a ver a Manoliño. Ahora todas las tardes tiene ganas de ir a nadar y hacerse el encontradizo, por si su amigo tiene ganas de más caricias.