Para Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) la escritura ha sido siempre una necesidad. Desde que se adentró de niña en la biblioteca de su abuelo, compuso sus primeros versos adolescentes o redactó las primeras páginas de sus relatos a esas horas en que sus hijas ya dormían, la flamante Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2024 ha tenido la necesidad constante de "encontrarse en las palabras". Esa ansia se ha transformado en una carrera larga y celebrada, en la que el reconocimiento del Ministerio de Cultura por uno de sus últimos libros, "Umiko", es el gran espaldarazo a un camino que ronda los ochenta libros publicados y una treintena de galardones, entre los que se encuentran todos los importantes en el apartado de la literatura infantil y juvenil en España. A pesar de la vocación literaria permanente que ha acompañado su vida, la trayectoria de esta ovetense pudo haber sido otra muy diferente, y en esa dirección distinta se encaminó durante unos cuantos años. Licenciada en Físicas, Mónica Rodríguez se estableció en Madrid en 1993 para cursar un máster en Energía Nuclear y, en 1994, empezó trabajar en el Centro de Investigaciones Energéticas (Ciemat). Investigadora de día, por las noches sacaba siempre un par de horas antes de dormirse para seguir escribiendo, y, en 2003, publicó su primer libro infantil, "Marta y el hada Margarita". Los títulos empezaron a sucederse rápidamente y, en 2009, pidió le excedencia para dedicarse solo a la literatura y ese fue el inicio de su otra vida.
Mónica Rodríguez, hija del exrector de la Universidad de Oviedo Julio Rodríguez, confiesa que la elección de la literatura infantil y juvenil es algo "natural". Le gusta escribir desde "la niña que fue", pero también desde el adolescente que se me imagina poder haber sido. "Es lo que me gusta", contaba recientemente a LA NUEVA ESPAÑA al conocerse su Premio Nacional. "Me gusta mucho la mirada apasionada de los niños, de los jóvenes, escribir desde ahí me llena mucho y creo que es igual de profunda y compleja que la de adultos, se aprende mucho de sus miradas".
Ella misma ha dejado escritas sus motivaciones literarias con una brillante reflexión. "Escribo para saber", dice en ese texto. "Por eso vuelvo a la mirada que tenía de niña. O a la de ese chico que corre por el parque y que nunca fui. A veces prefiero mirar el mundo a través de los ojos de un elefante. Un día me levanté y era un leopardo. También he sido trompetista, reportera, payaso, ángel, refugiada e incluso fantasma. Me gustó crecer entre cerdos, vivir en Nueva York en el año 1942, aullar como un lobo en medio de los bosques gallegos. Ser árbol, pájaro, desierto. Pero con todo, no sé mucho de este mundo. Por eso seguiré escribiendo. Y leyendo".