En las instalaciones de la antigua fábrica, cuyas puertas están abiertas y que carece de cualquier medida de vigilancia, se conservan aún un sinnúmero de piezas de loza, a medio elaborar. Platos, tazas, cuencos, soperas, jarras… hay literalmente montañas de piezas, todas de un blanco roto, dispersas por la nave central de la fábrica. Son los restos que dejó tras de sí el cierre de la empresa, en la primavera de 2009. Cuesta creer que esas naves derruidas albergaron, no hace tanto tiempo, una pujante empresa con renombre internacional. Su origen se remonta a junio de 1901, cuando diez socios fundaron la Sociedad Senén María Ceñal y Compañía. La factoría, hoy en ruinas, llegó a tener 600 trabajadores en su época de esplendor.