"Ahora se puede pisar por todos sitios, recorrer todas las estancias", cuenta Ana Pérez, tenientede alcalde del Ayuntamiento de Salas, desde el monasterio de San Salvador de Cornellana. Lo relata como un hito, porque lo es. Porque, del cambio, "casi no se reconoce" el inmueble, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad en 2015 y que hace tan solo diez años estaba en riesgo absoluto, incluso de derrumbe. La historia ahora, por fortuna, es muy diferente. Y LA NUEVA ESPAÑA ha podido comprobarlo, desde las entrañas de la abadía salense, ya terminada la segunda fase de restauración.

"La verdad es que es increíble. Queda mucho, pero ya se ven los cambios", señala el alcalde, Sergio Hidalgo, pisando la madera de castaño que luce en los anchos pasillos del primer piso. Los balcones, los forjados, las ventanas al claustro, todo refulge nuevo, y a la vez ayuda a imaginarse mejor lo antiguo. Aquellos tiempos en que el monasterio estaba habitado y los religiosos recorrían las mismas estancias que hoy contemplan Hidalgo, Pérez y Pablo León, director general de Patrimonio del Principado de Asturias.