Ramón Álvarez, vida y obra del indiano de la Escuela Práctica de Agricultura y del legado que pervive en Villaviciosa

El maliayés hizo fortuna en Cuba como representante de las máquinas de coser Singer y su empeño en formar a sus coetáneos sigue vigente a través de CTIC Rural Tech Peón

Covadonga Jiménez

Covadonga Jiménez

Su carácter sobrio, templado, siempre pendiente de controlar el gasto sin renunciar a la calidad de los resultados forjaron el carácter del villaviciosino Ramón Álvarez de Arriba (1839-1920), una figura "respetada y casi venerada" en todo el valle de Peón y Candanal, en palabras de Roberto Paraja, por su empuje para la puesta en marcha de la Escuela Práctica de Agricultura de la localidad, y que también animó a becar a los alumnos más aventajados para completar los estudios en la antigua Universidad Laboral de Gijón.

Su vida, recogida en una publicación auspiciada por CTIC Centro Tecnológico, el Ayuntamiento de Villaviciosa y Caja Rural, que firma la historiadora Cristina Cantero Fernández, pone sobre la pista del paisano que tanto ha hecho por el futuro de los habitantes de la aldea y cuyo legado se mantiene vivo a través del Centro de Innovación Rural que CTIC abrió el año pasado en Peón. Este espacio se ha convertido en un "un punto de referencia" en el que fijarse. Su apuesta por desarrollar desde dentro del mundo rural lo que será la aldea del siglo XXI, ha convertido las instalaciones en un modelo factible para ser exportado al resto del país. El secretario general para el Reto Demográfico del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Francesc Boya, lo definió en una visita reciente como un lugar "para aprender". El mismo empeño que mantuvo a lo largo de su vida Ramón Álvarez de Arriba, que embarcó como niño en El Musel, rumbo a Cuba –gracias que su familia hipotecó un ‘castañéu’–, y volvió a Asturias como "acaudalado comerciante" años después.

De él, recuerda Cristina Cantero, quedan retazos sueltos de su biografía que entremezclaban realidad y leyenda casi a partes iguales, pero gracias al trabajo de la historiadora y al respaldo de CTIC por recuperar el legado de quien pusiera en marcha el primer centro de innovación de la aldea, hoy se puede saber de su esfuerzo por devolver a su tierra algo de lo que él logró en Cuba. Los documentos sobre sus primeros pasos en La Habana cuentan que había empezado transportando pianos o que el origen de su fortuna estaba en su matrimonio con una rica heredera emparentada con la compañía manufacturera Singer –famosa en todo el mundo por su máquinas de coser–. Parte de la leyenda.

La realidad dice que al hijo de Urbano Álvarez y Severa de Arriba, nacido en el seno de una familia campesina en una parroquia de tan solo 18 kilómetros cuadrados en Villaviciosa, La Habana debió parecerle otro planeta. A mitad del siglo XIX era un hervidero de personas y mercancías en permanente movimiento.

El esfuerzo adaptativo del villaviciosino cuando se asentó en la isla hizo que cuando logró reunir los saberes, contactos y capital necesarios para crear su propia empresa, su primer gesto fuera enviar a Asturias el dinero del monte empeñado por la familia. Bajo la licencia de Gutiérrez y Álvarez obtuvo licencia de la Compañía Manufacturera Singer para comercializar en exclusiva sus máquinas de coser en Cuba y Puerto Rico. Enseguida, narra Cristina Cantero, mostró interés por conquistar el mercado antillano. Logró que la marca Singer fuera una de las más vendidas en el mercado cubano. En sus anuncios de 1874, la sociedad de Ramón Álvarez de Arriba en la isla clamaba orgullosa: "¡5.000 máquinas vendidas en nuestra casa el último año atestiguan la superioridad de ellas!". Gutiérrez, Álvarez y Cía. se disolvió al año siguiente y la concesión de Singer fue asumida por la sociedad Álvarez y Hinse, creada por Ramón y el norteamericano Herman George Hinse. Con casi 36 años, apenas educación formal y un inglés casi autodidacta, el villaviciosino logró cerrar un trato comercial con una de las empresas más importantes de su tiempo.

Se estableció en el número 123 de la céntrica calle Obispo y el éxito se convirtió en la máxima de su negocio. En 1889 se vendieron en la isla máquina de coser de la marca estadounidense por valor de 42.571 dólares y en 1893, por 95.630, lo que representaba un aumento del 69% en solo cuatro años. Los ingresos subían como la sidra espumosa de su Villaviciosa natal. En sus anuncios, Ramón y su socio proclamaban que el negocio contaba con "las mayores vidrieras de la isla de Cuba".

Con el tiempo, el gran bazar de máquinas de coser se convertiría en un comercio con mil efectos útiles de la industria americana. Llegaron a vender navajas, cuchillas, máquinas de escribir, lámparas, hilos, sedas... y revólveres de Smith & Wesson, uno de los más reputados de EE UU. Así, la sociedad Álvarez y Hisen, de tanto expandirse llegó a pasar por graves apuros económicos, narra la historiadora Cristina Cantero en la publicación "Un legado indiano para el siglo XXI". Tanto es así que tuvieron que aceptar la entrada de nuevos socios. Y con la llegada del siglo XX Ramón recuperó el control de la empresa. Fue entonces cuando comenzó a dedicar más tiempo a sus proyectos filantrópicos en Asturias: el Colegio Comercial, el Instituto para Obreros y el Monte de Piedad (Gijón) así como la escuela pública e iglesia parroquial de Peón. Por entonces, el negocio que comenzó con la máquinas de coser Singer era ya a medias con Celestino Cernuda Peláez, su nuevo socio y también confidente, 23 años más joven que el villaviciosino que acabó ocupando la posición de hijo putativo de Ramón, al no tener descendencia.

Para entonces, la reputación internacional, intuición empresarial y la capacidad para adaptarse al mercado del asturiano era tal que su acercamiento a las clases populares resultó todo un éxito. Su publicidad seguía siendo la marca diferenciadora con la competencia. Y proclamaban, sin complejos, que la túnica sagrada de Jesucristo, era de tal perfección, porque en aquel tiempo "ya existían las máquinas de coser que hoy venden Álvarez Cernuda y Compañía".

Cuando la edad le fue venciendo, Ramón renunció de manera oficial de la primera línea de la empresa, que legó a su socio. Su declive físico fue paralelo al ocaso del negocio que le hizo millonario. De puertas adentro, el villaviciosino era un hombre modesto y reservado, que dedicó todo su tiempo y entusiasmo al negocio. Ese comportamiento contrastaba abiertamente con el de la mayoría de asturianos enriquecidos en América. En vida viajó con frecuencia a Asturias para atender sus negocios en Gijón. Las dificultades de adaptación de su esposa Emily Louise Houghtaling McCord, criada en la costa Este de EE UU, hizo que el matrimonio optara por instalarse en hoteles con equipamientos modernos y confortables de Gijón cuando el matrimonio viajaba al Principado, en lugar de en su Peón natal.

No obstante, Ramón siempre estuvo pendiente de su aldea y aunque su intención de permanecer en Cuba quedaba clara en su testamento de 1910, tuvo tiempo antes de fallecer, el 27 de marzo de 1920, de impulsar el Instituto Ramón Álvarez de Arriba y esposa por la educación femenina.

En Villaviciosa y Gijón todavía se le recuerda hoy como "un verdadero filántropo" cuyas obras "de inagotable caridad" corrían parejas con su posición social. En vida costeó la educación de sus sobrinos con la intención de prepararles para dirigir sus negocios, financió la construcción de las escuelas públicas de Peón –con la aportación fundamental de tres mil pesetas para iniciar sus obras en 1910– y fundó un Colegio Comercial en Gijón. A su muerte, según su última voluntad, su patrimonio se vinculó a una fundación benéfica encargada de crear el Instituto Obrero de Gijón y la Escuela Práctica de Agricultura de Peón.

Pablo Priesca, director de CTIC, recuerda que la voluntad que Ramón dejó en su tercer testamento era crear esa Escuela Práctica de Agricultura en la finca que donó en Peón. Se logró años después de su muerte. Estuvo operativa hasta los años cincuenta del siglo pasado, posteriormente, se cedió en uso como escuela rural elemental al Ministerio de Educación, y en los ochenta, la Fundación que gestionaba el legado de Ramón, la cedió al Gobierno del Principado para mantener esos fines educativos.

En 2019, el último presidente de la Fundación, Roberto Paraja, la donó a CTIC para crear un proyecto singular: el Rural Tech de Peón que ha convertido a esta coqueta aldea maliayesa en el epicentro de la innovación tecnológica rural que Ramón comenzó a dibujar con las máquinas Singer hace más de un siglo en Cuba.