La casería

Miguel González Pereda

Miguel González Pereda

La casería es la unidad de la familia y la tierra, es el patrimonio familiar. ¿O debemos decir era? Una casería es un conjunto formado con los elementos necesarios para sostener una familia: una casa, antoxana, una forna, una cuadra y su ganado, un llagar, un hórreo o panera, huertos, tierras de labor y de frutales, pradería y monte, algunas con molino. ¿O debemos decir era? La familia es la que se encarga de su explotación y mantenimiento, que en caso de necesidad recurre a l’ andecha –dentro del derecho consuetudinario asturiano es la ayuda aportada por otros miembros de la familia, o vecinos–. ¿O debemos decir era?

Desde el establecimientos de las gens –familias-, sobre las villas romanas y la creación de las aldeas, cuyo embrión es la casería, esta ha estado unida a la agricultura y la ganadería, al cultivo, al trabajo de la tierra y transformación de sus derivados para abastecimiento propio y de la zona urbana cercana –lo urbano y lo rural se necesitaban y retroalimentaban entre sí–. Durante dos mil años la casería, que conserva todo el pasado cultural, etnográfico y de normas, preceptos y disposiciones del derecho consuetudinario asturiano, ha sobrevivido a toda clase de avatares, sociedades, economías y regímenes, pero no ha podido con la industrialización y las políticas agrarias comunitarias, nacionales y autonómicas, que han supuesto el abandono constante de la aldea, la marcha de la población más joven y competente, y como consecuencia la perdida de la casería y el amor a la tierra o, en el mejor de los casos, transformación en otra cosa, una especie de muerte dorada; casas rurales, hoteles, restaurantes, casas de segunda residencia…

La casería es parte integrante del paisaje y la cultura agraria asturiana, es la que lo gestiona y por ello debe protegerse, pero lo que queda, lo que se conserva, está "de aquella manera"; verlo da la sensación de algo perdido, es como un recuerdo de familia, una reliquia del pasado, una especie de museo cerrado, un yacimiento arqueológico sin estudiar y un grano en el trasero para los políticos de turno que no saben cómo solucionar la cosa porque, realmente, las perspectivas de la casería de cara al futuro son de muy difícil solución. Las efectuadas hasta ahora –fórmulas para la adquisición o alquiler de tierras, red comercial, facilidades de financiación, formación del empresario…– tuvieron un resultado escaso, de corta duración y viabilidad al no involucrar a la juventud con vocación agraria, imprescindible para dinamizar la casería como explotación y como vivienda. Y posiblemente las que se hagan tengan el mismo resultado, al no haber relevo generacional no hay transmisión de la cultura agroganadera, de la casería y de la aldea.

El decaimiento del prestigio social de la agricultura como trabajo, y el presentimiento en la sociedad rural de que la casería y la aldea estaban condenadas a desaparecer perjudicó mucho su conservación y continuidad. La mayoría de los padres concibieron el futuro de sus hijos e hijas fuera del sector agrario, y la renuncia de la mujer a la vida en la casería fue otro factor negativo y una gran dificultad para encontrar esposa el joven que quiere quedar en la casería. Por otra parte, la segregación y venta de parcelas con destino a la construcción, principalmente en la zona costera, es un trabajo mucho más descansado y satisfactorio económicamente que la de agricultor y ganadero, lo que hace que se considere la casería como un capital de especulación más que como una valiosa fuente de riqueza. Quedan algunos héroes, pocos, y algunas grandes explotaciones agrícolas, ganaderas, forestales y hortofrutícolas, escasas, rentables, pero son estas un tipo de explotación a las que no se les puede dar el nombre de caserías, son otra cosa que a pesar de tener el mismo origen poco o nada las recuerda.

Resulta muy difícil de aceptar que algo tan arraigado y querido en nuestra cultura como es que la casería esté abocada a la desaparición, pero según todos los datos objetivos me hacen temer que así será. Existen los milagros, pero para hacerlos es necesario trabajar mucho, muchísimo, y quienes tienen la capacidad para ello son urbanitas y con unos ingresos que no dependen de la climatología.

Parodiando la poesía de Rodrigo Caro, "Canción a las ruinas de Itálica", se podría decir:

"Estos, Fabio, ¡Ay dolor!, que ves ahora

campos de matorral, hórreo arrumbado,

vacío corral, estéril forna,

fueron un tiempo la casería famosa".

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