Regreso al pasado

Luis Rivaya

Luis Rivaya

En alguna ocasión me he sentido extraterrestre. Como si no perteneciera a este mundo aunque aquí me nacieron y me ha tocado vivir alojado en esta sociedad que a diario se mueve en medio del engaño y la hipocresía, encogiendo sus hombros y sin ruborizarse. Son tiempos en los que aceptamos sin pestañear que nos mientan e incluso, sin escandalizarnos al escuchar sus falsas palabras y promesas. 

En mi juventud, cuando ocurrían estas cosas, la gente se rebotaba con aquellos que ponían ‘cara de póker’ al mentir con desfachatez ante verdades que no ofrecían ninguna duda. Y más tarde el personal se despachaba a gusto con quien lo había hecho a base de improperios y frases de todo tipo como son: “¡menudo jeta!”, “¡se la trae al pairo!”, “¡sinvergüenza!” o “¡caradura… que tienes la cara como el cemento armado!”.

Hay cosas que me sorprenden como es que todo el mundo esté hablando de paz para Ucrania cuando al mismo tiempo se están autorizando los envíos de más armamento con destino al conflicto bélico que sufre ese país. Por ello me encantaría que alguien, sin retórica ni falacia, me contestase a la siguiente pregunta: ¿de verdad desean la paz para un pueblo masacrado y destruido o lo que importa es el dinero que genera la venta de armas?

No nos engañemos más. La hipocresía que nos rodea parece  fiel compañera de vida de los principales actores y protagonistas que mueven los hilos del mundo por los que los ciudadanos de a pie tenemos que caminar como auténticos funambulistas tratando de no perder el equilibrio y caer al vacío.

El destino ha querido que en esta última semana me haya vuelto a sentir como un extraterrestre y he regresado al pasado como si fuera el mismísimo E.T., aquél pequeño y entrañable ser de la película de Steven Spielberg de 1982 que se sentía solo y  lejos de su hábitat natural al estar en un lugar totalmente desconocido para él a pesar de estar cuidado por una buena familia americana. El ‘marcianito’ añoraba a los suyos a quienes llamaba desesperadamente utilizando aquellas dos palabras,  “mi-casa”, mientras señalaba al firmamento con su enorme dedo…

Pues guardando un cierto paralelismo con la película dos vecinas también acaban de regresar al pasado. En su caso a un pasado de incertidumbre, temor y miedo, porque salieron de la guerra y vuelven a la guerra. Sin embargo el amor a su familia ha podido con todo.

Hanna y Alina, abuela y nieta, llegaron a Villaviciosa hace diez meses huyendo de la guerra de Ucrania y las dos, desde el primer momento, tuvieron muy claro que “este no era su sitio” a pesar de que les encantó nuestro paisaje pues les recordaba mucho al suyo de Mykolaiv su ciudad, que también tiene una ría. Hanna (abuela y suegra de 56 años), había dejado en Ucrania a su esposo, dos hijos y algún nieto. Aquí tuvo que ejercer de abuela y también de madre de una jovencita silenciosa e introvertida llamada Alina de 15 años que echaba mucho de menos a sus padres. Las dos habían conseguido llegar hasta Polonia y allí, en la frontera, fueron recogidas por voluntarios asturianos que les ofrecieron venir a España. En aquel mismo convoy del 17 de marzo también viajaron Yrina y su pequeño Demid que eran nuera y nieto de Hanna y que fueron los primeros en regresar a su casa cuando parecía que la guerra podía finalizar pronto. De entonces a hoy han pasado nueve meses y sabemos que sobreviven en un refugio subterráneo porque de su hogar no quedó absolutamente nada.

Durante todo este tiempo la abuela Hanna sólo pensaba en regresar y si no lo hizo antes fue porque su marido, con buen criterio, le aconsejó que siguiese aquí en donde tenía casa, trabajo y lo más importante de todo: paz y no guerra. Además Alina seguiría con sus estudios ya que se había integrado muy bien en la comunidad escolar maliayesa haciendo muy buenas migas con una compañera de Tornón.

El pasado sábado Hanna y Alina emprendieron su viaje de regreso tras dejar su piso en la Villa. Decidieron volver a su país. Al ‘ojo del huracán’. A una Ucrania en guerra que espera la llegada de aviones y unos carros de combate “Leopard” que, como otros países,  España les va a enviar y que previamente habrá que reparar dado su lamentable estado tal y como se ha dicho. Y a propósito de esto último les comento: Hace casi cincuenta años que hice el servicio militar encuadrado en la División Acorazada Brunete-14 con base en Retamares (Madrid). Previamente, tras el campamento en Girona, fui destinado varios meses al Escuadrón de Carros de Combate de San Baudilio de Llobregat (hoy, Sant Boi), donde todavía no habían nacido los hermanos Pau y Marc Gasol. De aquel cuartel recuerdo que cada vez que salíamos de prácticas al campo de tiro y por más que tuviese súper ajustada la mirilla del cañón a una casa blanca que era nuestro objetivo, el disparo siempre salía camino de Granollers o La Bisbal del Penedés, por decir algo… Mi ‘tanque’, mi viejo y oxidado carro de combate era un AMX-30 fabricado en Francia. Ahora España va a enviar unos LEOPARD que fueron construidos en Alemania. Este carro de combate también se fabricó en Trubia (Asturias), entre los años 2004 y 2008.

Finalmente deseo para quienes han sido nuestras vecinas que tengan toda la suerte del mundo y que llegue la paz a Ucrania sin necesidad de usar los Leopard, AMX-30 ni ningún otro vehículo militar. Stop War. Que acabe la guerra.

Tras ocho días de viaje Hanna y Alina se han reunido con los suyos. Me dice su mensaje que nunca olvidarán a Villaviciosa y a su gente. Que nunca nos olvidarán.