Calles sin nombre y talleres invisibles

Pilar Tuero

Pilar Tuero

Leí hace tiempo que los hombres de Neandertal fueron desapareciendo por su poca facilidad para comunicarse, como eran de pocas palabras acabaron por no entenderse y eso facilitó su extinción. Me alegro. No quiero pertenecer a una raza que no sabe decir cosas elementales como ”te quiero” o “la caza de hoy fue estupenda”. O peor aún, que no saben darse las gracias o cantar canciones alegres en celebraciones. Me los imagino hoscos a ellos, frías a ellas; veo niños huraños y ancianos con miradas extraviadas. Una raza que no es capaz de expresarse no es inexpresiva, es inexistente.

Todo esto pasó por mi cabeza cuando ayer fui a cambiar las ruedas del coche y observé que la calle no tenía nombre. ¿Cómo es posible? Incluso el GPS estaba perplejo. Después de dar muchas, pero que muchas vueltas llegamos a “Todo Rueda”. ¿Nadie protesta por trabajar en un sitio así, en un “por ahí cerca, en esa curva o donde termina el polígono?”. Parece que allí a nadie le importaba trabajar en una calle sin identidad, con lo agradable que sería pasar ocho horas al día en la calle del Fresno o en la del Sol. Los nombres son importantes para las personas, las cosas y las calles. Todo tiene su nombre o debería tenerlo, es importante saber cómo te llamas. Me llamo Alicia y vivo en la calle de las Maravillas.

Calle es femenino y rueda también y aunque yo soy mujer, después de explicarle al mecánico lo que necesitaba, este me dejó fuera de su campo de visión y dijo:” Pepeeeee, enséñale las ruedas al hombre”. El hombre, evidentemente, era mi acompañante.

Ese taller mecánico situado en una calle ignota parecía estar habitado por seres que no distinguían géneros. ¿Serían Neandentales fosilizados que no daban importancia ni a las palabras ni a quien se las dirigían ?

No se lo tuve en cuenta, la mecánica en sus múltiples variantes nunca fue mi fuerte. Pero eso es lo que pasa por no trabajar en la Calle de la Azucena o la de La Buena Ventura.