Opinión

La triste transformación del espíritu de la Navidad

Aún puedo recordar el olor del musgo que con tanto cuidado recogíamos los más mayores para hacer el Belén de la escuela. La algarabía y el trajín en clase mientras íbamos colocando las figuritas, bajo la dirección de nuestra maestra, Doña Elena, daba cuenta del espíritu de esa época especial.

Cuando llegábamos a casa la merienda venía acompañada de algún pastelillo, fruto del esfuerzo de nuestras madres durante los meses anteriores, que como hormiguitas, iban haciendo acopio de lo necesario para su elaboración.

 Era un tiempo festivo y alegre que concluía el día de Reyes. Fueron muchos los años en que limpié con esmero los zapatos de modo que estuvieran presentables cuando llegaran sus majestades, los magos de Oriente, a depositar los regalos. En alguna ocasicón tuve ganas de echármelos en cara para preguntarles porque me traían unos leotardos cuando en la carta yo había especificado claramente que quería una bicicleta.

Qué le ha pasado a la tradición asociada a los valores y a la unión familiar es una pregunta que nos hacemos los que ya tenemos algunas décadas.

La Navidad ha sufrido una transformación radical. Lo que en otro tiempo era un momento para reencontrarse con seres queridos y reforzar lazos, se ha convertido en una excusa para el consumo desenfrenado.

En sus orígenes, la celebración navideña estaba profundamente vinculada con prácticas religiosas y comunitarias. Para muchos, era un tiempo de recogimiento espiritual, marcado por la celebración del nacimiento de Jesucristo y la importancia de valores como la solidaridad y la gratitud. Ofrecía, además, una oportunidad para reunir a las familias dispersas por razón de sus obligaciones.

El intercambio de regalos no era el eje central, era más bien un gesto simbólico de cariño y aprecio, completamente ajeno a la capacidad económica. Las cenas navideñas se preparaban con amor, a menudo con recetas transmitidas de generación en generación, y el ambiente se llenaba de cantos, historias y risas.

Pero, poderoso caballero es don dinero, dicen. Cuando las grandes corporaciones vieron el potencial comercial impulsaron campañas publicitarias para convertir la Navidad en una temporada de consumo masivo.

Personajes como Santa Claus, popularizados por marcas como Coca-Cola, fueron reinterpretados para promover una imagen festiva y amigable que animara a las personas a gastar en regalos. Los villancicos tradicionales dieron paso a jingles comerciales, y las luces navideñas, antes símbolo de esperanza, se convirtieron en elementos decorativos con fines estéticos y competitivos.

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