Opinión

Pequeños placeres cotidianos

Oír la lluvia azotar la ventana mientras que el edredón de plumas de oca hace su trabajo de protección, aspirar el aire fresco de la mañana nada más levantarse, poner aceite de lavanda en el difusor después de ventilar la casa, sentir el agua caliente resbalando por la espalda mientras que una esponja generosa esparce espuma de limón por todo el cuerpo, hacerse un té verde para no oxidarse más de la cuenta, sentir el crujido de una Campurriana al restallar en la boca húmeda de chocolate espeso. Que bonita es la vida con crema pastelera.

Cometer el error de encender la televisión de la cocina cuando el olor de la cebolla se mezcla con el del pimiento y empieza a alegrar el día y ¡¡¡Pum!!!

Oír que Trump quiere convertir Gaza en una especie de Punta Cana, ver como los políticos empiezan con su descalifique y despelleje cotidiano, sentir que el mundo no tiene remedio, que el problema de la vivienda se hace insoportable para muchas personas. Ómnibus y trolebús en una rima loca y poco atinada.

CLAC. Apagar la tele, bailar una bachata en el salón con Vladimir (gato), hacer unos arrumacos a Chester (perro) y decidir que el invierno está lleno de mantas en los sofás y cayenas para los guisos; dar gracias al universo por tener un techo, calefacción y la nevera llena de rabanitos, pero también de buñuelos de crema de chocolate belga. Salir a la calle e ir a la biblioteca dando saltitos como si tuviera cuatro años. Quedar con mis amigas "Las Guapas" para tomar un café.

No soy negacionista de la realidad.

Es que me escuece y no hay suficiente aloe vera en este planeta loco.

Es posible que rebusque en las "rerebajas" un sombrero como el de Melania para ver la vida con distancia altanera.

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