Opinión

Evaristo, pena sin reposo

Dicen que la pena es mejor dejarla posar y mientras, a modo de terapia, apoyarte en amigos, con quienes compartir cosas positivas y aprender a vivir la ausencia, pero últimamente las penas se suceden con demasiada frecuencia, apenas sin tiempo para asimilarlas, y son más insufribles cuando los amigos que habrían de ser la cura, el paño de lágrimas, son a la vez la causa de la aflicción. En octubre fue Toño Suardíaz, hace muy poco Ismael y ahora Evaristo Arce. La ausencia de amigos está haciéndose cada vez más insoportable. Los amigos se necesitan para continuar alimentando los recuerdos, darnos un abrazo, mirarnos, sonreír, estar bien, y morirse no debiera ser excusa para dejar de hacerlo, es hacer trampa.

Me gustaría tener el buen decir de Evaristo para poder hacer la crónica que se merece, en todo caso las mejores plumas de la noticia y el contar del periodismo y la cultura asturiana ya lo han hecho, y han ensalzado sus méritos y sus logros personales y profesionales, que son muchos.  No quisiera hacer una crónica triste, aunque el fallecimiento de un amigo lo sea, ni una despedida triste, aunque las despedidas de los amigos siempre lo son, porque las vivencias tenidas con Evaristo nunca han sido tristes, fueron buenas, gratas, interesantes, simpáticas, generosas, amenas, valiosas, entretenidas, divertidas y mil, pero nunca tristes ni aburridas.   

Las conversaciones  en los corrillos de este tipo de despedidas suelen comenzar  con  un “era” o un “acuérdeste”, ambas indican conocimiento, en una afirmamos la percepción de su condición de ser y estar en este mundo, en la otra desgranamos el recuerdo, la anécdota.

Era noble,  autor e impulsor de la escena cultural de la región se ha dicho, también asturiano afable y bellísima persona, cultivó la amistad siempre, bueno, generoso, inteligente…y “de la Villa gracies a Dios”, solía añadir Evaristo a su presentación. Y sabemos que era verdad y que Dios sabía lo que hacía.

Su infancia y juventud en la Villa aportaría los ingredientes que marcarían su personalidad, se veía venir, era el único de la pandilla que iba a manzanes con un libro, y gustaba de quedarse en la pumarada, si no había peligro, a leer y darse un baño de verdes. Y también lo hacía de dorados en la playa y azules en la ría. Y aprendió a mirar y entender el paisaje, el geográfico, el artístico y el humano, y los decía y escribía con un verbo y una palabra magníficos.

Siempre gustó Evaristo de escribir y contar noticias desde muy joven, ¡ay, aquella revista de periodicidad variable y vida breve, impresa con una ciclostil que nunca supe de donde había salido, en la que contaba noticias, juicios y pareceres de la Villa!. O en las cartas, crónicas y misivas que enviaba e intercambiaba para mantener al día a los amigos que estudiaban en Oviedo, utilizando un medio de transporte tan barato y original como una pequeña rendija en la chapa de aquel destartalado autocar del Alsa que Evaristo bautizó con el nombre de “El Infimón”.

En la Villa aprendió a comprender sin juzgar, el alma humana en los personajes de las obras de teatro que dirigía e interpretábamos en el colegio.

Sí, ser de la Villa marca como un sacramento e imprime carácter, y no perdía oportunidad de hacer manifestación pública de ello, y como aquellos versos, creo que del deán José Cuesta decir: “Fuera todo cosa hermosa, que en mis horas de vagar, yo no sé más que una cosa: hablar de Villaviciosa, y luego… volver a hablar”. Y lo hacía fácilmente con su consejo y erudición desde Cubera, la Fundación Cardín, el Concurso de Pintura o intercambiando anécdotas con Monchu el cura gustando algún plato de la cocina tradicional en algún recóndito lugar de nuestro paisaje gastronómico.

Y como era de devolver tanto o más de lo que recibía, gustó y supo hablar, y que bien, de Oviedo, ciudad a la que quiso y se dejó querer hasta la recíproca adopción.

Tras el multitudinario funeral, nos reunimos en la Sidrería Bar Sevilla, lugar de habitual tertulia de Evaristo, un montón de amigos, villaviciosinos casi todos, con el alcalde y el grupo de concejales, que tan magníficamente representaron a nuestra Villa en el duelo, a la cabeza. Fue un  homenaje espontáneo, y Lourdes antes preparar la fila de mesas y servirnos nos indicaba: “esta silla y este sitio no se ocupan, es el de Evaristo”.

Y mientras, Vetusta , la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo… se retiraba al descanso tras un día laborable, oyendo el triste tañido de la campana de San Isidoro, tertuliábamos recuerdos con Evaristo, silencioso en una silla vacía.

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