La dichosa zona

Hace un par de años que gurús, psicólogos y psiquiatras, además de influencers y youtubers, empezaron a decir que había que salir de la zona de confort, arriesgarse y abrirse a lo desconocido para así evitar la rutina y ser más felices y resilentes.

¿Y qué pasa con aquellos que son felices con su té de jazmín mañanero y su periquito y no necesitan tirarse en piragua por rápidos o probar el chocolate de Dubai porque con La Cibeles ya están satisfechos?

Hace unos meses estuve mirando viajes exóticos para ampliar mis horizontes y llenar las maletas de sueños color arcoiris. Después de ver un vídeo sobre Sri Lanka donde un guía muy alternativo y muy ufano enseñaba el tamaño de las garrapatas, hablaba de diarreas incapacitantes y madrugones inusitados para ver amaneceres en sitios idílicos, decidí que también sería muy buena idea mirar pájaros en El Puntal o comprar una bicicleta eléctrica para subir a Sietes sin necesidad de regresar del paraíso hecha una miseria humana.

Ahora con las redes cualquier iluminado recomienda dietas, filosofea o dice a los demás como tiene que vivir. Hay autentico pánico en no sacar todo el jugo posible a la vida, en no demostrar al mundo que estamos siguiendo la dieta de moda o haciendo yoga de silla.

Todo el mundo sabe que la vida puede ser muy traicionera y que a muchas persona les costó años, trabajo, discordias y decepciones llegar a esa denostada zona de confort donde poder vivir tranquilitos sin que nadie venga a decirles que se levanten y hagan trekking por el Himalaya cuando lo que quieren es hacer la ruta a la panadería y vuelta. Que manía con que vivamos una vida de aventura y sobre todo muy muy longeva. Reivindico el derecho a que cada cual se quede donde está (siempre que no sea en el sofá y viendo tele a destajo), especialmente si ese lugar es cómodo y tiene buenas vistas a un futuro de paz y armonía.

Así que el que quiera quedarse calentito en su casa en invierno o debajo de una parra con el botijo en verano a esi...

...¡a esi dejailu en paz!