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Opinión

Aún queda sensibilidad

¿Qué sería del ser humano si no existiese la sensibilidad? ¿Se han parado a pensarlo? ¿Cuántas veces hemos escuchado que la vida pasa muy deprisa o que e mundo gira cada vez más rápido?... ¡No!. El planeta tierra de nuestro mundo se mueve a la velocidad de siempre girando a 1.666 kms/hora sin que nosotros sintamos nada.

Como dice ‘Internet’, ese ‘Gran Hermano’ que hoy nos domina a todos, resulta poco menos que mosqueante que, con esa aceleración centrífuga que nos empujaría hacia el exterior, resulta hasta extraño que los humanos no salgamos volando por la atmósfera y firmamento sin necesidad de cohetes ni transbordador espacial alguno.

Sí podría suceder en cambio por causas “incontroladas” como las desgracias y tragedias producidas por la furia de la naturaleza. Son conocidas como desastres naturales frente a los que, en la mayoría de los casos, los humanos no podemos hacer nada por evitarlos. Huracanes, tornados, terremotos, inundaciones, etc. pueden llevarse todo por delante ante nuestra total impotencia.

Pero aún nos quedaría un tercer factor como son los accidentes y errores o descuidos que los puedan causar. Accidentes laborales, de tráfico y de todo tipo en los que los humanos ejercemos o deberíamos ejercer (al menos teóricamente), cierta preparación un serio control sobre las máquinas y los vehículos que utilizamos habitualmente.

Solemos decir que “no nos acordamos de Santa Bárbara hasta que truena” y eso es lo que sucede con el tema que he elegido hoy. Quiero hablarles de “sensibilidad”, de un rasgo muy característico de nuestra personalidad que, además, nos define ante el resto. Para todos, la tierra puede girar a esa velocidad constante de la que hablábamos antes. Pero hablando de la sensibilidad, los hombres y mujeres somos muy distintos a la hora de mostrar en público nuestros sentimientos interiores.

Quienes somos o nos consideramos sensibles nos delatamos fácilmente (y hasta sin querer), al disponer de una mayor percepción sensorial y emocional que se manifiesta principalmente en situaciones emotivas tanto sean de alegría como de tristeza. Y esto lo vemos prácticamente a diario tanto en la vida real como en la televisión.

En las manifestaciones “Pro Palestina” habrán visto y escuchado que en una misma concentración, participaban quienes producían altercados, destrozos en contenedores y mobiliario urbano o enfrentándose a los Mossos de Escuadra y Policía -repito, en esa misma concentración- junto a hombres y mujeres implorando y llorando sin consuelo con la petición del cese de la guerra y hambruna sobre el pueblo de Gaza.

En un mismo escenario y reivindicando la misma causa, dos conductas muy diferentes. Personalmente me quedo con la segunda y espero que todos ustedes decidan lo mismo. La inmensa mayoría de los seres humanos queremos la paz en todo el mundo. Pero y aunque lo comente repetidamente, hay quienes no quiere eso porque sus ansias de poder se lo impiden y les empujan a cometer tantos y tantos desmanes y atrocidades. Necesitan forzosamente demostrar y amedrentar al mundo con su liderazgo y caudillaje. Sentirse los más grandes amenazando a los más débiles al disponer de todo el poder y los medios necesarios algo que la inmensa parte de la población mundial no tiene.

Pese a todo y a pesar de los vaivenes que nos da la vida, gracias a Dios aún queda sensibilidad entre los hombres y mujeres que poblamos esta tierra que ya no sé si es prometida o no. Pero es en la que estamos y en la que habitamos aunque en muchos momentos eches pestes con lo que ves. Para capear los distintos temporales que se me presentan, recurro sin querer a la sensibilidad que heredé de mi madre que era una mujer que sentía y se emocionaba hasta por las cosas más pequeñas.

Recuerdo también con emoción y cierta nostalgia aquellos ratos que pasaba con mi abuelo paterno ayudándole en la mesa de su despacho de notario a “liar pitillos” con una máquina que tenía y que hoy obra en mi poder. Era un artilugio fabricado por la familia Victorero, de Lastres (Colunga), y que disponía de una tolva por la que echaba la “picadura” del tabaco al tiempo que, en otra parte de la VICTORIA (que era su marca), colocabas un “librito de papel” de fumar que vendían los estancos. Bastaban dos simples movimientos -empuja y tira- y salían rodando unos “petas” perfectos que guardaba el abuelo en su pitillera al tiempo que me decía ¡¡muy bien Luisito!!

Era todo un ritual lleno de ternura para un guaje de cinco años. Creo que mi abuelo Luis y su hermano Toño tenían un cariño y una sensibilidad especial hacia mí. Ellos fueron quienes me enseñaron a dar valor a las cosas pequeñas de la vida desde que era un crío. Me queda la duda de si de aquellos momentos en Oviedo nacieron también en mí otras “especialidades” como emocionarme por cosas y detalles en los que no se fija casi nadie o mi facilidad para verter lágrimas ante tristezas (algo lógico), pero también ante alegrías y momentos felices. Por si acaso, siempre llevo un pañuelo en el bolsillo.

Aunque alguno de mis hijos se ríe de mí en esos momentos en los que “me rompo” (¡¡Papá, por favor!!), la verdad es que me siento bien siendo así y últimamente, hasta me alegro cuando veo que no soy ningún bicho raro y que, en este mundo, existen muchas más personas como yo… o yo me parezco a ellas. Afortunadamente aún queda sensibilidad y ternura en esta sociedad que parece estar en bancarrota social y en pleno declive de los valores del ser humano y en estos últimos tiempos lo he podido comprobar sin salir de mi querida Villaviciosa.

Fue en febrero de 2022 cuando Rusia invadió Ucrania y apenas veinte días después llegaron a San Martin del Mar catorce mujeres y niños que habían huido de la guerra a través de Polonia aprovechando el retorno de un convoy asturiano desplazado hasta allí con ayuda humanitaria. Disponer de un hotel rural permitió darles un hogar “asturiano” en el que con diferentes ayudas de vecinos y amigos pudieron vivir casi tres meses.

Ni que decir tiene que en esos cien días hubo momentos muy duros y tristes como cuando contactaban con sus familiares en Ucrania. Pero también otros maravillosos e inolvidables en los que hubo mucho cariño, mucha emoción y sentimiento con muchas lágrimas de alegría. Putin nunca se enteró de ello.

Mucho antes, en 2010, había descubierto lo que era y significaba ser “padre de acogida” de unas niñas saharauis que salían del desierto de Argelia en el mes de julio para pasar dos meses en Asturias sin tener que soportar temperaturas de más de 50 grados centígrados. Para mí constituyó toda una experiencia de vida. Era algo que jamás se me había pasado por la cabeza y creo desde entonces, que ya no sé vivir sin ese programa llamado “Vacaciones en Paz” de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui. Nunca me podía imaginar que les llegase a querer tanto y que en el momento de su regreso las viésemos alejarse en medio de todo un valle de lágrimas.

Y hace muy pocos días me acerqué hasta el tanatorio local para dar mi pésame a la familia de mi amigo Gabriel González Tuya. Confieso que nunca había visto tantísima gente reunida allí ni tampoco, ver tantas y tantas lágrimas por la pérdida de un hombre que era muy querido en Villaviciosa y toda la Comarca de la Sidra. Posteriormente, aldía siguiente, acudía a la iglesia parroquial para darle el último adiós y en un momento del funeral ocurrió algo que tampoco nunca jamás me había pasado

Admito y reconozco que ‘ser de lágrima fácil’ te pone las cosas difíciles en muchos momentos. La pena y tristeza me superaron y de forma discreta me fuí quitando las lágrimas que resbalaban por mi cara. El desconsuelo era general porque detrás de mí, en la parte de atrás del templo, alguien también lloraba con mucho pesar y sin poder resistirlo, di la vuelta. Era una mujer joven quien lloraba desconsoladamente. El caso es que todavía no sé cómo, sin hablarle ni conocerla de nada, me acerqué a ella y le di un beso.

No nos dijimos nada. No hubo palabras. Solo ese beso. (¡Dios mío! ¿Qué has hecho Luis?, me dije). Terminado el funeral salí entre la multitud y ya no la vi más. El único consuelo que me quedaba es que ella también tenía que ser muy buena amiga del bueno de Gabriel.

Esa misma noche me desvelé en plena madrugada pensando en ello pero sin encontrar ninguna respuesta. Sin embargo, lo más increíble sucedería al día siguiente:

Llegando a la Villa, detengo el coche ante un ‘paso de cebra’ por el que va a cruzar una chavala que, a mitad del trayecto, gira su cabeza hacia mí y sorprendentemente… ¡¡era ella!! Fue como una aparición… ¡Un milagro! *

Por ello sigo pensando que es bueno ser sensible y más en los tiempos actuales. Esta misma semana he tenido la suerte de reencontrarme con un viejo amigo de mis años televisivos y me ha encantado ver que, aunque los dos nos hemos hecho algo más mayores, Alberto no ha cambiado para nada y se sigue emocionando al recordar a sus amigos (a los que están y a los que ya no están). Emocionándose al hablar de toda esa buena gente que se ha encontrado a lo largo de su intensa vida personal y profesional.

Les prometo que es entrañable ver como adora, quiere y se emociona hablando de lagente de bien con la que ha compartido camino. Sus ojos se humedecen y le traicionan. Y yo, le apoyo para que no deje nunca de ser como es. Que siempre se emocione mientras habla con sus amigos (con quienes le queremos), aunque vea resbalar alguna lágrima perdida por sus mejillas. Aún queda sensibilidad "en este mundo traidor, en el que nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristalcon que se mira…"; como diría el gran Ramón de Campoamor.

* “Se llama María” (Canción del italiano Pino Dionaggio -1966)

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