Opinión
La lacra del bullying
El acoso escolar se ha convertido en una auténtica lacra social en los últimos años. Es cada vez más frecuente leer en los medios noticias que informan de nuevos casos de menores que, incapaces de soportar el acoso diario, deciden poner fin a su vida. Son tragedias que estremecen. De poco sirve hablar de empatía y respeto cuando la realidad demuestra que estamos fallando como sociedad, en la educación, la prevención y la respuesta ante este problema.
Una de las raíces más profundas del bullying se encuentra en la pérdida de disciplina y de valores dentro del hogar. Muchos padres, ya sea por falta de tiempo, por miedo a ejercer autoridad o por desconocimiento, renuncian a su papel formativo.
La educación en el respeto, la empatía, la responsabilidad y los límites empieza en casa, no en la escuela. Sin embargo, en demasiados casos los niños crecen sin una guía firme, sin aprender las consecuencias de sus actos ni el valor de ponerse en el lugar del otro.
Los padres permisivos que sobreprotegen a sus hijos ponen en el mundo individuos incapaces de tolerar la frustración. Esto da lugar a que sean propensos a ejercer violencia sobre quienes perciben como más débiles. La disciplina no debe confundirse con autoritarismo, sino con una estructura que enseña a convivir en sociedad.
Vivimos en una era en la que se sabe más sobre tecnología o redes sociales que sobre educación emocional. Muchos padres carecen de las herramientas necesarias para formar a sus hijos en valores humanos básicos. Educar exige tiempo, coherencia y compromiso. Es preocupante observar cómo algunos progenitores justifican el mal comportamiento de sus hijos o incluso culpan a la víctima cuando surgen casos de acoso.
Este déficit de formación parental también se refleja en la falta de comunicación: niños que crecen frente a pantallas, sin diálogo, sin escucha, sin modelos reales de convivencia. Y cuando estalla el conflicto, ya es demasiado tarde.
Tampoco vamos a dejar exentos de responsabilidad a los centros educativos. Aunque muchos docentes se esfuerzan, el sistema en su conjunto falla. Son demasiadas las ocasiones en que el acoso se minimiza, se silencia o se maquilla para no "dañar la imagen del centro". Algunos profesores prefieren mirar hacia otro lado, argumentando que son cosas de niños o que no pueden intervenir en todo. Pero esa falta de reacción, puede ser tan dañina como el propio acoso.
Los colegios deben ser espacios seguros, y eso requiere implicación real, protocolos eficaces y personal preparado para detectar y actuar ante los primeros indicios. No basta con campañas puntuales ni con talleres simbólicos.
A nivel político, faltan programas de prevención sólidos, apoyo psicológico gratuito para víctimas y familias, y sanciones efectivas para los agresores y los centros que no actúan. La violencia escolar no se resuelve con declaraciones institucionales cada vez que ocurre una tragedia, sino con políticas educativas sostenidas, inversión en orientación escolar y formación en convivencia.
Además, sería necesario que las autoridades revisaran el papel de las redes sociales, donde el acoso se multiplica de forma invisible y constante. El ciberbullying, sin fronteras ni horarios, amplifica el sufrimiento y destruye vidas de manera silenciosa.
No nos engañemos, el acoso no es un problema de niños, es un reflejo de una sociedad que ha perdido parte de su brújula moral. Mientras se siga mirando hacia otro lado, seguirán muriendo menores, víctimas del abandono colectivo.
Educar en valores, imponer límites y actuar con firmeza ante el acoso no son tareas opcionales, son deberes urgentes. Porque cada vez que una víctima se quita la vida, no solo fracasa el sistema educativo, fracasamos todos.
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