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“Un pobre hombre ciego de amor”: así justificaba la sociedad los crímenes machistas como el que ocurrió en Mieres hace 90 años

Feministas, criminólogos e historiadores analizan uno de los asesinatos machistas más polémicos en la historia de Asturias

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La Rebollá (Mieres), 1932. Él agarró una pistola y disparó contra el pecho de ella. Uno, dos, tres tiros. La vio agonizar en un charco de sangre. Nervioso, dirigió el arma contra su cabeza. Todo se volvió negro.

Es el caso del “ciego de amor”. Un suceso que, hace noventa años, “escandalizó” a los más progresistas de la época. Además de porque el hombre decidió matar a la chica porque le dijo que no quería salir con él, por el apoyo que recibió el asesino. Buena parte de la sociedad, la prensa y el sistema judicial se pusieron de su parte. Le llamaban “pobre hombre” porque quedó ciego al intentar suicidarse, el juez pedía “caridad”. Feministas asturianas, aún hoy, lo exponen como ejemplo de un negro legado patriarcal. “Nos recuerda lo que hemos recorrido, pero también lo que nos queda por andar”, apuntan militantes del movimiento por la igualdad. Junto a ellas, criminólogos e historiadores analizan uno de los casos de violencia machista más polémicos en la historia de la región.

Es una historia que se ha narrado de generación en generación, especialmente en la comarca del Caudal. De madres a hijas, siempre el mismo relato, pero sin que trascendiera el nombre del asesino. Es imposible encontrarlo en las publicaciones de la época. De la víctima tampoco se conoce identidad, pero, según los historiadores locales, era una joven que trabajaba en un bar de La Rebollá –local que hoy en día ya no existe–. Fue en ese establecimiento en el que ocurrieron los hechos.

El desaparecido diario “Región” narró así el suceso: “Un pobre hombre, para quien la vida no ofrece ya atractivo alguno. Fue víctima de unos momentos de irreflexión; la obcecación y el arrebato embargaron su mente, y fuera de sí, maquinalmente, descargó tres veces la pistola contra la mujer de sus ensueños, cayendo al suelo inerte y bañada en sangre”.

“Este suceso es uno de tantos ejemplos del aplastante patriarcado del que venimos y contra el que estamos luchando”, apunta Nuria Ordóñez, concejala de Feminismo en el Ayuntamiento de Mieres y militante feminista. Añade que “se guarda el poso de este constructo social. Y hay movimientos de ultraderecha, que actualmente aún niegan la violencia de género, que están contribuyendo a un discurso más agresivo y a la perpetuación del mito del amor romántico a todos los niveles. También en el ‘blanqueamiento’ de estos crímenes. Una mujer no muere en un crimen machista, a una mujer la mata un asesino”, apunta la edil. “Es una herencia que tenemos que rechazar”.

Reproducción de la página del diario conservador “Región” que recoge la sentencia del crimen.

Legado maldito para las mujeres el que les dejó el “ciego de amor”. Los historiadores matizan que el caso ya generó estupor entre los movimientos más progresistas de la época. “Durante la Segunda República se produjeron avances sociales, especialmente en lo relativo a la mujer. Quizás no fueran tan rotundos en la zona rural, pero ya empezaba a aflorar el movimiento en distintos círculos”, apunta Ernesto Burgos, historiador y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA. Explica Burgos que “ya se producían algunas movilizaciones de los primeros colectivos feministas, aunque no consta ninguna movilización en lo relativo a este caso en concreto”. Sí hubo un caso en Trubia en el que una mujer que asesinó al hombre que la maltrataba fue recibida en el Juzgado entre aplausos. En este contexto, según el historiador, “es de suponer que el crimen machista de La Rebollá ya causara cierto estupor”.

Pero solo en la calle. Apunta Ernesto Burgos que “los avances, históricamente, han llegado más tarde al sistema judicial. De hecho, durante la Segunda República, se mantenían leyes del siglo XIX”. Y añade: “No se cambiaron durante el reinado de Alfonso XIII ni con la llegada de la Segunda República, así que no resulta para nada llamativo el proceso contra este hombre. En lo referente al ámbito judicial, era la tónica general de la época”.

No trascendió el nombre del agresor ni el de la víctima, de la que se indagó su conducta amorosa en el juicio

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El diario “Región” escribía, en el artículo del día del juicio: “(El hombre) había recibido una negativa rotunda y decisiva a una declaración suya de amor. Y no queriendo él sobrevivir (...) vuelve el arma contra su persona, fracasa en sus deseos suicidas sanando de las lesiones que se produjo después de varios meses. Y quedó ciego”.

“Desde luego que no parece un discurso posible hoy en día”, afirman desde la entidad feminista “Maeve”. Aunque, aún ahora, “se referencia la enfermedad mental, los celos o el alcohol en algunos casos de violencia de género”. El criminólogo Emilio Marqués, tutor del grado en el Centro Asociado de UNED-Asturias, apunta que la “celotipia es un conjunto de conductas psicopatológicas que obedecen a pensamientos delirantes de celos con el fin de obtener un objetivo que es el dominio de otra persona”.

Uno de los casos más recientes en el que la “celotipia” centró parte del alegato de la defensa fue el de Nelson dos Anjos, el taxista que mató a Iván Castro en La Felguera. Declaró haber cometido los hechos porque estaba “trastornado” por su relación con Marta Rama (su amante y novia de Castro, que resultó condenada como inductora del crimen). La “celotipia”, a pesar de constar en las declaraciones de las vistas orales, no aparece reflejada en la sentencia como atenuante para la condena. Matiza Marqués, rotundo: “Aunque tiene un análisis criminológico, existe jurisprudencia del Tribunal Supremo en la que los celos no pueden ser un atenuante de obrar por un impulso pasional”. Y añade: “Los presupuestos de atenuación de las penas deber ser lícitos y acordes con las normas de convivencia”.

Los celos ya no son atenuante. Pero, llaman la atención los colectivos feministas, el juicio a la víctima permanece. En el procedimiento contra el “ciego de amor”, una amiga de la víctima tuvo que declarar. El objetivo era conocer el pasado amoroso de la joven, descifrar “si era o no era decente”. La joven aclaró que la víctima no había tenido relaciones con ningún hombre, ni siquiera con su asesino.

El jurado estuvo compuesto enteramente por mujeres, a las que el juez advirtió que la justicia no está reñida con la caridad

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“Seguimos teniendo que demostrar que somos santas, puras y beatas”, afirma Nuria Ordóñez. Y añade que “tenemos que demostrar también que no nos ocurrió por ir solas a las cinco de la mañana, o por haber bebido, o por llevar la falda muy corta”. Según Ordóñez, “tenemos que ser justos y preguntarnos si de verdad estamos educando en igualdad, si educamos igual a nuestros hijos y a nuestras hijas. Seguimos preguntando a las chicas por qué llevan la falda tan corta, mientras que nunca hay discusión por la ropa de los chicos. Esto es así, y hay que cambiarlo”.

También el sistema judicial. Emilio Marqués señala que las víctimas sufren tres veces: “Es lo que se conoce como victimización primaria, victimización secundaria y victimización terciaria”. La primera, cuando se produce la agresión. La segunda, cuando tiene que revivir lo ocurrido ante la sala. La tercera, el sufrimiento que los hechos causan a las personas del entorno.

En aquel proceso de 1931, para juzgar al “ciego de amor”, incluso la elección del jurado fue llamativa. Todas eran mujeres. El juez, según los relatos de la época, se dirigió a ellas antes de que se retiraran a deliberar. Con un aviso difícil de pasar por alto: “Debéis tener en cuenta que la justicia no está reñida con la caridad”. A nadie le sorprenderá el final de la historia: el hombre fue declarado inocente y puesto en libertad de inmediato. “Veredicto de inculpabilidad en un crimen pasional”, tituló la prensa de la época.

Portada del libro de Nerea Barjola

De “Caperucita” al “caso Alcàsser”: las narrativas que atemorizan a las mujeres

Desde “Caperucita y el lobo” hasta el “caso Alcàsser”. El movimiento feminista asegura que la narrativa de los crímenes machistas, aunque ya lejos de la victimización de los acusados, sigue marcando un camino a las mujeres. Es un fenómeno que analiza Nerea Barjola, militante feminista, doctora en Feminismos y Género por la Universidad UPV/EHV y licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, en su obra “Microfísica sexista del poder”, el tratamiento mediático y la movilización social en torno al “caso Alcàsser”. Según el ensayo de Barjola, el asesinato de Toñi, Miriam y Desirée se utilizó para “marcar límites” en la libertad de las mujeres. Dejarlas fuera de lugares que la sociedad patriarcal no quiere que ocupen.

Afirma Barjola que los discursos sociales, políticos y mediáticos que diseminaron el crimen “se orquestaron” para convertir el relato en un aviso: no hacer autostop, no salir sola, no estar en la calle de noche... “La narración sobre el peligro sexual de Alcàsser es un relato de límites que respetar, de territorios que no traspasar: la frontera que contiene el cuerpo supliciado y el cuerpo dócil. Alcàsser es una narración política que imprimirá, a partir del cuerpo y sobre el cuerpo, todos los límites y barreras; en definitiva, las fronteras corporales”, señala la autora en el ensayo.

El documental más reciente sobre el suceso, estrenado en la plataforma de streaming “Netflix” en el verano de 2019, también hace hincapié en este fenómeno: “Los padres estaban atemorizados, iban a las puertas de la discoteca ‘Color’ para esperar a sus hijas”, narran participantes en la producción, que ocupó durante semanas la lista de “más vistos” en la plataforma.

El “constructo” social creado a partir del crimen de Alcàsser, según el estudio de Barjola, se ha repetido en distintos sucesos desde mediados de los años noventa hasta la actualidad. En su libro, la experta revisualiza lo ocurrido con mirada objetiva y política, limpiándolo del terror y del sensacionalismo.

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