Aulas cerradas

No acaba bien el año, ni para las mujeres afganas, privadas de educación por los talibanes, ni para el resto del mundo, que por ello es hoy peor

Tres jóvenes estudiantes se alejan de la Universidad de Kabul. |  EFE / EPA

Tres jóvenes estudiantes se alejan de la Universidad de Kabul. | EFE / EPA / Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Para las mujeres el 2022 ha sido, y aún está siendo, un año de agitación y de violencias encadenadas, como siempre. La última, por ahora, es la perpetrada por el régimen talibán en Afganistán, prohibiendo a las jóvenes el acceso a la Universidad. Se veía venir, como muchas otras atrocidades en el país, pero la comunidad internacional, representada por las Naciones Unidas, apenas ha pestañeado: ha expresado su malestar y ha pedido la revocación de la medida, como no podía ser de otra manera.

"Nos hemos quedado mudas", ha declarado a la agencia de noticias France Press Madina, estudiante de Periodismo y una de las alumnas a las que les han cerrado las puertas de las aulas universitarias. Precisamente eso es lo que persiguen los que dieron la orden: enmudecer, de la forma más eficaz e irreversible posible, a la mitad de la población para debilitarla y mantenerla aún más controlada.

La educación es un instrumento y un arma. Para quien no tiene fortuna, su trabajo y su inteligencia es su única riqueza, una fuerza liberadora y la puerta de entrada a una vida mejor. La verdad os hará libres, pero no una verdad revelada y rocosa, como la que pretenden imponer los talibanes y como ellos muchos otros, sino la de las aulas, la que se aprende de los buenos maestros y entre compañeros, con la experiencia y la curiosidad. En definitiva, una verdad acogedora y cargada de preguntas.

Negar el acceso a la educación es negarle a alguien la posibilidad de pensar, de mejorar y de decidir. Hay que ser muy inquieto y muy valiente para cuestionarse el mundo y a sí mismo partiendo absolutamente de cero. En la camaradería se fortalece la sabiduría, y también, cómo no, la libertad.

Dos tercios de los adultos analfabetos son mujeres, según la ONU, lo que es a la vez consecuencia y causa de su extrema vulnerabilidad

En Afganistán, el 82 por ciento de las maestras son mujeres, sin ellas la educación de las niñas y de los niños se empobrecerá y con ella el país y su futuro. Si las cosas no cambian, que parece que a corto plazo no lo van a hacer, dejarán de formarse abogadas, juezas como Nazima Nezrabi, refugiada en España y convertida, muy a su pesar, en activista en defensa de los derechos de las mujeres afganas.

En Afganistán no habrá ingenieras, médicas, matemáticas... Las vidas de todas esas mujeres se empequeñecerán, perderán la esperanza y lo mismo le sucederá al país, bastante encogido ya.

Dos tercios de los adultos analfabetos en el mundo son mujeres, según las estadísticas de la ONU. Ese hecho es a la vez consecuencia y causa de su extrema vulnerabilidad. Y sin embargo, la educación de las mujeres tiene un impacto directo en la comunidad, por humilde que esta sea, porque por su función tradicional de cuidadoras todo lo que aprenden y todo lo que tienen revierte en su entorno más inmediato, en su familia y su vecindario.

Hay informes y artículos de la ONU que confirman que las mujeres son mejores líderes comunitarios que los hombres, que tienden a asignar los recursos disponibles más equitativa y eficazmente, y que la mayor parte de su gasto va a la compra de alimentos y a procurar la mejor educación a sus hijos. La educación, de nuevo.

No acaba bien el año, ni para las mujeres afganas ni para el resto porque, como ha quedado patente en estos últimos años, lo que le pasa a uno nos afecta a todos: el mundo es peor hoy para las afganas, y para todos.

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