¿Imaginan si ETA, o grupos integristas volvieran a asesinar a alguien cada semana? ¿Cuáles serían las reacciones políticas y sociales si esa violencia se extendiera a toda la Unión Europea, diseminando un reguero de sangre en intervalos contínuos de días y años?
El planteamiento, seguramente, provocará nauseas: las muertes violentas no tienen cabida en una sociedad democrática, justa, igualitaria. Perdón, sólo en sociedades justas y democráticas, porque a la vista está que no estamos en sociedades igualitarias, cuando ese reguero de asesinatos se producen, cada día, en España y Europa: muertes violentas de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, pero no hay ningún cataclismo catársico para decir basta e incluso hay quienes, con total impunidad, niegan la existencia de esta lacra, en un acto puro de misoginia
En 2020, 46 mujeres fueron asesinadas en España, casi una a la semana; 37 ya en 2021; desde 2003, 1.118. Europa está peor: no en todos los países hay datos y, aunque parezca increíble, los ratios españoles se consideran, frente a otros Estados de la UE, “bajos”. Violencia de muerte y también una justicia demasiadas veces ciega.
En el resto de continentes las cifras son aún peores. Y no es casualidad, porque el asesinato de mujeres por violencia machista es el reflejo de un fenómeno universal: el machismo que ampara el heteropatriarcado, en el que la violencia contra las mujeres está en su esencia. Si no cambiamos el modelo, la batalla estará perdida.