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Dos osos en mi jardín

"Nunca vi un conflicto entre un oso y una persona; dispararles pelotas de goma es exagerado", dice Mercedes Martínez, que lleva 40 años conviviendo con ellos en Jalón

Mercedes Martínez, en el jardín de su casa de Jalón, en Cangas del Narcea. Luisma Murias

Mercedes Martínez escuchó un sonido fuerte y seco, pero no le dio más importancia. Estaba en el corral dándole de comer a las gallinas. Era un día nublado de primavera.

Jalón es un pueblo en las alturas de Cangas del Narcea con 30 vecinos, demasiadas casas vacías, exuberantes montañas alrededor, oxígeno que se agradece y el silencio suficiente para escuchar de todo. Por eso ella pensó que aquel ruido podía ser cualquier cosa. Cualquier cosa menos un oso. O dos.

"Me volví y, de repente, veo que tengo dos osos en mi jardín. Aquí estaban, aquí, en el medio", dice.

-¿Y qué hizo?

-Me quedé mirando fijamente para ellos. Y ellos para mí. No tuve miedo, no me asusté, qué va. Estaba al lado de casa y, a una mala, me podía refugiar dentro. Les contemplé. Eran de color castaño oscuro y no muy grandes. Muy guapos. Creo que andaban buscando comida. A los pocos minutos cruzaron la carretera y se perdieron en el monte.

Ocurrió hace ocho años y ella lo recuerda como si fuera hoy. Su nieta, Laura Tosar, escucha la historia con el asombro y la vitalidad de quien estrena la mayoría de edad.

Mercedes tiene 69 años y lleva casi 40 en el pueblo. En todo ese tiempo, "que ya ve que es bastante", no fue testigo de ningún conflicto entre un oso y una persona. "Estamos acostumbrados a la convivencia con ellos. Es una convivencia pacífica. Aquí nadie tiene miedo de que un oso pueda hacerle algo a una persona. Primero porque no es normal que aparezcan por el pueblo y después porque, si lo hacen, vienen tranquilos. Si no te metes con ellos no hacen nada. Sólo si atacas, es normal: son animales y tienen que defenderse".

Su jardín, entonces, no estaba cercado como lo está hoy, con un muro de cemento ni muy alto ni muy bajo, lo suficiente como para impedir que se le escapen los cabritines que tiene en la cuadra y también para que, llegado el caso, puedan otra vez entrar los osos.

Ella era ganadera de las que iba todos los días al monte. Una vez, de la que volvía de dejar las vacas, se tropezó de frente con cuatro osos, nada menos. Una madre y tres crías. Ahí sí le entró el tembleque, o más que eso. "Tenía un cague de la leche", describe. Se escoró y, con cuidado, siguió caminando con cierta tensión hasta que se dio cuenta de que la osa iba más pendiente de sus oseznos que de otra cosa. Y no pasó nada, cada uno a lo suyo.

Ahora cada vez hay más osos en Asturias y ella lo sabe. Hace cuarenta años, cuando se estableció en Jalón, la especie contaba con 60 ejemplares en toda la Cordillera Cantábrica. Hoy hay unos 220 y subiendo. Y si sigue la tendencia la densidad será mucho mayor. Mercedes es consciente de que a mayor número de plantígrados, mayor es el riesgo de que se aproximen a los pueblos. Pero no ve necesario encender alarmas.

Y "de ninguna manera", dice, respalda la posibilidad de espantar a esos animales de los pueblos disparándoles pelotas de goma, como venía establecido en la primera versión del protocolo de intervención para osos problemáticos que quiere impulsar el Ministerio de Medio Ambiente y que analiza el Principado junto al resto de comunidades oseras de España (Galicia, Castilla y León, Cantabria, Aragón, Navarra y Cataluña). "No hace falta eso, no. Es muy exagerado. Precisamente si les disparas es cuando te pueden atacar", señala. "Es demasiado", sentencia.

"Además están muy vigilados ¿eh? Cada dos por tres vemos a los guardas pasar para allí arriba", avisa. En realidad, allí arriba no es tan lejos. Un par de kilómetros, a lo sumo. Mercedes vive al lado de los osos y no se queja. "Tan contenta", acaba.

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