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Aurelia Díaz, segunda víctima del incendio de El Berrón, la "güela" que seguía en plena forma

A sus 83 años no se consideraba una anciana: todos los días se subía a su bicicleta estática y también daba un paseo "a buen ritmo"

El tanatorio de Siero, ayer. En el recuadro, Aurelia Díaz Fuente, en una foto reciente. R. M. M.

"Murió la güela". No sólo la de Héctor Parajón, también la de todo El Berrón. Así era conocida Aurelia Díaz Fuente por sus vecinos. Aunque era natural de Quirós se había ganado el cariño de los suyos, por su vitalidad, bondad y alegría. No pudo superar las secuelas que le dejó la inhalación de humo en el incendio de su edificio, del número 3 de la calle Río Magostales, el domingo por la noche y falleció el martes en el Hospital Universitario Central de Asturias. "Inhaló monóxido de carbono, tenía hasta cianuro, las córneas quemadas, los pulmones estaban negros y los riñones no le funcionaban", explicó su yerno Miguel Ángel Parajón.

Es la segunda víctima mortal que se cobró el fuego. La fallecida acabó en la zona de contadores del portal, donde se iniciaron las llamas, con su vecino Rubén Fonseca Patallo, de 41 años, que murió con su hija Carla de 5 años en brazos. La niña se recupera en el Hospital de la Paz, en Madrid.

Gini Fernández, amiga de la familia, lo confirma: "Era una persona que te llenaba. La llamábamos la 'güeli' y cuando no la veías, te decía, 'nieti', que estoy aquí". La mujer acudió ayer al tanatorio Meana de Pola de Siero para dar el pésame a los familiares de Aurelia Díaz y destacó que "era muy especial y donde estuviese, llenaba". También era la sacristana de la parroquia y "estaba pendiente de todo". Era muy creyente.

A pesar de sus 83 años "no era una anciana" porque ni ella se consideraba como tal ni los demás la veían así, relató la esposa de su nieto, Natalia Mejuto, para quien también era su nieta. De hecho, en la esquela quiso que aparecieran todos como nietos, sin distinciones, al igual que los hijos, yernos y nueras. "Leía todos los días", añade, y seguía la actualidad. No imaginó que estos días ella iba a protagonizarla por una tragedia como ésta.

Luján Parajón, apretando -como si así quisiera abrazar aún a su abuela- la libreta verde en la que la mujer dejó escritas a la familia su últimas voluntades, insiste en que "no se consideraba mayor". Pone como ejemplo que diariamente se subía durante media hora a su bicicleta estática, ejercicio que acompañaba con "un paseo a buen ritmo". No es de extrañar que acostumbrara a bajar las escaleras de su edificio, como hizo en la noche que le llevaron hacia el infierno. Su calidad de vida era buena y "nunca tenía dolores", indica su nieta. Añade que "si los tenía, no los compartía. Decía que eran suyos". No perdía su mes de vacaciones en León, donde ayudaba a una amiga en las labores de la tierra y era la más coqueta cuando tocaba ponerse guapa para algún evento familiar. Enviudó joven de Paulino Suárez. Tuvo cuatro hijos.

En su despedida, que un día escribió, expresó que no quería coronas de flores ni un féretro ostentoso y que por encima de todo, pidió que la familia se mantenga unida y se lleve bien. Todos coinciden en que "la van a echar de menos", sobre todo, en su portal.

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