Indudablemente es septiembre. Las golondrinas empiezan a inquietarse. Los manzanos se apocan con manzanas carnosas que penden de las ramas todavía. Amanece con una lenta luz, con algo de tristeza. Está toda la tierra como un girasol lánguido, con el vigor perdido, mirando hacia la tierra. Es septiembre, innegable; se percibe en la copa de los árboles y en un silencio insólito parecido a una ausencia y en un rumor lejano de todo lo que existe como diciendo adiós a las altas mansiones de la naturaleza.

Quedan moras aún entre las zarzas, menudas, rojas, muy pocas negras. Lo mismo que en los rosales, rosas encogidas por el moho, vestigios increíbles de pasada belleza; lo mismo que el anís que bordea las vías con sus brazos de aroma; igual que en el ciruelo, cuatro frutas mugrientas. No es que sienta dolor, no es que me extrañe nada, simplemente confirmo que en este estar aquí termina todo un día, en un día cuando todo comienza.

Resurgen los musgos al norte de los troncos y los muros. Los castaños, rebosantes de erizos, se agitan bajo ese viento que nos dicen que enferma. Me dejo adormecer. Parece que hoy es siempre y que salgo de casa, con olor a lavanda y raya a un lado, camino de la escuela. Miro atrás, mi madre me despide con su bata de alivio y su sonrisa amplia, apoyada en la puerta. Vamos muchos, de casa van saliendo todos los de mi edad, algunos abrigados con bufandas y trencas.

Huele a cuadra y a lumbre. Mujeres, de pañuelo y madreñas, casi todas de luto, van y vienen con las lecheras. Disfrutamos chiscando con agua de los charcos. Pisamos con las botas y rompemos la escarcha. Las muchachas no riñen y nos gritan. Y una brisa que corta nos llena de sabañones las orejas. Parece que hoy es siempre y que nada ha cambiado más que estas hojas nuevas que se caen de viejas. Huele a humedad y a chapa, huele a carbón quemado. Como la ropa limpia de los que están conmigo en el pupitre, que huele a cocina y humo de leña.

Es septiembre. Esta «ocritud» que brota me es inconfundible. Se palpa en los jardines y en las cimas y en los acantilados y en la tez de la mar y hasta en la imperturbable majestad de las peñas.