Francisco L. JIMÉNEZ

No busquen en las fotografías que acompañan estas líneas a Rubén Arias disfrazado porque no lo encontrarán. El gerente de Festejos del Ayuntamiento de Avilés confiesa que no le gustan los «barullos» ni las concentraciones multitudinarias y en el caso de que salga de marcha durante el próximo Antroxu lo más probable es que lo haga a cara descubierta y un día de poco bullicio callejero, como el lunes previo al Martes de Carnaval. Pese a su fobia a las multitudes, Rubén Arias ha hecho de la organización de las mismas su modus vivendi; cuestión de profesionalidad, también hay casos de reposteros a los que no les gustan los dulces...

El Descenso de Galiana es una de las reválidas del año para el gerente de Festejos, que lleva doce años encargado de que el río más loco del Carnaval fluya, dentro de lo que cabe, por cauces de cordura. «De las cuatro grandes fiestas que se celebran en Avilés, el Antroxu es con diferencia la más compleja de organizar por la cantidad de grupos, colectivos y personas con las que hay que estar en contacto. Y dentro del Antroxu, el Descenso de Galiana es una de las actividades que más trabajo da», asegura Arias.

El responsable municipal de Festejos tuvo sus primeros escarceos con el Descenso desde alguna que otra ventana de la calle Galiana a las que, muy pillo él, se asomaba para arrojar «calderaos» de agua al paso de los concursantes en la prueba. Una calle, esa de Galiana, en la que, por cierto, nació y pasó los primeros años de su vida. Arias vincula la conocida afición de los avilesinos por mojarse en pleno mes de febrero y arrojarse espuma con otras costumbres festivas españolas basadas en batallas de harina, de tomates, de vino o, en general, de cualquier sustancia arrojadiza. «Esto de que nos guste tanto tirarnos cosas tendría que investigarlo un antropólogo», conviene entre risas.

Bromas aparte, para Rubén Arias las fiestas son algo muy serio, y el Descenso más que ninguna por las especiales características de un acto al que acuden entre gran algarabía miles de personas (menores de edad incluidos) y en el que participan artilugios de cientos de kilos de peso difíciles de gobernar, todo ello en una calle estrecha, resbaladiza y semicubierta por espuma. «Aparentemente, el Descenso es un gran cachondeo, pero detrás hay muchísimas horas de trabajo y siempre ponemos el mayor celo posible para que no haya percances que lamentar. Soy consciente de que a los encargados de evitar posibles desmanes y accidentes se nos acusa de querer cargarnos la esencia de la fiesta, pero la seguridad es innegociable», afirma, ahora muy serio, Rubén Arias.

Lo anterior lo dice, escarmentado, quien vio y sufrió la cara más oscura del Descenso: personas intoxicadas por inhalación de CO2, artilugios convertidos en coches de choque por la insensatez de sus pilotos, incendios, niños y no tan niños semiahogados en un mar de espuma y a punto de ser atropellados por algún artefacto... Fueron los años en los que el Descenso fue infiel a su filosofía y acabó convertido en algo así como un «rally de la chatarra».

Fue la ex concejala socialista Rosa Serrano la que dijo ¡basta! a aquel caos y el tiempo le ha acabado dando la razón. «Vivíamos en el filo de la navaja en materia de riesgos, el Descenso de Galiana corría el peligro de morir de éxito y hubo que tomar medidas drásticas, como prohibir los coches de desguace, los vehículos a motor y la intrusión de extraños en el recorrido. Yo creo que todos hemos salido ganando y, sobre todo, hemos demostrado que no son necesarios los desmanes para que reine el cachondeo», comenta Arias. Ciertamente, el Descenso, poco a poco, vuelve por sus fueros, que según el gerente de Festejos no son otros que «aportarle al Antroxu de Avilés una seña de identidad, un factor diferencial que lo hace único». Además, Arias prevé larga vida al «invento», así sea sólo por la cantidad de gente joven que cada año se apunta a la sin par singladura de Galiana: «Cambian los formatos y las formas de expresarse, pero la fiesta sigue viva».