Andaba medio perdido,

ya no sabía qué hacer,

sin trabajo, sin amigos,

sin nada para beber...

("Señorita", Ariel Rot)

Como todos los días, avisté en la mañana mi buzón del portal atiborrado de propaganda de toda índole: comestibles, electrodomésticos, muebles, ropa, material informático y otras variadas ofertas para el consumo. Rumbo al cercano contenedor para realizar el obligado desprendimiento diario de propaganda, advertí que entre el montón de papeles estaba mi tarjeta electoral indicativa del colegio y mesa correspondientes al 20 de diciembre. Comicios Generales en vísperas de la Navidad 2015, los décimo segundos en nuestro país desde aquellos tan ilusionantes celebrados el 15 de Junio de 1977, donde la participación rondó el 80 por ciento.

Casi cuarenta años después, con el paso del tiempo y la acumulación de decepciones, aquellas tremendas ilusiones se han transformado en un sólido escepticismo. La creencia en el cumplimiento escrupuloso de los programas se ha desvanecido por completo y junto a la aparición de sorprendentes alianzas pre- y postelectorares ha surgido la figura del votante desencantado e incrédulo en busca de la opción menos negativa. Hace pocos días un amigo me dijo a qué partido iba a votar, enfatizándome que lo haría apretándose la nariz. Ya no existen figuras de la talla de Adolfo Suárez, capaz de sacar conejos de la chistera hasta que supo apartarse cuando ya no le quedaban mas, ni de Julio Anguita que, con independencia de compartir o no sus ideas, no se le puede negar coherencia, siempre mantuvo la propuesta de "programa, programa, programa" y con ella se marchó. "Tengo una pensión de 1848 euros, un Seat León y un ordenador, ¿para qué más?", declaró recientemente el exdirigente del PCE, dando una muestra de su austeridad.

Los programas que ahora interesan a la clase política son los de televisión. Los estrategas de campaña obvian lo que realmente es interesante, las ideas y las propuestas de los proyectos a realizar, persiguiendo el voto con apariciones superfluas del candidato en pantalla que pretenden vender exclusivamente su perfil doméstico. También con participaciones en aquellos debates que estiman que les interesan bajo unas fórmulas que únicamente conducen a poder valorar quién es mas hábil dialécticamente en el tratamiento de un tema, mas ocurrente en una réplica o mas eficaz en poner de manifiesto el muerto en el armario del contrincante.

Mientras que los aspirantes a un puesto de representación pública opten a él sin el compromiso de percibir el salario de su trabajo de procedencia y puedan realizar cómodamente promesas electorales sin tener que poner su patrimonio como aval en el tapete, todo el tenderete al que hemos llegado solo inspirará desconfianza y tristeza por lo que pudo ser, no es y, salvo cambio radical, nunca lo será.

Los aparatos de los partidos asfixian la participación política y generan unas listas electorales cerradas que contribuyen aún más a la incredulidad del ciudadano, algo que ya denunciaba en la época de la Transición el granadino Antonio García-Trevijano cuando hablaba de que íbamos hacia una partitocracia y no a una verdadera democracia. La necesidad de avales para confeccionar una candidatura dentro de los partidos políticos, la celebración de los congresos con la existencia de compromisarios sin que se abran de par en par las puertas de las sedes para que puedan votar todos los afiliados y simpatizantes, los sueldos vitalicios y el envío al obsoleto Senado de los veteranos dirigentes a modo de los viejos elefantes en dirección a la confortable charca, son muestras inequívocas de que siguen vigentes las ideas de este republicano convencido que fuera presidente de la Platajunta.

El Congreso de Diputados español contempla 350 escaños. ¿Es necesario este número? Lo que es evidente es que el porcentaje que no acude a las urnas y los votos en blanco no están representados en el hemiciclo. La candidatura Escaños en Blanco incide sobre esta cuestión, proponiendo que sus candidatos, si resultan elegidos, no tomaran posesión del escaño y al no ejercer como diputados renunciarán a cualquier tipo de remuneración que pudiera corresponderles. Tampoco solicitan ni aceptan subvenciones públicas que se otorguen para el envío de propaganda electoral y por el número de votos o escaños conseguidos. Una sugerente opción para expresar el descontento y para que mi amigo no tenga que apretarse la nariz.

Cuando regresé a mi casa, el buzón vomitaba papeles de nuevo. Ahora las formaciones políticas se habían sumado a los centros comerciales para propiciar el atasco. Ha llegado la hora en la que les resulta vital mirar para el ciudadano y solicitar su voto. Para mantener el estatus todos son sufragio-dependientes, desde los que le pedían a Luis que aguantase y fuera fuerte hasta los que no ponen objeción alguna a que los niños recojan colillas en la calle, pasando por los que dejaron hace cuatro años este país hecho un solar.

Copiando al maestro Javier Neira, me atrevo a recomendar para la terapia política de este mes "Señorita", un excelente tema del argentino Ariel Rot.