-¿Cómo estás Palmira?

-Fastidiada, cuquina, pero espero morirme con la enfermedad, no de ella. Aunque estoy algo cansada me miro al espejo y me digo "¡nena, tú vales mucho!".

Corría el pasado mes de noviembre cuando Carmen Palmira García Cotero, presidenta desde el año 2004 de la Asociación de Donantes de Sangre de Avilés y Corvera, daba a conocer el motivo por el que llevaba ya un tiempo mohína. Estaba entonces recuperándose de un "brote" de la leucemia linfática crónica que le habían diagnosticado hace más de una década. Le dijeron que su pronóstico era malo, pero ella no se rindió. Era así. Una fiebre incontrolable la llevó de nuevo hace semanas al Hospital San Agustín, donde ayer perdió la vida a los 65 años, cumplidos el pasado 28 de marzo. Eran poco más de las siete de la madrugada. Sufrió una hemorragia interna en el transcurso de una prueba diagnóstica y sus debilitados glóbulos no pudieron más. Nadie se lo esperaba. Ni siquiera su familia.

Carmen Palmira había recuperado las ganas de vivir. Hacía días que se encontraba mejor y tenía la mente ocupada en dos objetivos: la celebración, el 25 de junio, de la asamblea de los Donantes y el Día de la madre, en mayo. Horas antes de morir había "estudiado" recetas por internet. Quería hacer un buen plato, probablemente garbanzos con langostinos, para disfrutar con los suyos de un día tan especial. Palmira había vuelto a sonreír. "Estaba enferma y éramos conscientes de lo que tenía, pero no esperábamos este desenlace tan rápido", decía ayer su hija Patricia Martínez, con los ojos igual de verdes que los de su madre cansados de llorar. En el tanatorio de Avilés la familia recibió cientos de muestras de condolencia. Hasta el centro de San Cristóbal acudieron numerosos amigos a mostrar sus condolencias. El funeral se celebra esta tarde (16.00 horas) en la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery.

Palmira García era un torbellino de vitalidad y se había hecho un hueco importante en la sociedad avilesina. Tanto es así que alguien dijo de ella en una ocasión: "Como siga haciendo tantas actividades en Avilés van a tener que quitar la estatua de Pedro Menéndez y poner una suya". Aquel comentario le gustó especialmente a ella, una santanderina dicharachera afiliada al Partido Popular de Avilés y miembro de la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores. Era también asidua a las partidas en el Casino e integrante de "Mujeres por la igualdad".

Pero la mayoría de sus horas las dedicaba a la Asociación de Donantes de Sangre de Avilés y Corvera y a su familia, a su marido, José Manuel Martínez Riancho, y a su hija. Decía tener además a otro hijo adoptado, José Antonio Valbuena Regueras, a quien conoció hace veinte años en las filas del PP. Éste ayer la despidió como quien dice adiós a una madre, abatido. "Era todo bondad, la mejor persona que conocí en mi vida. A mis hijos, a los que Palmira trataba como sus nietos, todavía no me atreví a darles la noticia. Vivía apara los donantes de sangre y hasta el último suspiro tuvo a la asociación en la cabeza", manifestaba. Valbuena, que fue concejal en Avilés, tampoco se esperaba el fatal desenlace.

Palmira había vuelto a usar sus diademas, un complemento que raras veces faltaba en su vestuario, y aquello, para su familia, significaba que estaba recuperándose. Nada más lejos de la realidad. Pero ella no se rendía. Carmen Palmira García murió cuando todavía tenía muchas cosas por hacer, pero se despidió de los suyos con la tranquilidad que da haber convivido con una enfermedad irreversible durante años. "Si me muero me preocupa mi marido, pero sé que será fuerte. Mi hija sé que ahora tiene un hombro en el que apoyarse y eso me da seguridad", confesó el pasado noviembre. Las palabras de aliento que dejó en vida apenas daban consuelo ayer a una familia destrozada por el dolor, extenuada. Sus familiares y amigos querían una prórroga, más tiempo para disfrutar de ella. Todos deseaban volver a escuchar aquel saludo de "¡Hasta luego, cuquín!". Pero la jornada fue de despedidas, de adioses desgarrados. Carmen Palmira García descansaba entre flores rojas del color de la sangre, el preciado líquido por el que peleó como presidenta de la Asociación de Donantes y que curiosamente le arrebató la vida por más que la vistió de sonrisas.