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Historiador

La catástrofe de mina "La Sota"

Una decena de trabajadores fallecieron por asfixia en la explotación lavianesa en 1924 a consecuencia de un incendio originado en la capa "Adolfita"

La catástrofe de mina "La Sota"

El miércoles 28 de mayo de 1924 el sol primaveral se volvió tinieblas en Laviana cuando un accidente minero -uno más- trajo el luto a las familias del concejo. Este fue el balance: diez fallecidos por asfixia y treinta y seis huérfanos con edades comprendidas entre los once años del mayor y los seis días del más pequeño.

Lo más lamentable del caso fue que muchas de las muertes se habrían podido evitar si los compañeros que acudieron al rescate de los primeros caídos hubiesen tenido conciencia del peligro que asumían al entrar en su búsqueda, pero el sentimiento de solidaridad que siempre ha impregnado al mundo del carbón pudo más que la prudencia y les llevó a correr la misma suerte de los que querían rescatar. Ahora les cuento como se vivió esta tragedia.

Los testimonios de los testigos coincidieron en que todo comenzó cuando los últimos trabajadores del relevo de la mañana, que dejaba su labor en la mina "La Sota" de Carrio, propiedad de don Joaquín Velasco, abandonaron la mina sin percatarse de que la dinamita que acababan de utilizar había prendido un pequeño fuego en una capa conocida como "Adolfita". Pero a las seis de la tarde, el personal que debía incorporarse al nuevo relevo dio aviso al vigilante del exterior de la imposibilidad de entrar al trabajo, porque ya era evidente que el incendio se había extendido, a juzgar por el humo que salía por los pozos de ventilación.

José Vázquez, el vigilante, reaccionó inmediatamente y se dispuso a adoptar él mismo las medidas pertinentes, al tiempo que mandó advertir a los hombres de su confianza para que dejasen lo que estuviesen haciendo y se acercasen hasta el pozo. Según Albino Suárez mantenedor del espíritu de Laviana y buen amigo, el destino quiso cebarse aquel día con los fallecidos, ya que estos se encontraban celebrando la boda de dos jóvenes de la localidad, Fernando y Salud, y tuvieron que dejar apresuradamente el banquete para encontrarse de frente con la muerte.

Los vigilantes de rampa Alejandro González y del exterior Gregorio González, junto al empleado de las oficinas Juan Pérez y el contratista de arrastres de la mina, Silverio Betegón, se trasladaron rápidamente a la bocamina en cuanto les llegó el aviso y se dieron cuenta de que Vázquez y cinco obreros del relevo de aquel piso ya se habían decidido a sofocar el incendio sin esperar por ellos. Inmediatamente sospecharon que algo grave les había ocurrido; entonces, sin pararse a pensar en que a ellos podía sucederles lo mismo, prepararon con rapidez una mula y decidieron seguir los pasos de quienes habían entrado primero.

En cuanto olió el peligro, la mula se negó a seguir; ellos decidieron avanzar a pesar de todo y esto les costó la vida.

Cuando se tuvo conocimiento de lo que había pasado, la noticia corrió por el valle y empezó a planearse un rescate serio y menos visceral, prohibiendo acercarse a la mina a quienes querían hacerlo sin más razones que las que les dictaba el corazón.

Sobre las doce de la noche el facultativo de la Sociedad Coto-Musel José Asenjo, fue avisado del suceso por la Guardia Civil cuando se dirigía a su casa de Sotrondio. No tardó en llegar hasta el lugar y tras franquear la puerta de la lampistería pudo observar junto con otro minero el enorme riesgo que entrañaba la bajada, de modo que decidió tomar las precauciones necesarias antes de seguir.

Ya sobre las dos de la madrugada el mismo facultativo con otros vigilantes alcanzó un punto desde el que se podían ver dos cadáveres tirados en el suelo, pero ellos volvieron a salir por prudencia. Desde ese momento se vivieron en la bocamina las escenas de desgarro que se pueden suponer.

A las tres, se pudo llegar hasta la mula que conducía la vagoneta, que fue hallada muerta y un poco más adelante fueron rescatados los cadáveres de los cuatro mineros que habían entrado con ella. Una hora más tarde se personó el director de Coto-Musel Arturo León, quien también tuvo que abandonar su intención de reanudar la búsqueda porque la cantidad de gas era tan enorme que impedía seguir avanzando, de modo que se ordenó a la Guardia Civil impedir el acceso de nadie más, hasta que ya a las nueve y media llegó la brigada de salvamento desde Sama de Langreo con los medios apropiados.

En el exterior la multitud iba creciendo, se sucedían las escenas de angustia de los familiares y el médico de la localidad no podía hacer otra cosa que certificar las defunciones mientras llegaban autoridades y sindicalistas, entre ellos Manuel Llaneza y Ramón González Peña.

Por fin, a las once se colocó un gran ventilador traído desde Duro-Felguera, capaz de enviar ráfagas de aire a una distancia de 300 metros, lo que permitió despejar de gases la mina y media hora más tarde se alcanzó el lugar en el que yacían los otros seis infortunados.

Así se pudo cerrar la lista de víctimas: José Vázquez, vigilante general de la explotación; Juan Pérez, escribiente en las oficinas de la empresa; Julián Iglesias y Alejandro González, vigilantes de rampa; Gregorio González, vigilante del exterior; José González, Ángel Crespo, Severino Cuello, Benigno Suárez, mineros y Silverio Betegón, contratista de arrastres.

Los cadáveres fueron depositados en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Laviana, y velados toda la noche por sus compañeros. A la una del mediodía, después de rezar un responso en los mismos arcos de las Consistoriales, se inició el traslado a hombros hasta el cementerio del Otero en un cortejo presidido por el alcalde Arturo León Zapico; el gobernador provincial; el deán de la Catedral Maximiliano Arboleya, los líderes del SOMA y los representantes del Sindicato Único Críspulo Gutiérrez, Benjamín Escobar y Jesús Huergo.

20.000 asistentes arroparon a sus muertos mientras el comercio y todos los establecimientos cerraron sus puertas en señal de duelo, aunque no lo habían hecho el día anterior porque se celebraba el mercado semanal. También pararon las explotaciones de las dos cuencas, en justa solidaridad con lo que había sucedido hacía menos de un año en el pozo "Baltasara" de Mieres, que también pasó a figurar con sus trece víctimas entre los primeros lugares de la fatídica lista de nuestros accidentes mineros.

Nunca se había visto tanta gente en Laviana y como ejemplo, la prensa recogió el dato curioso de que en la estación de Sama se recogieron 370 billetes para Laviana y desde La Oscura se mandó un tren especial con 400 personas.

El Ayuntamiento de la localidad abrió una lista a favor de las familias, encabezándola con 5.000 pesetas. Don Joaquín Velasco, dueño de la mina, aportó una cantidad similar y manifestó que la empresa tenía asegurados los accidentes y que iba a abonar los jornales íntegros hasta que se produjese ese cobro, facilitando también a los hijos de las víctimas los estudios primarios. Además se comprometió a costear un mausoleo en el cementerio en honor de los fallecidos.

Por su parte, Manuel Llaneza quiso tomar la palabra para insistir en la necesidad de aumentar las medidas de seguridad y acabar de una vez con estos accidentes y recordó su discurso en el Parlamento a raíz de la desgracia de "Baltasara", que había hecho declarar al exministro de fomento Rafael Gasset que no se esperaría la aprobación del Código de Policía Minera para crear por decreto la inspección obrera en las minas, reclamada con insistencia por los obreros.

Cuando apenas habían pasado 24 horas del entierro, la alarma sobre otra explosión con varios muertos volvió a correr por el Nalón. Luego se supo que afortunadamente no había fallecidos, pero el grisú había causado gravísimas quemaduras a siete trabajadores de la mina "Venturo" de San Martín del Rey Aurelio. En las semanas que siguieron, mientras no cesaba el fuego en "La Sota", fue llegando la solidaridad económica desde otras instituciones y concejos asturianos, e incluso en Langreo se organizó una becerrada benéfica.

Ya sabemos que el tiempo, ayudado por la mano de algunos, acaba borrando todos los recuerdos. Aún en febrero de 2009, en medio de la polémica, la Confederación Hidrográfica se deshizo del puente de "La Sota". Se sintió como se sienten estos desatinos, pero no era más que un resto material. Lo importante son las vidas y nosotros tenemos la misma opinión que Albino Suárez, aunque él, como poeta, sabe expresarlo mejor:

¡Diez muertos! la cifra agota, / son muchos muertos habidos / los por el gas abatidos / que son, si son olvidados, / para el pueblo diez pecados / que no han de ser permitidos.

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