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Dos visiones del pasado, presente y futuro del sector del carbón

El antes y el después de la mina

Jaime García, jubilado de Tres Amigos: "No pueden vendernos por carbón importado arrancado por guajes durante doce horas en condiciones inhumanas" - Pablo Pérez, minero de Hunosa: "No hay derecho a lo que está pasando. Yo quiero que si algún día tengo hijos puedan optar a trabajar en la minería"

Jaime García, en el pozo Barredo, en Mieres. F. GEIJO / F. RODRÍGUEZ

Jaime García Fernández y Pablo Pérez Martínez son el antes y el después de un sector. El primero, minero jubilado de 71 años. El segundo, de 29 años, es uno de los mineros más jóvenes de Hunosa. Cuando Jaime García empezó a trabajar, en el pozo Tres Amigos, sabía con total seguridad que terminaría su vida laboral con el casco puesto y el foco encendido. La minería del carbón rondaba entonces los 30.000 trabajadores. Pablo Pérez forma parte de una generación de trabajadores que no tienen asegurado su retiro tras salir de la jaula. Quedan ya pocos empleados en el interior, la plantilla de Hunosa ronda las 1.200 personas, y tienen por delante el reto más duro que ha atravesado el sector: mantener la vida en los pozos.

Por necesidad. Por eso empezó Jaime García a trabajar en la mina. Y dice que compartía motivación con casi todos sus compañeros. "Había familias pasando mucha fame, había que llevar un dinero a casa", explica. Así que, con 18 años recién cumplidos, bajó en la jaula a las entrañas del pozo Tres Amigos. "Esa cosa (dice, señalando una antigua jaula que ahora adorna la explanada del pozo Barredo) a mí siempre me dio mucho respeto", reconoce. La jaula era lo único que le asustaba en la mina: "Sobre todo cuando tenía que ir solo". En uno de esos viajes en solitario, hubo un apagón y estuvo encerrado casi una hora.

La primera vez que Pablo Pérez pisó la jaula tenía 21 años (lleva seis trabajando en el pozo Santiago). "Sólo había estado en el Mumi, que es como un chalé si lo comparas con un pozo de verdad. Así que me daba mucha curiosidad", explica. Ser minero, en su caso, fue una opción: "Había trabajado de electromecánico en otras empresas, pero cuando vi la convocatoria de Hunosa pensé que podía ser una buena oportunidad". Así que presentó el curriculum, le hicieron las pruebas y fue seleccionado.

Fue en el año 2010. Fue la última convocatoria masiva de empleo en Hunosa. Se presentaron 4.200 jóvenes y sólo 150 accedieron a un puesto en la empresa pública. Cifras que no encajan en la memoria de Jaime García: "Antes, si reñías con un ingeniero y te enfadabas por la mañana, podías ir de tarde para otro pozo". Él siempre estuvo "contento" en Tres Amigos, porque "al principio éramos eso, tres amigos. Éramos unos cincuenta, como una familia, y la jefatura fue siempre muy buena". En 1968, Hunosa asumió la gestión de la mina.

Justo un año después de que el hermano de Jaime Fernández perdiera la vida en las entrañas del pozo. "Estábamos al mismo relevo, pero en distintas plantas. La planta en la que estaba él a mí no me gustaba nada, ya se lo había dicho", narra con resignación. Los accidentes y la muerte en la mina eran una constante cuando García empezó a picar carbón. "Luego la cosa mejoró, pero tengo la impresión de que en los primeros años sólo se pensaba en carbón, carbón, carbón y muy poca seguridad", afirma. Vio a muchos hombres tapados por una manta blanca, escuchó el grito de una mujer que acababa de nombrarse viuda y tiró por más de una camilla en la que iba un amigo sin vida: "Eso era lo peor".

En los años que Pablo Pérez lleva trabajando en Santiago, no recuerda haber vivido ningún accidente grave. "Sí hay algún incidente, algún compañero herido, porque la mina sigue siendo la mina. Pero nadie se mató en este tiempo que yo llevo", explica. Es por eso que no entiende que su futuro se venda a un precio de saldo. El precio de un carbón que, añade, "está manchado de sangre". "No comprendo que un país que se dice serio, como es España, no rectifique. Hay que boicotear el carbón importado, no todo el dinero, no pueden vendernos a cambio de comprar carbón que arrancan 'guajes' que trabajan doce horas al día en condiciones inhumanas", destaca.

Reconoce que las condiciones laborales en Hunosa, ahora, son buenas. "Primero lo peleamos nosotros", afirma Jaime García, que recuerda huelgas de cerca de un año para reclamar una subida de sueldo. Fue antes de la hullera pública: "Aquello no lo soportaba nadie, me acuerdo de trabajar un mes todos los días. Viví prácticamente en la mina, y cobré 1.800 pesetas", señala. Con esas 1.800 pesetas apenas tenía suficiente para ir al trabajo y comer durante un mes. Así que se plantaron y hubo una huelga: "Aquello era movilizarse, me acuerdo de los compañeros de Figaredo que estuvieron encerrados veinte días". Ocurrió en el año 1978. "Ahora, con lo que tenemos encima, no me parece que estén por la labor de movilizarse".

"Ya no somos 30.000 paisanos, ya no podemos hacer el mismo ruido que hacían los mineros antes", justifica Pablo Pérez. En los pozos que aún tienen actividad hay una calma contenida: "Mientras no escuchas nada, estás bien. Piensas que, bueno, que la minería igual aguanta". La "frustración", añade, llega cuando bajo tierra se comenta alguna nueva noticia sobre el sector: plazos para el cierre de pozos, ayudas que no llegan o empresas privadas que cuelgan un candado en la puerta de la plaza. Es entonces cuando se enciende la llama de lo que fue la lucha minera: "Sí los sindicatos no inician una negociación ya con el nuevo Gobierno, yo, a título personal, creo que deberíamos de movilizarnos. Somos mineros y siempre hemos sido un ejemplo de lucha obrera, aunque ahora quede poco".

Entrañas mineras que, reconocen, a veces sienten heridas casi de muerte. Y no es de ahora, afirma Jaime García, cuando en la conversación aparece el nombre de José Ángel Fernández Villa: "A mí nunca me gustó, cuando estuvo encerrado en Barredo teníamos que haberlo dejado ahí abajo", bromea, aunque con el rictus tenso. Pablo Pérez también es crítico con la falta de alternativas: "No hubo una gestión seria en lo que se refiere a la reindustrialización, si esto muere nos dejan sin nada". "No hay derecho a lo que pasa, yo quiero que si algún día tengo hijos puedan optar a trabajar en la mina", añade.

Jaime García Fernández y Pablo Pérez García, que vivieron y viven el antes y el después de un mismo sector, sólo se ponen de acuerdo con la última pregunta.

-¿Lo mejor de ser minero?

-El orgullo. Arrancar carbón de las entrañas de una mina y saber que esa tierra, que es la tuya, te está dando de comer.

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